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Historia del tratamiento

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MR, de 38 años, es la madre y C, de 40 años, es el padre de dos niños varones: L, de 6 años, y A, de 4 años y medio. Este último es quien presenta el síntoma motivo de la consulta. MR y C aparecen como una pareja bien constituida y bien avenida: unidos, dedicados y cariñosos con los hijos. Concurren a la consulta expresando una importante reserva por “lo psicológico”, luego de haber agotado todos los medios para solucionar el problema; incluso un fracasado intento de terapia individual del niño. De un relato más detallado del síntoma resultó que el “ensuciar el calzoncillo” era secundario a largos períodos (más de una semana) de constipación, lo que parecía configurar una encopresis por rebalsamiento. Esporádicamente aparecían también genuinos episodios encopréticos: el niño se arrinconaba en algún espacio de la casa y ponía “una cara especial”, que no podían definir; “como si se abstrajera”, mientras tenía una deposición. Solicité a los padres que comentaran con sus hijos la decisión de concurrir al tratamiento por el problema de A. Así lo hicieron y este último, curiosamente dada su renuencia al tratamiento psíquico anterior, no sólo mostró una actitud favorable sino cooperante con tal decisión. Para mí, por otra parte, constituía una forma de comprometer, aunque sea indirectamente, a todos en la tarea terapéutica. En relación con la brevedad de esta comunicación y con la índole tentativa de esta experiencia, omitiré los detalles técnicos del desarrollo de esta terapia. Sólo desearía destacar que en todo momento evité prescribir normas de conducta acerca de “la educación de los niños”, situación en la cual comprensiblemente intentaban ubicarme. A pesar de mi postura abstinente en el sentido de “consejero” pude llamarles la atención y expresar mi extrañeza cuando relataron que ambos niños dormían con un “plástico” debajo de sus sábanas a pesar de que no eran enuréticos, ni el síntoma de A había aparecido jamás durante el reposo. Este detalle me confirmaba la enseñanza de Pichon Rivière acerca de lo que él denomina rol prescripto vinculado con la excreción. Este autor señala con este nombre a la necesidad que surge en un campo social y que alguien debe asumir. También se evitaron los señalamientos personales al estilo psicoanálisis individual de cada miembro: las características que de cada uno de ellos se iban perfilando fueron visualizadas y relevadas como roles, que en los momentos de mayor tensión conflictiva adquirían modalidades polares (ver cuadro); roles que cada uno asumía, a su vez, en virtud de sus respectivas dotaciones edípicas. Es decir, a diferencia de los autores exclusivamente “interaccionistas” de la escuela de la Teoría de la Comunicación (Watzlawick y otros, 1971) en este enfoque se destaca la articulación entre el eje sincrónico –sistémico– y el diacrónico –histórico– en el interjuego de adjudicaciones y asunciones de roles. Por lo tanto, no me limité a explorar y explicitar las peculiaridades que éstos iban adquiriendo en la interacción, señalando los momentos de retroalimentación (feed-back) y los momentos de escalada simétrica o complementaria en la comunicación, sino que se iban ligando a los esclarecimientos históricos de la pareja y de cada uno de ellos. Así entiendo propendía al reacondicionamiento de su red comunicativa, que a su vez redundaría en las del grupo familiar en conjunto y en la de cada uno de sus miembros.

Cuadro de polarizaciones

Padre-marido Madre-esposa
Sometido a su propia madre por estrechos vínculos y cerradas fidelidades con la familia de origen (tipo epileptoide) Autónoma, desapegada, independencia afectiva de su familia de origen (tipo esquizoide).
Hijo de inmigrantes de un país de “bajo nivel cultural” Hija de una familia de clase media “criolla” con aspiraciones culturales
Self-made-man con resultados económicos logrados con tesón Profesional universitaria con limitado ejercicio y mínimos ingresos económicos
Constantes ansiedades de ruina, apurado, con torturantes tareas superpuestas Sentimiento de riqueza y holgura
Ordenado y exigente en las cuestiones domésticas (“¡Como su madre!”) Desordenada y abandonada (“¡Como su madre!”)
Explosivo y peleador (evacuativo) Callada y resentida (retentiva)
Sociable, simpático, “entrador” Retraída y perseguida (paranoide)
Trastornos de tipo órgano-neurótico: alergia, bronquitis, dispepsias Operada de nódulo frío de tiroides

Este entrecruzamiento entre el eje diacrónico y sincrónico puede visualizarse a través del cuadro de polarizaciones. Este cuadro admite una lectura de las columnas en sentido vertical y horizontal. Cuando se lo lee en sentido vertical surgen las características de un determinado cuadro nosológico. Por ejemplo, en el caso del padre-marido se evocan los diagnósticos de personalidad infantil, rasgos depresivos y obsesivos. En el caso de la madre-esposa aparece nítidamente un cuadro esquizoide.

