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CUESTIÓN SEGUNDA

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De si el que agasaja debe recostar personalmente a los invitados o depende de ellos mismos el hacerlo

Conversan TIMÓN, el PADRE DE PLUTARCO, PLUTARCO, LAMPRIAS y otros

1. Mi hermano Timón 39, con ocasión de dar un banquete a un gran número de personas, rogaba a cada uno de los que entraban que se colocara donde quisiera y se recostara, [D] a causa de que los invitados eran forasteros, conciudadanos, amigos, parientes y, en general, de toda clase. Cuando ya los asistentes, según lo previsto, eran muchos, un forastero como un emperejilado de la comedia 40, más chabacano aún por su atuendo presuntuoso y su comitiva de esclavos 41, llegó hasta las puertas de la sala, dirigió en derredor una mirada a los que estaban echados y no quiso entrar, sino que dándose la vuelta se retiraba. Y como se apresurasen tras él muchos, dijo que no veía digno de él el sitio que quedaba. En vista de ello los que estaban echados pedían con mucha risa,

que le despidieran de la casa con saludos y palabras de

buen agüero 42,

pues, efectivamente, había muchos que se habían pasado [E] un poco en la bebida.

2. Y cuando lo concerniente a la cena tocaba a su fin, mi padre 43 dirigiéndose a mí, que estaba echado más lejos, dijo: «Timón y yo te hemos hecho juez de nuestra disputa; hace rato, en efecto, que le vengo regañando a causa del forastero. Pues si hubiera dispuesto desde el principio, como yo le aconsejaba, los lechos, no hubiéramos estado sometidos a una rendición de cuentas por desorden ante un hombre experto:

en ordenar carros y hombres escudados 44.

»Cuentan también, por cierto, que el general Paulo Emilio, cuando, tras aplastar a Perseo en Macedonia 45, celebraba festines haciendo gala de un orden admirable en todo y de una magnífica disposición, dijo que correspondía [F] al mismo varón darle a la tropa la formación más temible y al banquete la más agradable, pues ambas cosas conciernen a la buena organización. Y el poeta suele denominar ‘ordenadores de pueblos’ 46 a los mejores y más regios. [616A] También vosotros 47, sin duda, afirmáis que el gran dios, gracias a la buena disposición transformó el desorden en orden, sin suprimir nada de lo que existía, ni añadirle nada, sino que, con sólo colocar cada cosa en el lugar conveniente, consiguió, para la naturaleza, de la más informe la más hermosa figura. Pero estas cosas tan respetables e importantes las aprendemos de vosotros. Por nuestra parte, vemos que incluso el dispendio en las cenas no tiene nada de agradable ni de distinguido, si no participa de una organización. Y es, por ello, ridículo que, por un lado, importe tanto a los cocineros 48 y a los que atienden la mesa qué servirán primero o segundo o en medio o al final y que, ¡por Zeus!, haya un lugar y disposición para el perfume, [B] las coronas y la citarista 49, en el caso de que esté presente, y que, por otro, en cambio, tras recostar a los invitados al tuntún y como salga, se les eche de comer, sin conceder ni a la edad ni al cargo ni a cualquier otra prerrogativa el puesto adecuado —en el que es distinguido el de primer rango, se habitúa el de segundo—, ni se ejercita el que organiza en orden a la elección y buen tino de lo conveniente. Pues no hay un asiento ni un puesto preferentes para el mejor, en tanto no hay un lecho en el banquete. Ni el que da el banquete brindará 50 a la salud de uno antes que a la de otro, en tanto mire de lado las diferencias en lo tocante a los lechos, descubriendo ya desde su inicio al banquete como la llamada ‘una sola Mícono’» 51. En resumen, tal era la causa que defendía mi padre.

[C] 3. Por su parte, mi hermano dijo que no era más sabio que Bías 52, de suerte que, mientras aquél rehusó el arbitraje entre dos amigos, se convirtiese él mismo en juez de tantos familiares y, a la vez, de tantos amigos, para decidir no sobre dinero, sino sobre primacías, como si los hubiese invitado no con el fin de testimoniar su amistad a los íntimos, sino con el de importunarlos. «Excéntrico, sin duda, dijo, y proverbial fue Menelao 53, si se convirtió, de hecho, en consejero sin ser invitado; pero es más excéntrico el que, en lugar de anfitrión, se hace juez y árbitro a sí mismo de personas que no se han puesto en sus manos, ni están sujetas al juicio de quién es mejor que quién o peor. Pues no se han presentado a una competición, sino [D] que han venido a una cena. Pero es que ni siquiera es fácil la decisión, ya que unos se diferencian por la edad, otros por su poder, otros por la amistad y otros por el parentesco, sino que es preciso, lo mismo que quien se ejercita en una argumentación comparativa, tener a mano los Tópicos 54 de Aristóteles o los Dominantes 55 de Trasímaco, sin que por ello se obtenga utilidad alguna, sino que se traslada a los banquetes la vana reputación desde el ágora y los teatros, y, mientras se intenta alejar las demás pasiones merced a la convivencia, se vienen a restaurar esos humos y pienso que conviene que, una vez se los hayan lavado por completo del alma, mucho más que el barro de los pies, se comporten entre sí durante la bebida con naturalidad y sencillez. Y he aquí que, mientras intentamos [E] suprimir de los invitados la enemistad procedente de cualquier resentimiento o dificultad, la inflamamos y reavivamos de nuevo mediante la rivalidad, al humillar a unos y ensalzar a otros. Pero es que si a la distribución de lechos 56 acompañan brindis y servicios demasiado continuados, amén de intimidades e interpelaciones, se nos convertirá completamente en un banquete de sátrapas más que de amigos. Y si en lo demás guardamos la igualdad entre los hombres, ¿por qué no, comenzando de una vez por aquí, les acostumbramos a recostarse uno junto a otro sin humos y sin afectación, porque ven ya desde las puertas [F] que la cena es democrática y no posee un sitio privilegiado, cual acrópolis, en el que recostado el rico se envanezca ante los más humildes?»

