Читать книгу Los preparados - Sebastián Chilano - Страница 27

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II

Mi primo Hernán nació con un retraso madurativo. A sus veinte años tenía la mentalidad de un nene de cinco, y su misma coordinación. Ya no vivía con sus padres. Su madre había sido internada en una clínica psiquiátrica por un nuevo ataque de esquizofrenia y su padre no quería hacerse cargo de él: ya demasiado trabajo tenía con la óptica que atendía, decía el tío Coco. Hernán se fue a vivir con mi abuela Rita. Lo llevaron, en realidad. Y Hernán se adaptó. Se adaptaron el uno al otro. Hernán hacía los mandados, jugaba los sueños compartidos a la quiniela, y mi abuela cocinaba y lavaba la ropa. Rita tenía ochenta y tres años y no podía caminar. Hernán no podía vivir solo. El departamento era oscuro. Interno, con una sola ventana que daba al pulmón del edificio. Creo que estaba sobre la calle Nazca, cerca de las vías del tren, de eso estoy seguro porque desde la cocina, diminuta, escuchaban el ruido de los vagones mientras Hernán y la abuela, casi en la oscuridad, jugaban a las cartas. Chinchón o Escoba del 15, dependiendo el día y el humor de Rita. A veces solo escuchaban radio en la cocina, sin jugar, y algunas veces la abuela se quedaba dormida y Hernán se acostaba sin comer. Un verano, mi padre lo trajo a Mar del Plata. Quería que conociera el mar, dijo.

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