En cambio, la lectura en sentido horizontal permite poner en evidencia el funcionamiento vivo de estas estructuras en la dinámica de la interacción entre ambos detectada a través del proceso terapéutico.

Del desarrollo del tratamiento de siete meses de duración total, a razón de una hora semanal de 60 minutos, puede decirse en forma sintética que se trabajó acerca de actitudes retentivas y consecutivamente expulsivas en el terreno de la comunicación: así, por ejemplo, ante el relato vinculado con una persona de servicio que durante años se había ocupado del cuidado de los niños y de quien siempre sospecharon algo escondido detrás de su extraña conducta, y que finalmente fue expulsada al sorprenderla in fraganti robando, fue interpretado como la tendencia compartida en ellos de retener conocimientos de los que no es agradable enterarse, y que terminan con abruptas expulsiones. En este mismo orden de cosas, cuando a los cuatro meses de tratamiento empezó a perfilarse una remisión sintomática, coincidiendo con la aparición de un exantema, los padres lograron conseguir que un médico se lo suprimiera con corticoides, situación que me permitió señalarles la actitud poco continente con los excrementos: en realidad con el producto de su desplazamiento, el exantema que había salido por la piel, en el momento en que había empezado a manejar mejor su esfínter anal. Finalmente, y cuando ya el síntoma había desaparecido en forma sostenida, en un momento en que los cuatro miembros del grupo familiar estaban reunidos en un viaje de automóvil, A les relata que la ya aludida señora que los cuidaba a él y a su hermano, reiteradamente “jugaba” con ellos, descubriendo sus zonas pudendas, se las hacía mirar y les pedía que “le besaran los pelitos”. L, el hermano mayor, confirma la veracidad del relato con el rubor de su rostro, bajando la cabeza avergonzado como respuesta ante el reclamo angustioso de la madre. El relato en la sesión de este episodio se realizó en un intenso clima emocional, situación que no me permitió registrar e investigar en todas sus consecuencias el rubor subido de la madre, que asigné a una justificable indignación, sin asociarlo con el exantema de A ni con el rubor de L. Dado que el momento del relato de este episodio iba acompañado de una franca mejoría sintomática, pude señalarles que por lo que me habían contado ya no era necesario “retener” ese secreto, vivido como retener excrementos. Además y aunque no resultara fácil, podían decirse cosas entre ellos y esclarecer episodios que antes sólo aparecían como sospechas; que se podían equiparar a las manchas del calzoncillo, consecuencias de la retención.

Previamente a este episodio, A, que había mostrado una sorprendente actitud de cooperación con el tratamiento que hacían los padres, cooperación que se expresaba a través del interés en la concurrencia de ellos al consultorio, repentinamente solicita a los padres que dejen de concurrir. Este inexplicable cambio en su actitud aparece retrospectivamente comprensible en términos de resistencia, cuando produce su relato-confesión en el auto, luego de que sus padres rehúsan obedecerlo en su imperiosa demanda, y continúan concurriendo a la terapia. Puede entenderse como un último reducto defensivo a la emergencia de la información esclarecedora.

Concomitantemente, y tal como lo había esperado de acuerdo a mi hipótesis de abordaje, en esta pareja tan bien avenida aparecieron y pudieron esclarecerse y explicitarse viejos y actuales resentimientos mutuos. Estos giraban en torno al intenso apego de C a su familia de origen, en la cual una madre dominante, “castradora” y “asesina” ocupaba el lugar central de la escena; y al desapego de MR con su propia familia de origen en la que descollaba un padre “cruel”, “egoísta” y “asesino”. En efecto, para C su manipuladora madre había ejercido sobre su padre, descrito como sometido, apocado, “humilde trabajador” un aplastante dominio que lo llevó a la muerte; dominio extendido también hacia su única hermana y del cual él creía haberse sustraído. A su vez MR atribuía a la despótica e irracional crueldad de su padre la muerte de su “sufrida madre”, y fundaba su desapego hacia él y los demás miembros de su familia en esta razón, a pesar de ser ella claramente la preferida edípica de aquél. Dada la sorprendente coincidencia del elemento “asesino” en ambas constelaciones edípicas, no sería del todo aventurado admitir la hipótesis de una correspondencia entre estos personajes envueltos en la trama familiar y la aludida señora, “chivo emisario” de la mencionada trama, a través de la cual se ponía en escena un carácter común y peculiar en las constelaciones edípicas de ambos miembros de la pareja parental y, por lo tanto, reforzado de la escena primaria, es decir, la característica sádico-asesina de ésta. La actividad de seducción de la “cuidadora” a sus “cuidados” se constituía así en el soporte significante del significado especial aludido.

