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Grupo interno

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Pichon Rivière, en el trabajo repetidamente citado (1970), discute la postura freudiana de un narcisismo primario y adhiere a los aportes kleinianos “en que se trata de relaciones sociales externas que han sido internalizadas, relaciones que denominamos vínculos internos y que reproducen en el ámbito del yo relaciones grupales y ecológicas”, y propone los conceptos de vínculo y grupo interno que define: “Estas estructuras vinculares que incluyen al sujeto, el objeto y sus mutuas interrelaciones, se configuran sobre la base de experiencias precocísimas […]. Asimismo, toda vida mental inconsciente, es decir, el dominio de la fantasía inconsciente, debe ser considerada como la interacción entre los objetos internos (grupo interno) en permanente interrelación dialéctica con los objetos del mundo exterior”.

A mi entender, este concepto de grupo interno posee una gran utilidad instrumental en tanto recoge en el mundo interno la estructura grupal –incluyendo la dimensión ecológica– en la cual todo individuo vive y permite, por consiguiente, establecer relaciones entre las respectivas configuraciones internas y externas y los dinamismos que emergen de esta interrelación. Como ya se ha manifestado, haciendo pie en el modelo conceptual freudiano del yo como residuo de identificaciones, se apoya en los aportes kleinianos en los que se propone un mundo interno de relaciones objetales internalizadas. Sin embargo, a pesar de las semejanzas y la notoria influencia que tuvieron para la conceptualización del grupo interno estos aportes, hay algunas diferencias significativas, en tanto que para dicha escuela el énfasis mayor recae en los impulsos instintivos, siendo el mundo exterior más contingente y por consiguiente modulador de lo pulsional. Asimismo, cubre el modelo propuesto por Liberman (op. cit., p. 48) de los circuitos de comunicación interna y externa y su interrelación, por ejemplo cuando este autor señala: “El efecto de la interpretación en el paciente consiste en un aumento de la comprensión de sí mismo, lo que en términos de comunicación significa incremento de la comunicación intrapersonal”. Es más, sugeriría que pensar en términos de circuitos de comunicación intrapersonal e interpersonal permitiría, en este esquema, redefinir algunos de los fenómenos que se engloban bajo la denominación de identificación narcisista o identificación proyectiva en tanto éstas podrían definirse más simplemente de acuerdo a la superposición de ambos circuitos. En tanto que, por otra parte, la posibilidad de discriminación permitiría una adecuada lectura de la realidad y, si a esto último le agregamos flexibilidad y una adecuada permeabilidad entre los circuitos, estaríamos definiendo (teóricamente) con Pichon Rivière el estado de salud como un proceso de aprendizaje de la realidad: transformar la realidad y transformarse con ella evitando la estereotipia. Creo que sin forzamientos podría coincidir con Freud (1924) cuando expresa: “Llamamos normal o ‘sana’ a una conducta que aúna determinados rasgos de ambas reacciones: que, como la neurosis, no desmiente la realidad, pero como la psicosis, se empeña en modificarla. Esta conducta adecuada a fines, normal, lleva naturalmente a efectuar un trabajo que opera sobre el mundo exterior, y no se conforma, como la psicosis, con producir alteraciones internas; ya no es autoplástica, sino aloplástica”.

La utilidad operativa de la visualización del psiquismo como grupo interno puede entenderse en términos de su empleo sin forzamiento tanto en encuadres grupales (pareja, familia, grupo terapéutico) como de encuadres individuales. Para explicar su dinámica se podría recurrir al octavo principio de Cartwright, psicólogo experimental de la escuela de Kurt Lewin, aplicado por George Bach (1975) a los grupos terapéuticos, que dice: “Los cambios en una parte del grupo producen tensión en otras partes relacionadas, la que puede ser reducida solamente eliminando el cambio o produciendo readaptación en otras partes3.”

En este orden de cosas, podría definirse la psicoterapia grupal –por supuesto que atendiendo a esta línea de pensamiento– como un proceso que permitiría a cada sujeto del grupo confrontar la estructura de su grupo interno, con las estructuras cambiantes que va adquiriendo en el camino de la resolución de los problemas-tareas esa organización ad hoc llamada grupo terapéutico. En ese sentido, esta modalidad terapéutica promueve una profunda remoción en la estructura de la personalidad de cada uno de sus miembros en la medida en que la organización grupal modifica su propia estructuración. Problema-tarea, según la define Espiro (1971 y 1973), es un problema que emerge en el campo que provoca una detención de su dinámica; y cuya detección y enunciación promueve el trabajo del conjunto para removerlo y de este modo reinicia su dinámica. Los problemas son aquellos que se oponen a las consecución de los fines compartidos por los miembros de un grupo.

La psicoterapia familiar o de pareja sería similar a la anterior –movilización del grupo interno de cada miembro a través de su confrontación con la estructura del grupo familiar– con la salvedad de que se trata de un grupo “preformado” y peculiar como es la familia.

Respecto de los encuadres individuales, la concepción libermaneana de la transferencia en su definición operacional cuestiona la inmutabilidad de los complejos a la que se refiere Roger Bastide (ver más arriba) en tanto que el vínculo transferencial está determinado no sólo por las series disposicionales (grupo interno) del paciente, sino por las características personales (¡!) del analista e incluso por el enfoque con el cual aborda al paciente. Liberman (op. cit., p. 40) lo enuncia así: “la evolución de los procesos psicoanalíticos me han puesto ante la evidencia de que, si bien el analizando, por sus ‘series complementarias’ trae al análisis cierta disposición a desarrollar determinadas transferencias y no otras, es en el ámbito en el que se desarrolla la sesión, unido a las características personales del terapeuta y al esquema referencial con el cual el paciente es abordado lo que decidirá en última instancia, las direcciones posibles del proceso analítico”.

Si se quiere, también M. y W. Baranger lo explicitan: “todos estos factores implican un concepto muy distinto y mucho más amplio de la situación analítica, donde el analista interviene –a pesar de su necesaria ‘neutralidad’ y ‘pasividad’ como integrante de parte completa. La situación analítica tiene por lo tanto que formularse no como situación de una persona frente a sí misma sino como una situación de dos personas indefectiblemente ligadas y complementarias mientras está durando la situación, e involucrada en el mismo proceso dinámico. Ningún miembro de esta pareja es inteligible dentro de la situación sin el otro” (op. cit., p. 129).

Por lo cual también puede afirmarse que la práctica psicoanalítica, concebida de esta manera, promueve la movilización del grupo interno del paciente, cuando el analista, poniendo en juego su propio grupo interno como elemento detector en la tarea de desciframiento, interactúa con el analizando en el diálogo analítico; interacción instrumentada por un definido encuadre y por la interpretación y que debe promover la movilización del estereotipo –mecanismos de defensa– en el curso del proceso terapéutico, visualizable más objetivamente a través de la formación de nuevas combinaciones estilísticas y gramaticales, tal cual lo postula Liberman.

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