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XI

Gilgamesh vio el gusano en la nariz de Eukidi y creyó entenderlo todo. Pero el gusano también es incertidumbre. La palabra gusano tiene un origen poco claro, así como el origen de muerte también es incierto. La palabra muerte tiene una raíz indoeuropea mors, mortis en latín y mrtih en sánscrito. Asimismo, un origen de la palabra gusano podría estar en la palabra vermis. Verme es volver, torcer, girar: es la acción y el orden de todos los movimientos de un gusano. Vermis se llamaba a los gusanos que salían desde las heridas o que entraban desde la tierra por las laceraciones en la piel. El gusano marca la etapa de la descomposición de las heridas. Lo que vendrá después es la disolución. Y la disolución matará también a los gusanos. No habrá nada, o mejor dicho: sucederá la transformación completa. Otro origen de la palabra gusano es el vocablo latino cossus derivado del sánscrito kusú (lombriz intestinal, propia del ser humano) donde ku significa tierra y su, sencillamente, hijo. Hijo de la tierra. Hijo de Ymir en la tradición islandesa: Del cadáver del gigante Ymir se hizo la tierra, las montañas y las piedras; de su sangre se extendieron los ríos y formaron una laguna, un mar. Los gusanos que devoraron la carne del gigante también dieron vida: saciados, los gusanos se retiraron del cuerpo y pronto tuvieron la apariencia de hombres y mujeres más pequeños y frágiles que el gigante; hombres y mujeres, eso sí, también mortales. El término vermis se aplicaría entonces para gusanos de tierra, no del intestino, y ahí se establecería una diferencia entre cossus y vermis. Pero el vermis no está solo en la tierra. También, y gracias a la nomenclatura comparativa de los anatomistas, el vermis es una estructura del sistema nervioso. Así se llama a una línea estrecha, vertical y con forma cilíndrica que une los dos hemisferios del cerebelo. Este vermis cerebeloso es uno de los reguladores del equilibrio y es, también, el sitio de la terminación de las vías nerviosas que llevan la propiocepción inconsciente. La propiocepción es lo que nos permite percibir el cuerpo y su relación con el espacio. Y la relación de nuestro cuerpo con el espacio es también la relación con la muerte, la propia y la ajena. La aceptación, el asentimiento. El sistema propioceptivo necesita del gusano —del vermis— y de una buena disposición del espíritu para trascender sus propias limitaciones. Ahí vive el gusano de las leyendas, ese que es símbolo de la transición del cuerpo hacia la tierra, de la muerte hacia la vida, de la larva al espíritu, a la mariposa. El gusano —y la repulsión que nos genera— nos ayuda para mantener a la muerte como algo lejano, para convertirla en una certeza tan extraña como una tormenta que no se ve, para convertirla en una fábula —cualquier fabulación mientras sea positiva— que nos haga olvidar que la muerte fue, es y será, el único desenlace posible. Esa negación, según Jean Chevalier, designa a la muerte como el fin absoluto de algo positivo y vivo: un ser humano, un animal, una planta, una amistad, una alianza, la paz, una época. No se habla de la muerte de una tempestad —concluye Chevalier— y sí en cambio de la muerte de un hermoso día. Solo lo bello puede morir.

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