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Articulación con el encuadre psicoanalítico

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Como he señalado, y es la propuesta central de este trabajo, esta noción es compatible también con el encuadre psicoanalítico clásico, especialmente visualizable en las contribuciones de D. Liberman y en las de M. y W. Baranger, cuando proponen la situación analítica como campo dinámico.

En un trabajo anterior (Arbiser, S., 1978b) expuse mi propia comprensión de los aportes de D. Liberman en psicopatología, especialmente en lo que concierne a una novedosa sistematización de ésta sobre la base de la consideración de los procesos psicoanalíticos y sus vicisitudes, visualizadas a través de la interacción terapéutica y los indicios semióticos que emanan de ella estudiando la sucesión de los diálogos analíticos. Acá agregaría también una cita de este autor acerca de los esquemas referenciales que, a mi juicio, se hace relevante cuando se concibe el proceso psicoanalítico como una interacción terapéutica entre dos personas que ponen en juego sus respectivos grupos internos (ECROS) desde sus correspondientes roles. Dice D. Liberman (1970, bis, pp. 30 y 31): “Considero, por otra parte, que pensar en términos de ‘esquema referencial’ en la manera que lo he realizado, es despojar al mismo de todo apellido famoso en la historia del psicoanálisis y preservarnos así del daño a que esto nos ha conducido. Poner apellidos al esquema referencial es algo que ha resultado nocivo para poder discutir constructivamente sobre nuestros esquemas de abordajes. El o los esquemas referenciales se ponen en actividad o se silencian según las características del caso y del momento que atraviesa el terapeuta. Considero que únicamente es posible y honesto decir con qué ‘esquema referencial’ ha estado uno trabajando, cuando se reexamina la labor efectuada. Solamente así podremos establecer o descubrir correlaciones entre nuestras ideas y las de algunos de los pioneros del psicoanálisis, más aun, quizás entonces podremos decir con qué parte de la obra de tal o cual autor que nos ha dejado enseñanzas estamos operando y con qué parte de la misma no estamos operando”.

A través de esta cita de Liberman, con la cual me siento consustanciado, puede observarse la importancia que este autor concede a la influencia recíproca que el campo social creado por la situación analítica (campo transferencial-contratransferencial) mantiene con el grupo interno del analista en su vertiente de Esquema Conceptual Referencial y Operativo.

En este orden de cosas quisiera llamar la atención en cuanto a un amplio espectro de posibilidades de investigación si se tuvieran en cuenta también las determinantes del medio social analítico (instituciones, grupos y subgrupos de pertenencia) sobre el analista y su influencia en las sesiones y en los procesos analíticos; posibilidades que, a mi entender, surgen de este enfoque que, soslayando privilegiar al individuo o a la sociedad, reclama la visualización de la interacción dinámica –también de la diferenciación– del hombre y el grupo.

Si bien la experiencia clínica expuesta admite, a mi juicio, articular explicaciones del campo psicoanalítico con explicaciones provenientes del estudio del campo social gracias al concepto instrumental de grupo interno, permite asimismo mostrar en forma desplegada lo que en el encuadre clásico psicoanalítico constituye la transferencia en sentido operacional de acuerdo con la definición que de ésta da D. Liberman, a la que ya he hecho antes mención. El grupo interno del analista (padre - madre - hijo, como roles básicos) es constantemente movilizado por el analizando en el diálogo analítico, movilización que, al provocar reacciones y ser éstas procesadas, se convierten en auxiliar de la detección del inconsciente. Esto es conceptualizado por E. Racker (1970) como contratransferencia concordante y complementaria. Entre el grupo interno del analizando y el del analista se constituye un campo dinámico en donde ambos protagonistas con sus roles bien diferenciados (esto debe ser muy claro para el analista y es parte de su responsabilidad) están sujetos a un complejo interjuego, cuyos dinamismos rebasan a veces las determinaciones volitivas de sus integrantes. Si se toma, como lo sugiere D. Liberman, la sucesión de diálogos en términos de proceso, éste puede tomar un camino terapéutico o iatrogénico, debiendo reconocerse en consecuencia la importancia de la supervisión o autosupervisión permanente en esta tarea, y no solamente en la función formadora del psicoanalista. Quiero insistir que con este enfoque el camino iatrogénico o terapéutico no depende exclusivamente de la buena voluntad de los integrantes del diálogo analítico que, como dije, están sujetos a la dinámica social que constituye el campo transferencial-contratransferencial que ambos contribuyeron a crear, en el marco del encuadre psicoanalítico. De ahí la importancia de evaluar constantemente el proceso, pudiendo tomarse para este fin herramientas conceptuales provistos por la semiótica.

