Читать книгу La marca del ángel - Perry S. W. - Страница 8

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Silencio.

Elise juró que jamás permitiría que volviera a salir una sola palabra de sus labios, sin importar cuánto tiempo viviera o cuán desesperada pudiera estar. Una sola palabra descuidada podría traer al ángel de vuelta.

El silencio es una atadura cruel. No es en absoluto su estado natural. Su madre solía decirle que el mismísimo Dios se quedaría sordo por su constante parloteo. Pero eso había sido antes de que Mary Cullen descendiera a su propio mundo mudo de embriaguez insensible y le informara en el trascurso que Dios había paralizado a su hermano menor Ralph como castigo por la lengua indomable de Elise. El silencio es ahora su única defensa.

Elise podría mendigar comida, pero sabe lo que sucederá si lo hace: la gente le escupirá, le arrojará piedras que pasarán zumbando como abejas junto a su cabeza o la golpearán dolorosamente en la espalda. Llamarán a un hombre con un látigo para que la ahuyente, o la amenazarán con un hierro ardiente e incluso con cortarle una oreja para marcarla como la vagabunda que dicen que es.

Es por eso que Elise no mendiga. En cambio, vive de los restos de comida robados de los alféizares de las ventanas y de las mesas desatendidas, y duerme en la tierra dura bajo las zarzas. Está completamente sola; ya ni siquiera tiene la compañía del pequeño Ralph. La única voz humana que oye y de la que no huye es la de su madre, que le susurra la misma historia: hay un lugar mejor que este, querida mía, y si bajas al Tabardo y pides fiada una copa de arak, te diré cómo llegar allí.

La marca del ángel

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