Cabe preguntarse ahora acerca de la relación entre el síntoma –constipación, encopresis por rebalsamiento y genuina encopresis– y la conjeturada configuración edípica descripta implícita en la trama familiar. Siguiendo en el terreno de las conjeturas podrían señalarse varios factores:

1. reforzamiento constitucional de la libido anal;

2. el trauma sexual;

3. aptitud del síntoma para representar simbólicamente vicisitudes tales como retención del secreto, lo sucio, lo erótico-agresivo;

4. actividad autoerótica: “poner cara especial”.

Sin embargo, sin excluir estos posibles factores y seguramente muchos más no enunciados, la línea que preconizo en este trabajo apunta a señalar la función del síntoma como emergente del sistema. Como lo señala Pichon Rivière dicho emergente se concentra en el miembro más fuerte y el más débil de la trama en tanto aparece como el más permeable del sistema a las depositaciones conflictivas y el más fuerte en tanto representa el potencial de cambio del mismo. Como el elemento que provoca tal desequilibrio en el medio familiar que convoca a la movilización de sus miembros en búsqueda de un nuevo equilibrio, cuyo resultante puede encaminarse tanto en la dirección de un cambio con un reacondicionamiento del sistema o en la dirección de la resistencia al cambio tal cual lo prescribe el ya aludido octavo principio de Cartwright. La intervención terapéutica se inserta en este punto a favor del primer término de la alternativa. Esto implica el establecimiento de un nuevo equilibrio basado en la disolución de los secretos y el concomitante descubrimiento y aceptación de la hostilidad asesina, con los consiguientes temores y culpas en la trama familiar. Lo sucio, el secreto, concretamente expresado y develado del síntoma de uno de los miembros del sistema circula al ámbito matrimonial y aparece en términos de conflictos interpersonales.

De acuerdo con el espíritu conjetural de estas observaciones, esta experiencia y su intento de explicarla aspiran solamente a constituirse en una proposición a una actividad psicoterapéutica cada vez más difundida; proposición que requerirá nuevas experiencias que las validen o refuten.

En tanto la remisión del síntoma fue completa y estable, se inició el proceso de terminación del tratamiento, que incluyó, a sugerencia mía, un estudio psicodiagnóstico realizado por un psicoanalista de niños que arrojó un informe favorable respecto a la resolución del síntoma, aunque no promisorio respecto a la estructura de la personalidad y su evolución4.

Dada la utilización en este trabajo de términos y conceptos que parten de la teoría de la comunicación, sería útil destacar la fundamental diferencia que me separa de las postulaciones de esta escuela. Según sus postulaciones el interés está centrado en forma exclusiva en el circuito interpersonal limitándose al registro de las entradas (input) y salidas (output) en el funcionamiento del circuito, desechando por míticas todas las cuestiones referidas al circuito intrapersonal que en una comparación con artefactos tecnológicos se denomina genéricamente caja negra. Por el contrario, en este trabajo no se desecha el estudio de la configuración peculiar de la red de relaciones interpersonales, la distribución y el desempeño de los roles, sino que se conectan con los determinantes intrapsíquicos que son lo que le proveen singularidad.

Con respecto al psicoanálisis, mi diferencia sólo aparece cuando se pretende aplicar sus conceptos al abordaje multipersonal forzando, a mi juicio, el objeto de estudio. La consecuencia de esta postura conlleva también a una distorsión o extensión de términos analíticos más allá de sus ambigüedades dentro del propio esquema referencial psicoanalítico.

En este caso no se le concede importancia o es irrelevante la discriminación entre la red intrapersonal e interpersonal, por lo cual tampoco se hace necesario encontrar una noción articuladora como la que propongo en este trabajo al considerar el grupo interno, y que a mi entender permite un retorno de los conceptos psicoanalíticos más enriquecedores y menos distorsionados, diluidos o forzados.

El grupo interno

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