Читать книгу Los preparados - Sebastián Chilano - Страница 16
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Lo escrito sobre Gilgamesh, el rey de Uruk, y la cara de su amigo llena de gusanos lo tomo de libros que narran mucho mejor esa leyenda. Hace años que ya no tengo miedo de leer verdades ajenas para descubrir mis propias dudas. Quizás leo una traducción que es equivocada, o cito algo que fue plagiado. El miedo al plagio se pierde. ¿Todos los miedos se pierden? ¿Todos los miedos se racionalizan? ¿Se convierten en razón y eso los atenúa? Algunos miedos duran más. ¿Cuáles? Los que no se olvidan. ¿Qué sucedió con el miedo que me generó mi primer muerto como médico? Mi primer paciente en morir, ¿qué cambió en mí? ¿Qué se repite de aquel primer muerto con cada nuevo cadáver? Los miedos sin justificativo cedieron a los tangibles. La imposibilidad del regreso o resurrección son reemplazados por el reproche, a veces sentimos que algo se debió hacer y no se hizo, o que algunas cosas que se hicieron no debieron suceder. El deber y el hacer son inseparables en el acto médico. Primun non nocere, la fórmula atribuida a Hipócrates para poner un límite al accionar curativo también puede conducir a la parálisis: si cualquier intromisión es potencialmente dañina, mejor que el médico no intervenga. Es decir, mejor que la medicina muera. Epicuro recomendaba el suicidio en el caso de una enfermedad incurable o cuando la vida era sencillamente intolerable; los monoteísmos —afirma Antonio Escohotado— están reñidos con la autonomía moral del individuo y pretenden legislar sobre la intimidad, la dieta, la farmacología, las ideas, la sexualidad, las lecturas, la administración del tiempo y también la administración de la muerte: el presente y el futuro —enuncia Escohotado— ofrecen la medicalización de la muerte: cambiando la sotana negra por el guardapolvo blanco, el doctor decidirá sobre el aspirante a cadáver, del mismo modo que el clérigo decidía sobre la absolución o la suspensión de ese beneficio. Vivo en un país donde no se aceptan la eutanasia, ni el suicidio asistido, ni el homicidio piadoso. Sí existe el derecho a morir dignamente. No se busca a la muerte ni se la provoca, se trata de humanizar el proceso de morir sin prolongarlo abusivamente, se trata de permitirle a alguien morir en paz. Permitir morir, parece tan sencillo. Tan sencillo e impracticable como suena la premisa de primero no dañar.