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CUESTIÓN PRIMERA 10

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De si se debe filosofar durante la bebida

Conversan ARISTÓN, PLUTARCO, CRATÓN y SOSIO SENECIÓN

1. De todas, la primera cuestión que se plantea atañe al filosofar durante la bebida. Sin duda recuerdas que, cuando en Atenas se suscitó un debate tras la cena, sobre si habían de mantenerse conversaciones filosóficas con el [F] vino y qué medida deberían observar quienes las mantuvieran, Aristón 10 bis, allí presente, dijo: «¡Por los dioses!, ¿hay, efectivamente, quienes no concedan un sitio a los filósofos mientras se bebe?» Y repliqué yo: «Pues claro que los hay, amigo, y además afirman, en un tono irónico muy respetable, que la filosofía, como el ama de casa 11, [613A] no debe dejarse oír con el vino, y que los persas, rectamente en su opinión, no suelen emborracharse ni bailar con sus esposas, sino con sus concubinas, y nos recomiendan que también nosotros hagamos precisamente lo mismo, que acojamos en los banquetes la música y la comedia, pero que no toquemos la filosofía, puesto que ni ella es apropiada para compartir nuestras bromas, ni nosotros en una situación tal nos comportamos seriamente. Pues arguyen que ni siquiera Isócrates, el sofista, aceptó, a pesar de que se lo pedían, hablar nada durante la bebida, salvo esto sólo: ‘Para lo que yo soy experto, no es el momento oportuno; para lo que es el momento oportuno, no soy yo experto’ 12

2. Y Cratón 13 a gritos exclamó: «Y muy bien que hizo, por Dioniso, en jurar que no hablaría, si iba a componer [B] períodos tales con los que fuera a desterrar del banquete a las Gracias 14. Pero pienso que no es lo mismo excluir del banquete la palabra de un rétor que la del filósofo, y que es otra la labor de la filosofía, cuyo arte, por versar sobre la vida 15, es natural que no se desligue de cualquier diversión o placer que entrañe un pasatiempo, sino que esté presente, poniendo en todo mesura y decoro; o, de lo contrario, reconozcamos que no se debe admitir ni la templanza ni la rectitud en los banquetes, por considerar ridicula en ellos la seriedad. Pues si, como los que hospedaron a Orestes 16 en el Tesmotetio, fuéramos a comer y beber en silencio, tendríamos aquí un alivio nada desafortunado de la ignorancia. Y si Dioniso es el Libertador [C] y Liberador de toda preocupación y, en especial, el que quita las bridas de la lengua y otorga plena libertad a la palabra 17, considero necio e insensato privar de los mejores motivos de conversación a una ocasión pródiga en ellos y eliminar de los banquetes mismos la filosofía, como si no pudiera confirmar de hecho lo que enseña de palabra, mientras andamos buscando en nuestras charlas sobre los deberes convivales cuál debe ser la cualidad de un comensal y cómo hay que hacer uso del vino.

3. »Y cuando tú dijiste que no valía la pena discutir sobre esas minucias con Cratón, y sí, en cambio, buscar un límite y tipología de los temas filosóficos tratados durante la bebida que eviten ese acertado dicho humorístico, dirigido no sin gusto a los polemistas y retorcidos:

Y ahora id a cenar, para que trabemos combate 18, [D]

y cuando nos animaste a hablar, dije yo que, en mi opinión, lo primero que había de investigarse era el talante de los asistentes: pues en el caso de que el banquete acoja a una mayoría de aficionados a la dialéctica, como el de Agatón a los Sócrates, Fedros, Pausanias, Erixímacos, y el de Calias a los Cármides, Antístenes, Hermógenes u otros más o menos parecidos a éstos, les permitiremos filosofar, mezclando a Dioniso con las Musas no menos que con las Ninfas 19, ya que éstas nos lo hacen entrar en nuestro cuerpo sereno y tranquilo y aquéllas en nuestras almas en verdad melifluo y alborotador. Pues, aun cuando asistan [E] algunos ignorantes, al estar rodeados, como consonantes en medio de vocales, por muchos hombres instruidos, compartirán un sonido nada inarticulado y una mutua comprensión. Mas, en el caso de que hubiese una multitud de hombres tales que tolerasen el sonido de cualquier pájaro o de cualquier instrumento de cuerda y madera mejor que la voz de un filósofo 20, será provechosa la anécdota de Pisistrato 21. Éste, en efecto, con motivo de cierta desavenencia con sus hijos, al ver a sus enemigos alegrarse, convocando la asamblea dijo que, por su parte, quería convencer a sus hijos, pero que, como se mantenían díscolos, [F] estaba dispuesto a hacerles caso y secundarles. De igual manera también un filósofo entre bebedores que no acogen favorablemente sus palabras, cambiando de rumbo los seguirá y acogerá con cariño la conversación de aquéllos, en tanto no se eche por la borda la decencia, consciente de que los hombres son oradores merced a la palabra, pero que filosofan cuando callan y bromean y, ¡por Zeus!, cuando sufren pullas o las gastan 22. Pues si ‘es de una injusticia [614A] extrema’, según afirma Platón, ‘parecer ser justo cuando no se es’ 23, también es de una inteligencia eminente no parecer filosofar cuando se filosofa y llevar a cabo las tareas de gente seria entre bromas. Pues, como las Ménades en Eurípides 24, desarmadas y sin espadas, hieren golpeando con sus tirsos a quienes les atacan, así las chanzas y las risas de los verdaderos filósofos estimulan y se atraen, en cierto modo, a los que no son del todo invulnerables.»

