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V

Esputo deriva del latín sputum, escupir, deshacerse de un mal o una enfermedad. En medicina, esputo es el moco que se produce en el pulmón y se expulsa por la boca. El aumento en su purulencia es uno de los tres parámetros para determinar la exacerbación de la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica. La EPOC, la enfermedad que llevó a Sandro —y a tantos otros, pero a mi padre no— al uso de oxígeno para retrasar la muerte. El esputo dentro del pulmón se traduce en ruidos, estertores y crepitantes. Así se llaman los ecos que ocupan el alveolo, la unidad funcional más pequeña del árbol bronquial. Así se llaman los ecos que escuchan los médicos, los ecos que deben curar.

Muerte es una palabra que no tiene eco. La vida —el espíritu, la palabra, el eco— abandona el cuerpo, y el cuerpo, vacío, deja entrar a la muerte. Es la regla universal. Pero no siempre se aplica. En los preparados de anatomía, en los cuerpos plastinados, el cuerpo no deja entrar a la muerte. Es la tercera posibilidad del ser: la momificación, la perpetuación del continente sin contenido.

Heidegger escribió que ya al momento mismo de nacer hemos vivido lo suficiente como para morir. Si esto es cierto, podríamos decir también que al mismo momento de nacer ya hemos vivido lo suficiente como para ser un preparado anatómico. Pero ¿qué es vivir? ¿Qué es morir? La vida y la muerte son temas indescifrables. Hay tantas preguntas. Mías. De pacientes que murieron. De sus familiares. Quisiera, cuando tenga a mi muerte enfrente, llamarla por su nombre: Cazadora, y tener el valor de preguntarle cuál es su presa tan anhelada que ni cien mil años ni toda la humanidad pudieron ahogar su sed. Alguien podría interrumpirme y decir que lo mismo se aplica para la vida: ¿cuál es la imagen tan perfecta que la vida busca crear que todavía seguimos naciendo, todos nosotros, imperfectos?

Hablo del cuerpo, del propio y del ajeno. De lo que se ve en los preparados de von Hagens y también de lo que se pierde, lo que no se puede retener. Hablo de los sentidos, de la mano que se estira para agarrar un cigarrillo imaginario en la ruta y de los ojos que se achican para ver el horizonte. Hablo de los ojos de mi madre detrás de sus anteojos de sol, haciéndose la que no me ve en la calle para evitar que le diga, torpe e insistentemente, que deje de fumar. Hablo de las pequeñas rebeldías que nos mantienen vivos, de la tendencia que tenemos —me dijo una vez mi madre— en volvernos policías de la moral, sí, pero siempre de la moral ajena. Hablo del mundo. Hablo del universo, Cazadora. Para los primordiales, nuestros ancestros, el primer descubrimiento debió de ser por contraste, pero ¿cuál fue? ¿Habrá sido el miedo? No lo sé, pero intuyo que no debió ser la muerte ni tampoco el encuentro con un cadáver deformándose. No, el primer descubrimiento nació en otro lugar, fue otra cosa. Muchas otras cosas. Como la vida, que siempre estará en otra parte, la muerte fue un descubrimiento tardío. Pero fue el descubrimiento que vino a cambiarlo todo.

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