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CUESTIÓN CUARTA

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[620A] De cómo debe ser el simposiarco

Conversan PLUTARCO, CRATÓN y TEÓN

1. Cratón, mi yerno, y Teón 83, mi amigo, como en un banquete dieran comienzo unos excesos debidos al vino, enseguida eliminados, entablaron conversación acerca de la simposiarquía 84, y pensaban que era mi deber, por llevar corona 85, no permitir que una vieja costumbre se eclipsara completamente, sino reclamar y restablecer de nuevo la acostumbrada presidencia del cargo en los banquetes y su etiqueta. Y los demás también estaban de acuerdo en esto, de modo que se produjo un murmullo de aprobación por parte de todos y una invitación a ello. «Pues bien, [B] dije yo, como todos estáis de acuerdo en esto, me elijo a mí mismo vuestro simposiarco y ordeno a los demás beber en este momento como quieran, pero a Cratón y Teón, instigadores y autores del decreto, exponer con brevedad, a modo de esbozo, qué cualidades debe tener el que va a ser elegido simposiarco y qué fin se propondrá el elegido en su mandato y cómo dispondrá lo relativo al banquete, pero les dejo a ellos repartirse por turno el uso de la palabra.»

2. Pues bien, ante la petición se hicieron rogar un poco; pero, como todos les pedían que obedeciesen al presidente e hiciesen lo ordenado, Cratón dijo, el primero, que el [C] jefe de los guardianes debe ser el mejor guardián, según afirma Platón 86, y el de los comensales el mejor comensal. «Y es tal, si no es presa fácil de la embriaguez ni renuente al beber, sino, como Ciro decía en su carta a los lacedemonios, que era más apto para reinar que su hermano, entre otras cosas porque soportaba bien mucho vino puro 87. Pues el que se excede bebiendo, es insolente e incorrecto, pero, a su vez, el que es por completo abstemio, es desagradable y más adecuado para hacer de pedagogo que de simposiarco. Pericles, por su parte, cada vez que era elegido general y volvía a tomar la clámide, ante todo [D] solía decirse a sí mismo a modo de advertencia: ‘Mira, Pericles, a libres gobiernas, a griegos gobiernas, a atenienses gobiernas’ 88. Y que nuestro simposiarco se diga a sí mismo esto: ‘a amigos gobiernas’, para que ni tolere que se actúe incorrectamente ni suprima los placeres. Y también debe ser el que hace de jefe, cuando se bebe, amigo de la seriedad y no ajeno a la diversión, sino una especie de mezcla equilibrada para ambas cosas, pero tirando un poco más por naturaleza, como un vino selecto, a la seriedad, ya que el vino llevará su carácter a un término medio, al hacerlo más suave [E] y rebajarlo; pues como Jenofonte decía de Clearco que su aspecto sombrío y rudo se mostraba en los combates, al contrario, dulce y radiante a causa de su animosidad 89, así el que no es agrio por naturaleza, sino respetable y serio, al relajarse con la bebida, se hace más dulce y amable. Debe además, sin duda, añadírsele el que sea un experto conocedor de cada uno de los bebedores, de qué cambios experimentan con el vino, a qué emociones son propensos y cómo soportan el vino puro, para que no sirva lo mismo por cotila ni por ciatos 90, sino lo apropiado y adecuado a cada uno, de acuerdo con el momento y la [F] resistencia del cuerpo (pues no existe una mezcla distinta de vino con distinta agua, de la que ahora vierten más, ahora menos los escanciadores 91 reales que la conocen, en tanto no existe una fusión particular del hombre con el vino, que a un simposiarco conviene conocer y, conocida, observarla, para que, como un músico, tensando a uno con la bebida, a otro en cambio aflojando y restringiendo, traiga las naturalezas de la discrepancia a la adecuación y armonía).

»Pero si esto, desde luego, es difícil, en todo caso conviene [621A] al simposiarco conocer lo común a las naturalezas y edades: como que los viejos se emborrachan más rápidamente que los jóvenes, los que se excitan más que los sosegados, los melancólicos y meditabundos más que los animosos y alegres, y los que no viven ni desenfrenada ni libertinamente más que los licenciosos, y conociendo esto, uno regiría la compostura y concordia de un banquete mejor que el que lo desconozca. Y que, al menos, el simposiarco debe comportarse familiar y amistosamente con todos y no ser falso ni odioso a ninguno de los convidados, es sin duda evidente para todos, pues ni será soportable cuando dé órdenes, ni ecuánime cuando sirva, ni tampoco irreprochable cuando gaste bromas. Tal te lo entrego yo, [B] Teón, dijo, el presidente del banquete, después de haberlo moldeado como con la cera del discurso» 92.