4. Y cuando también esta opinión se expresó y los presentes reclamaban la sentencia, declaré yo, elegido árbitro, no juez, que caminaría por la vía de en medio. «Efectivamente, dije, cuando se dé un banquete a jóvenes, conciudadanos y amigos, hay que acostumbrarles a que, como [617A] dice Timón, haciendo ellos del buen humor un hermoso viático de la amistad, se asignen el lugar que encuentren sin afectación y sin humos. Pero si filosofamos entre forasteros o magistrados o ancianos, temo que demos la impresión de introducir con una enorme indiferencia los humos por la puerta lateral, mientras tratamos de impedirles la entrada por la principal. En esto se ha de dar su parte a la costumbre y a la norma. O eliminemos los brindis y las interpelaciones, con cuyo uso precisamente honramos no al primero con quien topamos ni indiscriminadamente, sino sobre todo, como es tradición:

con asientos, carnes y más copas 57,

según dice el rey de los griegos, quien pone en destacado [B] honor al orden. Elogiamos también a Alcínoo, por sentar al forastero junto a sí:

levantando a su hijo, al corajudo Laomedonte,

que cerca de él estaba sentado y a quien especialmente

amaba 58.

Pues el sentar al suplicante en el lugar de la persona amada es delicadamente correcto y humanitario. E, incluso, entre los dioses existe una distinción tal. Pues, efectivamente, Poseidón, aun cuando se presentó el último a la asamblea:

tomaba asiento, como es natural, en medio 59,

por ser éste el lugar que le correspondía. Y Atenea aparece ocupando el sitio distinguido, cercano siempre a Zeus. Además, también esto lo deja entrever el poeta, por lo que dice sobre Tetis:

[C] y ésta, como es natural, se sentaba junto al padre Zeus,

y Atenea le hizo sitio 60,

y expresamente Píndaro dice:

Del rayo que respira fuego

ella muy cerca sentada 61.

»Sin embargo Timón dirá que, por asignárselo a uno solo, no hay que quitarle a los demás su honor. Cosa que precisamente parece hacer él más bien. Pues lo quita el que hace común lo privado (y privado es lo de cada uno según su mérito) y otorga a la carrera y a las prisas el premio debido al mérito, al parentesco, al cargo y a prerrogativas tales 62. Y dando la impresión de rehuir el causar molestias a los invitados, más contra sí las concita, pues los molesta al privar a cada uno de su honor habitual. Por lo que a mí respecta, no creo que sea demasiado difícil lo tocante a la selección, porque, en primer lugar, [D] no es fácil que concurran muchos rivales en méritos en una invitación; después, como son numerosos los sitios de honor, si alguien es capaz de tener buen tino, no hay envidias en el reparto, siempre que dé a cada uno de los llamados ‘respetables’ este sitio porque es el primero, ese otro porque es el central, aquél porque está a su lado o junto a un amigo o familiar o su maestro, y a los demás regalos y amabilidad, [un sosiego sin molestias más que el honor]. Pero, en el caso de que los méritos sean indiscernibles y los hombres quisquillosos, mira qué ardid empleo. En tal caso, a mi padre, si estuviera presente, llevándomelo al sitio más distinguido, lo recuesto, y si no, al abuelo o al suegro o al hermano de mi padre o a alguno de los que [E] poseen ante quien los recibe una preeminencia de honor reconocida y peculiar, tomando este precepto de los que están establecidos en Homero. Pues allí también, por cierto, Aquiles, al ver a Menelao y Antíloco disputar por el segundo premio de la carrera de carros 63 y temeroso de que llegaran a más en su enojo y porfía, decide conceder el trofeo a otro, aparentemente por compadecer y honrar a Eumelo, pero de hecho por suprimir el motivo de la disputa de aquéllos.»