Por otra parte, si se quisiera tomar como una metáfora dicha experiencia clínica, podríamos comparar a esta pareja de padres del niño con síntomas con el grupo interno de un supuesto analista rígido que no procesa sus esquemas referenciales con sus propias vivencias y su propia historia –personal y analítica–, sino que mantiene una aparente convivencia con el desconocimiento de sus desavenencias internas. Éstas, en consecuencia, y acaso forzando la comparación con la experiencia clínica en cuestión, pueden ser evacuadas dentro del campo transferencial-contratransferencial devenido por lo tanto iatrogénico, y convertir al paciente en el emergente sintomático del campo enfermante.

Para finalizar, dada la heterogeneidad de los tópicos tratados, quisiera volver a orientar al lector acerca del recorrido mental que he intentado reflejar en este trabajo. Mi punto de partida es la formación psicoanalítica tal cual se imparte en nuestro medio con unos u otros matices. El posterior encuentro con psicoterapias, especialmente con terapias multipersonales, tal cual nos ocurre a una gran mayoría de los psicoanalistas que ejercemos nuestra práctica, planteó el problema de la posibilidad de extender a esas prácticas el cuerpo conceptual psicoanalítico. A pesar de que una gran parte de los analistas sigue ese camino, se me hizo inconciliable para mi coherencia teórica esa postura, subrayo: ¡las leyes del funcionamiento intrapsíquico no son las mismas que las leyes del funcionamiento social!

Esto implicó, siguiendo el ejemplo de E. Pichon Rivière y D. Liberman, incursionar –muchas veces sucintamente– en otras disciplinas, a saber: teoría del campo de Kurt Lewin, teoría de la comunicación, semiología y lingüística. En este camino, y reflexionando en el caso clínico que relato en este trabajo, me encontré con el concepto instrumental de grupo interno que formulara Enrique Pichon Rivière, con el cual me pareció contar con el nexo indispensable para articular las psicoterapias con el psicoanálisis. Encontré entonces que implícitamente este concepto era utilizado por M. y W. Baranger en la época de su trabajo “La situación analítica como campo dinámico” y más especialmente en los desarrollos de D. Liberman. Me pareció entrever en este concepto el punto de encuentro entre la dimensión intrapsíquica y la dimensión interpersonal. Entre los dinamismos intrapsíquicos y los dinamismos del campo social donde se interactúa con los objetos y con esto me pareció que se podía hacer un aporte al psicoanálisis y reevaluar así el aporte que habían realizado los autores mencionados.

1 Versión corregida del artículo publicado en la Revista de Apdeba, nº 3, Vol. VII de 1985 bajo el título “El grupo interno, reflexiones acerca de la relación entre la red intrapsíquica e interpersonal”.

2 En la época en que fue escrito este trabajo no eran tan conocidos los aportes de Piera Aulagnier (1991) acerca del ‘contrato narcisista’.

3 En este mismo principio E. Pichon Rivière se apoya para definir la dupla cambio y resistencia al cambio.

4 Aclaración en esta revisión de 2012: este tratamiento fue realizado en la segunda mitad de 1978. La historia del tratamiento fue escrita de inmediato a su terminación y no presenta modificaciones. El trabajo fue escrito en 1979 y reescrito en mayo de 1983 para su publicación en el nº 3 de la Revista Psicoanálisis de Apdeba. He visto a esta pareja cuando el niño ya contaba 8 años. En ese entonces aparecía el niño sin sintomatología, sin aparentes rasgos patológicos de carácter, sin sintomatología física y una muy buena escolaridad. Como peculiaridad que los padres observan existiría una propensión a la coprolalia, para su medio, y ser el que en el seno de la familia plantea y pregunta acerca de los temas escabrosos. Ej. de esa época: “¿Papi, qué quiere decir pajero, que siempre nos grita el profesor de natación?”.

El grupo interno

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