3. Y Teón dijo: «Bien, acepto al hombre tan bien acabado y convival. Pero si me valdré de él a propósito y no mancillaré tu obra, no lo sé. Sin embargo, me parece que siendo tal nos mantendrá el banquete atemperado y no permitirá que se convierta ahora en una asamblea democrática, ahora en la escuela de un sofista, luego en una timba, después, quizá, en un escenario y estrado. ¿Pues es que no veis a unos actuar como demagogos y sostener procesos [C] durante la cena, a otros estudiar y leer algunos de sus escritos y a otros presidir certámenes de actores y bailarines? Alcibíades y Teodoro hicieron del banquete de Pulición un lugar de iniciación 93 al parodiar las funciones del portaantorcha y del hierofanta; nada de lo cual, pienso, ha de permitir el que actúe como jefe, sino que concederá un sitio sólo a aquellas conversaciones, espectáculos y bromas que cumplan con la finalidad del banquete, y esto sería producir en los presentes, por medio del placer, un robustecimiento o el origen de una amistad; pues el banquete es un entretenimiento con vino que por el encanto acaba [D] en amistad. Y como lo puro es en todas partes empachoso y muchas veces perjudicial, en tanto que la mezcla, a las cosas en las que aparece con oportunidad y mesura, les suprime el exceso con el que daña lo útil y molesta lo agradable, es claro que el presidente presentará también a los que beben un entretenimiento variado.

»En consecuencia, prestando oídos a muchos que dicen que una navegación junto a tierra y un paseo junto al mar son muy agradables, así pondrá la broma al lado de la seriedad, para que los que son bromistas, de algún modo, se las tengan con algo serio, y, a su vez, los que son serios se animen, como los que se marean al ver de cerca la costa 94.

»Pues también es posible servirse de la risa para muchas cosas serias y procurar una seriedad agradable [E]

como entre cardos y la áspera gatuña

nacen flores de delicadas violetas blancas 95.

»Y cuantas bromas sin dignidad irrumpen escandalosamente en los banquetes, exhortará cuidadosamente a los bebedores a evitarlas, no sea que introduzcan, sin darse cuenta, lo mismo que el beleño en el vino, la insolencia entre ellos con esas famosas órdenes insultantes, al mandar [F] cantar a los tartamudos o peinarse a los calvos o bailar a los cojos: así, por vejar a Agamestor 96, el académico, que tenía una pierna flaca y atrofiada, los comensales ordenaron a todos apurar su copa manteniéndose sobre el pie derecho o pagar una multa. Y cuando le llegó a él el turno de mandar, ordenó a todos beber tal como le vieran a él: y, traída una vasija vacía, metiendo en ella su pie lisiado, apuró la copa, en tanto que todos los demás, como a pesar de intentarlo les era evidentemente imposible, pagaron, a su vez, la multa. ¡Oportuno, en efecto, Agamestor!, y hay que hacer así de benévolas y jocosas [622A] las venganzas, y hay que acostumbrarse a servirse de órdenes para placer y provecho, ordenando cosas apropiadas, posibles y decorosas para quien las realice: a los cantantes cantar, a los retóricos hablar, a los filósofos resolver cualquier dificultad, a los poetas ofrecer versos, pues grata y animosamente cada uno se deja llevar allí:

donde él resulte superior a sí mismo 97.

»El rey de los asirios, efectivamente, anunció por un heraldo un premio para quien descubriera un nuevo placer 98. A su vez, el rey de un banquete debería proponer [B] un premio y recompensa distinguidos al que introdujera una broma inofensiva, un goce útil y burla compañera no del desdoro e insolencia, sino del encanto y amabilidad, cosas en las que la mayoría de los banquetes naufragan, cuando no encuentran un maestro adecuado99. Y es de hombres prudentes guardarse de la enemistad y rencor procedentes en el ágora de la ambición, en gimnasios y palestras de la rivalidad, en los cargos y honores de la ambición y en el banquete y durante la bebida de las bromas.»

Obras morales y de costumbres (Moralia) IV

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