Читать книгу La marca del ángel - Perry S. W. - Страница 6

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Arroyo Tollworth, Surrey,

esa misma tarde

La cierva gira su cabeza mientras bebe del vado, con sus orejas atentas al peligro. Su cuello arqueado se estremece de repente, del mismo modo en el que el propio cuello de Elise solía estremecerse cuando el pequeño Ralph se aferraba con demasiada fuerza y ella podía sentir su aliento cálido sobre su piel.

“Sabe que estoy cerca —piensa Elise—. Y sin embargo no me teme. Este gamo y yo somos iguales. Ambas somos criaturas del bosque, obligadas por la sed a olvidar que podría haber cazadores observándonos desde los árboles”.

Las libélulas se mueven a toda velocidad entre los rayos de sol que atraviesan el dosel de ramas. Puede oír la vibración de sus alas iridiscentes incluso por encima del ruido que hace el arroyo conforme avanza sobre las piedras cubiertas de musgo, incluso por encima del estruendo de los truenos de verano distantes. Se arrodilla y con cautela posa sus labios en el agua. Esta burbujea sobre su lengua, sobre su piel, fluye hacia su interior. Es fría y penetrante. Es felicidad hecha líquido.

Elise recuerda que fue en una corriente como esa, en otro día caluroso de verano hace no mucho, cuando sucumbió por primera vez al delirio de que solo aquella agua fría podía mantenerla a raya. Agotada y hambrienta, había imaginado que el peso que llevaba sobre su espalda joven no era el de su hermanito lisiado, sino el de la santa cruz, y que ella arrastraba su carga sagrada por la tierra hacia el Gólgota…

Cerca de un arroyo como aquel…, en un día como aquel…

La figura había aparecido de la nada, una silueta tan negra como el repentino destello de inconsciencia que uno ve cuando, por error, mira directo al sol. Un ángel venido del cielo para salvarlos.

—Ayúdanos —le había suplicado Elise, quien, abrumada por la desesperación, reveló las piernas atrofiadas del pobre Ralph mientras yacía en su espalda—. No puede caminar, y ya no puedo cargarlo un paso más. Por piedad, llévatelo…

Mientras saca el recuerdo de su mente, Elise sacia su sed en el vado como el animal salvaje en el que se ha convertido. Y mientras bebe, no puede olvidar que fue su propio lamento desesperado lo que trajo al ángel ante su presencia. Si ella no hubiera gritado, tal vez el ángel no los habría visto. Quizá todo lo que vino después se habría quedado para siempre en el reino de las pesadillas.

Si pudiera, Elise le gritaría una advertencia a la cierva: “¡Bebe rápido, pequeña! ¡El cazador puede estar más cerca de lo que crees!”.

Pero Elise no puede gritar. Elise debe permanecer callada; si es necesario, para siempre. Una sola palabra que se escape, y el ángel podría escucharla y volver por ella.

La marca del ángel

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