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Introducción

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Una conjetural continuidad con el pensamiento de Enrique Pichon Rivière

Cada autor tiene su propia y recóndita motivación para escribir. En mi caso siempre surgió de la necesidad de procesar y decantar la experiencia teórica y práctica, y su mutua interacción. En ocasiones fue también el asombro y la urgencia de documentarlo. Cuando uno escribe –en la solitaria intimidad de su escritorio– se enfrenta con su reflexión más sincera e intenta poner a prueba las fortalezas y debilidades de esa reflexión. Puede entonces ponderar cuánto uno “repite” en forma mimética los conceptos “aprendidos” de los libros y los maestros o, por lo contrario, cuánto uno está interesado en “masticar” y “digerir” esos conceptos para hacerlos propios; o, contrariamente, puede descartar los más indigestos. Otro ingrediente de la temática motivacional se sustenta en el andarivel de la afectividad: en el reconocimiento a los maestros de los cuales uno se siente deudor, así como del fértil y efervescente clima cultural del ámbito psicoanalítico local en el cual tuve la fortuna de formarme. En este marco, el libro Grupo interno. Psiquis y cultura, por otra parte títulos de dos capítulos centrales del mismo, puede considerarse un testimonio –por supuesto– estrictamente personal del psicoanálisis de esa época y de ese entorno intelectual. Pero tampoco se puede ocultar otra razón, y esta vez de índole práctica, que justifica emprender la ardua tarea de armar un libro. Los trabajos científicos de un autor publicados en diversas revistas especializadas o de divulgación a lo largo de una dilatada práctica psicoanalítica suelen quedar aislados unos de otros, o subsumidos en el contexto propio de cada una de esas revistas. En cambio, seleccionar algunos de esos trabajos y ordenarlos en un libro, conlleva la esperanzada posibilidad de lograr cierta coherencia y unidad de pensamiento; y la deseable, aunque azarosa expectativa de que dicho pensamiento pueda contener, finalmente, algún aporte de utilidad para la disciplina psicoanalítica. En mi caso, sospecho que dicho aporte sería el rescate de algunas líneas de pensamiento originales que caracterizaron un momento altamente conspicuo de la producción psicoanalítica del Río de la Plata. Y también un desarrollo de aquellas ideas que quedaron en estado embrionario o simplemente con gran potencial de desarrollo. Me sitúo entre los años 50 y 80 del siglo pasado, cuando numerosos cultores siguieron las enseñanzas de Enrique Pichon Rivière. Precisamente el título de este libro, Grupo interno. Psiquis y cultura contiene cierta resonancia con la singular postura psicoanalítica prevalente de este autor; postura que podría sintetizarse con el sugestivo nombre de un brevísimo e imperdible trabajo suyo: Implacable interjuego del hombre y el mundo. Sus enseñanzas partieron desde esa cosmovisión psicosocial y multidisciplinar que luego recogieron y desarrollaron, enriquecidas en diversas direcciones, autores del calibre intelectual de José Bleger, David Liberman, Willy y Madeleine Baranger, Ricardo Avenburg y Horacio Etchegoyen, entre muchos otros.

El hombre en su medio sociocultural, concepción solidaria con la visión del psiquismo como grupo interno, es la idea directriz que subyace en forma implícita o aflora en forma explícita en cada capítulo; y explora la viabilidad de sostener la afirmación de que la disciplina psicoanalítica constituye la “vía específica” para el abordar y explicar –en el nivel individual– el “infortunio ordinario”, así como sostener que ese infortunio es el resultado inevitable de habitar tal medio. Estos son los términos con que Freud concluye el último párrafo de su capítulo Psicoterapia de la histeria en Estudios sobre histeria y que define como “condiciones y peripecias de la vida”. Si el mencionado infortunio constituye el hallazgo que se esconde detrás de los síntomas, o es directamente la expresión del padecimiento, debemos plantearnos la pregunta acerca de su entidad. Y esa entidad está determinada por la complejidad de la vida en la cultura, correlativo al desarrollo superlativo (en relación a otras especies del mundo biológico) de un psiquismo encargado de los esfuerzos adaptativos más o menos exitosos para sobrellevar la vida en ese medio. Para dar una imagen esquemática y harto incompleta de esta proposición diría que, en el reino animal, para cumplir el mandato biológico de la autoconservación y la reproducción en el mundo de la naturaleza, la dotación instintiva es lo fundamental y el “psiquismo” (si es legítimo denominarlo así) puede ser más o menos rudimentario. En cambio, en la especie humana, para cumplir el mismo mandato biológico, pero en el ámbito sociocultural, sobre esos mismos cimientos instintivos debe instalarse todo el enorme e intangible edificio del psiquismo. Así, siguiendo el énfasis que Freud (1926) da a la prematuridad y al consiguiente desamparo del neonato humano, se plantean las peculiares condiciones diferenciales de la especie humana en relación a otras especies biológicas; condiciones que lo condenan a someter a sus instintos a trasformaciones radicales y entregarse al azar de una crianza prolongada y llena de vicisitudes, obligadamente diversas de un individuo a otro. Esta crianza implica aprendizaje, y el aprendizaje consiste en la incorporación en nuestro psiquismo de las representaciones del mundo sociocultural, y de los esfuerzos para intentar perfeccionar una convivencia estructuralmente imperfecta –en tanto “construcción” del colectivo humano– entre las personas y los pueblos. Acerca de la inevitabilidad del mencionado infortunio, Freud solía emplear una irónica frase respecto de la crianza que rezaba más o menos así: con la educación se provee al niño de una guía turística del ecuador cuando se trata de emprender un viaje por el polo. De este modo, cuando él toma la decisión metodológica de interrogar las “problemáticas de la vida” de sus pacientes, llámense infortunio ordinario o condiciones y peripecias de la vida, dejando de lado el abordaje biológico propio de la tradición médica, da el paso decisivo para que el psicoanálisis se convierta en la vía específica para tratar y explicar el citado infortunio ordinario.