4. «Por lo que a mí toca, pienso que hay un género de temas convivales, de entre los cuales unos los proporciona la historia, en tanto que otros se pueden tomar de los asuntos que tenemos a mano, que contienen muchos ejemplos [B] varoniles y magnánimos para la filosofía, y muchos también para la piedad, y otros que provocan la emulación de hechos virtuosos y humanitarios. Si alguien consiguiera instruir a los bebedores haciendo uso de ellos sin infundir sospechas, eliminaría de la borrachera sus vicios no menores. Sin duda, los que mezclan las buglosas en el vino y rocían el suelo con infusiones de verbenas y adiantos 25, en la idea de que éstos aportan a los comensales cierta alegría y amabilidad, por pura imitación de la Helena homérica 26 que, a hurtadillas, drogó el vino puro, no comprenden que también aquel mito, tras recorrer un largo [C] camino desde Egipto, acabó por convertirse en tema de conversaciones convenientes y apropiadas, pues mientras bebían Helena les relata de cabo a rabo sobre Odiseo:

Qué acción efectuó y afrontó el vigoroso varón,

después de haberse golpeado a sí mismo con golpes indicorosos 27,

éste, efectivamente, era, según parece, el brebaje ‘analgésico’ y ‘tranquilizante’, un relato oportuno que se ajustaba a los sufrimientos y avatares del momento. Por su parte, las gentes de gusto, aun cuando filosofen de una forma directa, en tales ocasiones guían su discurso más por el camino de la persuasión que por el violento de las demostraciones. Pues sabes que, incluso Platón, cuando en su Banquete dialoga sobre el fin último, el bien primero y [D] trata en general de la divinidad, no estira la demostración ni se enceniza, tratando de hacer, según acostumbra, una presa firme e ineludible 28, sino que se atrae a los hombres con lazos más fluidos, como ejemplos y mitos.

5. »E incluso las indagaciones mismas deben ser más fluidas, las cuestiones comprensibles y las preguntas procedentes y nada atosigantes, para que ni angustien a los menos inteligentes ni los excluyan. Pues, al igual que es norma que los cuerpos de los bebedores se balanceen al son del baile y la danza 29, pero si les obligamos a que, puestos de pie, manejen las armas o lancen el disco, el banquete [E] no sólo será desagradable, sino también nocivo, así las indagaciones ligeras excitan armoniosa y provechosamente las almas, y, por ello, hay que suprimir las conversaciones de ‘pleitistas’ y ‘enredalotodo’, en palabras de Demócrito 30, quienes, al extenderse en temas atosigantes y enrevesados, fastidian a los asistentes. Pues es preciso que, como el vino, la conversación sea también algo común de lo que todos participen. En cambio, los que suscitan tales cuestiones en nada se mostrarían más oportunos para la convivencia que la grulla y la zorra de Esopo 31. Esta última, derramando un graso puré de legumbres sobre una roca lisa, 〈convidó a la grulla, quien no se banqueteó〉, sino que hizo el ridículo, pues por su fluidez escapaba el puré a su largo pico. Por ello, la grulla, a su vez, le devolvió [F] la invitación, ofreciéndole la cena en una redoma de cuello largo y estrecho, de modo que ella podía introducir fácilmente su pico y saborearla, y la zorra, en cambio, como no podía, recibió la invitación merecida. Así, en efecto, cuando los filósofos, zambulléndose en cuestiones sutiles y dialécticas durante la bebida, importunan a la mayoría, incapaz de seguirles, ésta, entonces, se entrega a ciertas [615A] canciones, relatos hueros y conversaciones de tiendas y plazas, y acaba por perderse la finalidad de la reunión convival y Dioniso resulta injuriado. Pues, como a Frínico y Esquilo, al conducir por primera vez la tragedia al terreno de los mitos y lo patético, se les censuró con lo de: ‘¿Qué tiene que ver esto con Dioniso?’ 32, así a mí al menos se me ocurrió a menudo decir a los que arrastran al banquete al 33‘Dominante’ ‘¡Hombre! ¿Qué tiene que ver esto con Dioniso?’ Porque cantar lo que llaman ‘escolios’ 34, puesta en medio la cratera y distribuidas las coronas 35 [B] que el dios nos coloca como si nos hiciera libres, quizá 〈sería razonable; pero, en cambio, servirse de conversaciones atosigantes durante la bebida〉 no es ni hermoso ni propio de los banquetes.

»Puesto que efectivamente, según se dice, los escolios no eran un género de cantos compuestos de forma oscura 36, sino que, en primer lugar, todos en común cantaban una oda al dios entonando un peán al unísono y, en segundo lugar, cada uno por turno, cuando se le pasaba una rama de mirto 37, que llamaban ‘ésaco’ 38, creo, por cantar el que la recibía, y como luego cuando circulaba la lira la cogía el instruido y cantaba a sus acordes, mientras que los ignorantes no la aceptaban, se le llamó escolio en razón de que el canto no era común a todos ni fácil. Otros, en cambio, afirman que la rama de mirto no avanzaba por orden, sino que se pasaba de lecho a lecho, uno por uno, pues el primero, finalizado su canto, se la remitía [C] al primero del segundo lecho y aquél al primero del tercero; luego, igualmente, el segundo al segundo, y, en razón de lo retorcido y sinuoso del itinerario, según parece, se le llamó escolio.»

Obras morales y de costumbres (Moralia) IV

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