5. Y mientras yo hablaba así, Lamprias 64, desde un lecho suplementario en el que estaba sentado, a grandes gritos, [F] como acostumbraba, preguntaba a los presentes si le permitían amonestar a un juez que desbarraba. Y como todos le rogasen que empleara la franqueza y no le compadeciese, dijo: «¿Pero quién podría compadecerse de un filósofo [618A] que distribuye sitios en un banquete, como en un teatro, entre familias, fortunas y cargos o da las proedrías de los decretos anfictiónicos 65, para que ni en la bebida escapemos a los humos? Porque ni los repartos de lechos deben hacerse de acuerdo con lo distinguido, sino con lo agradable, ni considerar la dignidad de cada uno, sino el ajuste y armonía de uno con otro, como cualesquiera otras cosas se agrupan para un solo conjunto. Pues ni el arquitecto antepone la piedra ática o la laconia a la bárbara por su buena índole, ni el pintor concede el lugar preferente al color más caro, ni el constructor de barcos prefiere [B] el pino ítsmico o el ciprés crético, sino que, como cada uno de ellos conjuntados y ensamblados entre sí deban ofrecer una obra de conjunto sólida, hermosa y útil, así los distribuyen. Y ves que la divinidad, a quien nuestro Pindaro denominó ‘el mejor artesano’ 66, no en todas partes ordena el fuego arriba y abajo la tierra, sino según lo reclamen las necesidades de los cuerpos:

Esto en las conchas habitantes del mar, de pesadas espaldas, en especial de caracolas y tortugas de pétrea piel,

dice Empédocles 67,

allí veras la tierra situada en lo más alto de la piel,

ocupando no el lugar ese que la naturaleza le da, sino el [C] que la disposición desea para la obra común. Desde luego, el desorden en todas partes es nocivo, pero cuando surge entre hombres y sobre todo cuando beben, antes que en nada revela su propia perversidad por la insolencia y otros males incontables, cuya observación previa y vigilancia es cosa de un hombre experto en la ordenación y el acoplamiento.»

6. Pues bien, nosotros dijimos que él estaba hablando rectamente y añadimos:

—¿Qué reparo tienes, entonces, en negarnos las normas tácticas y armónicas [de las que hablábamos]?

—Ningún reparo hay, dijo, si estáis dispuestos a aceptar que yo remueva y reorganice el banquete, como Epaminondas la falange 68.

En vista de ello, todos le concedimos que obrara así, [D] y éste, después de ordenar a los esclavos que se quitaran de en medio y tras mirarnos detenidamente a cada uno, dijo: «Oíd cómo os voy a ordenar entre vosotros, pues quiero explicarlo previamente. Por supuesto, me parece que también el tebano Pamenes 69 acusó a Homero, no sin razón, de inexperto en cuestiones amorosas, porque agrupó tribus con tribus, y mezcló fratrías con fratrías, cuando era preciso alinear al amante junto al amado, para que la falange, al tener en toda ella un vínculo vivo, compartiera un solo aliento. Tal también quiero hacer yo nuestro banquete, no recostando con el rico al rico, ni con el joven al joven, ni con el magistrado al magistrado y con el amigo [E] al amigo, pues esta formación es inmóvil e inútil para el aumento o nacimiento de afecto, sino que, ajustando lo apropiado al que haya menester de ello, ruego al amigo de saber que se recueste al lado del instruido, al afable junto al quisquilloso, al joven amigo de oír junto al anciano charlatán, al socarrón junto al presuntuoso y al reservado junto al irascible. Y si en algún sitio observo a un rico munificente, conduciré junto a él, levantándole de cualquier rincón, a un pobre honrado, para que, como de una copa llena a una vacía, se produzca un trasvase 70. Sin embargo, al sofista le prohíbo recostarse con un sofista y al poeta con un poeta:

pues el pobreaborreceal pobre y el aedo al aedo 71, [F]

como en este momento Sosicles y Modesto 72, aquí presentes, por frotar palabra con palabra corren el hermosísimo riesgo de avivar una gran llama. Y separo también a los aviesos, zaheridores y coléricos, interponiéndoles en medio una persona afable, a modo de cojín del intercambio de golpes. Pero reúno a los aficionados a la lucha, caza [619A] y agricultura. Pues de estas similitudes la primera es belicosa, como la de los gallos, la segunda, por el contrario, comedida, como la de los grajos. Y reúno también en el mismo sitio a los aficionados a la bebida y a los enamoradizos, no sólo, como dice Sófocles:

a cuantos sobreviene la mordedura del amorde muchachos73,

sino también a los que la sufren por causa de mujeres y muchachas, pues, caldeados por el mismo fuego, mejor se acogerán unos a otros, lo mismo que el hierro soldado, a no ser que, ¡por Zeus!, casualmente estén enamorados del mismo o de la misma.»

Obras morales y de costumbres (Moralia) IV

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