Atendiendo al calificativo “conjetural” referido a la continuidad con el pensamiento de E. Pichon Rivière, debiera agregar además el de “improbable”. Él era un creador único y original; y un hombre genuinamente librepensante sin ataduras dogmáticas que, con naturalidad, incursionó en una gran diversidad de intereses culturales; entre ellos los artísticos, deportivos, políticos y sociales; además de su condición de inagotable innovador en psiquiatría y psicoanálisis. Lamentablemente su fecunda creatividad no siempre coincide con su obra escrita; obra que no alcanza, a veces, a dar la cabal sensación que, en cambio, podía dar su fértil palabra de maestro. Pareciera que la trasmisión de sus enseñanzas transitaron más por el canal del contacto personal y verbal que por el canal de la escritura; y que, no obstante, la potencia de esas enseñanzas hicieron posible que varias generaciones de psicoanalistas, aun muchos de ellos sin conocerlo personalmente, se sintieran beneficiarios o discípulos del “maestro”. A despecho de la señalada imperfección de su obra escrita pueden, sin embargo, rescatarse de ella algunos temas que, aún en estado embrionario o con gran potencial de desarrollo, resultaron anticipatorias de las candentes problemáticas de nuestra disciplina que son materia de debate –o deberían serlo– de los tiempos que corren. Personalmente intuyo que el debate que se aproxima en el campo de nuestra disciplina estará, a grandes rasgos, dividido entre aquellos que consideran al psicoanálisis una disciplina autónoma y autosuficiente y que por esa razón apuntan su principal preocupación a tratar de destilar la especificidad del psicoanálisis o la identidad psicoanalítica, y aquellos otros que atienden y legitiman la diversidad de los aportes y centran su mayor preocupación en la operatividad; y, por consiguiente, en la optimización de todos los recursos científicos para el abordaje del sufrimiento humano; recursos en los que el psicoanálisis actualizado deberá ocupar un lugar preeminente. Sin desmedro del valor que asigno al trabajo de los primeros en su afán de perfeccionar los instrumentos teóricos y técnicos, me alineo decididamente entre los segundos; y creo que las nociones de ECRO (Esquema Conceptual, Referencial y Operativo) y el de Grupo Interno introducidos por Enrique Pichon Rivière son las bases doctrinales para una actualización de un psicoanálisis pluralista que vislumbro centrado en forma preponderante en la ya mencionada operatividad. Por consiguiente, aparte del enfoque psicosocial y multidisciplinario que el maestro hizo del psicoanálisis, o, más bien, producto de este enfoque, merecieron mi mayor dedicación a lo largo de varias décadas justamente sus nociones de ECRO y de Grupo Interno. Esta dedicación se verá reflejada a lo largo de las páginas del libro. Aunque Pichon Rivière nunca hizo una exposición sistemática de la noción de grupo interno, sino sólo fragmentarias menciones desperdigadas a lo largo de su obra escrita, entiendo que esa noción es la pieza clave de su pensamiento psicoanalítico y marca –a mi juicio– la trayectoria direccional de su pensamiento; trayectoria que se revela en forma explícita a través del título de su colección de obras escritas Del psicoanálisis a la psicología social (Pichon Rivière, 1971). En cambio mi intención será desarrollar una exposición sistemática de la noción de Grupo Interno; de ahí lo conjetural e improbable dado que, de alguna manera, el procesamiento de ese desarrollo me permitió transitar además un camino de retorno, esto es de la psicología social al psicoanálisis o, mejor aún, entender que entre ambas disciplinas se extiende, con los debidos recaudos metodológicos y epistemológicos, una amplia avenida de tránsito a doble mano.

Un recorrido por mi producción escrita a lo largo de un período que se remonta a principios de la década de 1970 y que llega a finales del año 2012, me sugiere cierta insistencia en algunos puntos ya mencionados de la teoría, de la clínica y posturas de opinión. Eso me conduce a dividir el libro en tres secciones. La primera sección es en mayor medida teórica, la segunda presenta testimonios clínicos a través de algunos historiales y la tercera de opinión.

Samuel Arbiser, septiembre de 2012

El grupo interno

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