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INTRODUCCIÓN

Tradición y originalidad

Asistimos en el siglo IV a una considerable proliferación de la poesía cristiana que aprovecha los recursos de la lírica del paganismo para conseguir sus propios objetivos. Tanto en el lado de la herejía, con Apolinar de Laodicea, como en el de la ortodoxia, con el sirio Efrén, los griegos Sinesio y Gregorio de Nacianzo y los latinos Hilario, Ambrosio y Prudencio, se intenta crear «una verdadera literatura cristiana, que fuera capaz de ofrecer productos de valía en todos los géneros» 1 .

Son, por su parte, los himnos la forma más indicada, ya desde los comienzos, para cantar a Cristo. El testimonio de Plinio el Joven (Cartas X 96, 7: ...quod essent soliti stato die ante lucem convenire carmenque Christo quasi deo dicere secum invicem...; y cf. Tertuliano, Apologético 39, 18) es elocuente 2 , y todavía más preciso el de Juan Crisóstomo (Homilía 9.a sobre la Carta a los Colosenses) con la importancia que concede a estas composiciones en la formación de los jóvenes.

El obispo de Ptolemaida, en concreto, nos ofrece una colección donde quedan plasmadas, de un modo u otro, tanto su extensa cultura como las diferentes etapas de su vida. Si excluimos el X, obra mediocre escrita por el bizantino Jorge Pecador en el siglo x 3 , en los nueve himnos originales el lector se enfrenta a una amalgama interesantísima de pensamientos y concepciones de diversa procedencia, pero, al mismo tiempo, a la expresión íntima y sincera de inquietudes y deseos en una poesía honda y sentida 4 . A la herencia de los clásicos griegos deben añadirse las influencias que provienen de su vasto caudal de conocimientos (incluso de la astronomía de Hiparco en el H. V) y de las ideas reinantes en su época y su ambiente. Pocos ejemplos tan claros como éste para comprobar cómo se produjo la conjunción, el choque a veces, entre lo pagano y lo cristiano en ese confuso conglomerado característico de la baja antigüedad.

No nos sorprende la presencia de elementos platónicos y neoplatónicos en sus versos. Ya Celso 5 acusaba a algunos cristianos de tergiversar dichos y doctrinas de Platón; Justino comparaba a Sócrates y Jesús en sus dos Apologías 6 ; y Panteno y Clemente de Alejandría enseñaban los principios filosóficos del platonismo 7 . Pero, además, junto a las reminiscencias y paralelos de la poesía griega clásica y postclásica (Homero, Píndaro, Anacreonte, Eurípides, Mesomedes, etc.) 8 se descubren ideas que podemos encontrar en el pitagorismo, el orfismo, el gnosticismo, los tratados herméticos o los Oráculos caldeos 9 .

Sinesio, de acuerdo con la tradición, maneja los ritmos de antaño y el dialecto dorio, que, aun siendo ya en su época una lengua muerta 10 , en absoluto impedía la utilización litúrgica de sus composiciones 11 .

Con estos recursos formales se nos transmiten a menudo pensamientos derivados de la gnosis (la valentiniana u otras), con reflejos en el vocabulario 12 , y, quizá, incluso del maniqueísmo 13 . Todo el bagaje cultural del autor se pone al servicio de su mensaje religioso, por más que, a veces, lo haga de un modo chocante. La tríada neoplatónica del Uno-Bien, el Noûs o Intelecto y el Alma pasa a ser en sus versos «el poder de tres cúlmenes» de la Trinidad cristiana 14 , si bien el poeta, de ningún modo sometido a la autoridad de Plotino (Enéadas II 9, 1; V 1, 10), niega la jerarquización de las tres hipóstasis para acercarse progresivamente a los dogmas nicenos 15 .

En otros casos, Sinesio se mantiene en la línea del paganismo, así respecto a la eternidad del mundo, el eterno retorno, o la concepción del universo 16 .

Son, en fin, los textos evangélicos otra fuente inspiradora, tanto los canónicos (para los temas de la Epifanía y de la Ascensión: H. VI y VIII) como los apócrifos (para el «descenso a los infiernos», también del H. VIII). Pero aun aquí hallaremos trazos 17 que manifiestan la dependencia de la cultura griega: «detrás del Cristo de Sinesio se perfila el Heracles de Píndaro o Eurípides» 18 .

Cronología

Es dudoso que el antiguo orden de los himnos, restablecido por Terzaghi en su edición de 1916 19 , sea el que escogió el propio Sinesio, como pretendía el filólogo italiano 20 .

Si por su perfección formal el Himno IX se ha situado en último lugar y si los dos primeros himnos de la colección son tan afines como para que se pudiera incurrir en monotonía, ello ha de achacarse a la intervención, como en el caso de las Cartas , de un editor póstumo 21 .

Cronológicamente es el Himno IX el que encabeza la serie 22 . En esta obra, compuesta en su juventud durante su primera estancia en Alejandría (392-395), antes de volver a Cirene, se advierte, tanto en la forma como en el contenido, un notable influjo de la Grecia pagana. En el extremo opuesto se encuentran las tres piezas cristianas, VI, VII y VIII (en las que se emplea el telesileo). Si el Himno VII puede ser algo posterior al matrimonio de Sinesio (y anterior al nacimiento de su primer hijo, de modo que los niños del v. 30 serían los sobrinos o sobrinas del poeta), el VI y el VIII pertenecerían al período episcopal. Acaso leemos en el VI los últimos versos de nuestro autor.

Entre estos hitos se encontrarían los himnos restantes. La composición del III, el IV y el V podría haber precedido a la embajada (399), habida cuenta del anhelo de conseguir la gloria por su elocuencia y sus hechos, como se manifiesta en H. III 36-38 y IV 31-33. Quizá tengamos en el Himno V otro de los más antiguos de la colección. En él parece muy vivo el recuerdo de las enseñanzas astronómicas de Hipatia.

Por último, la afinidad de los Himnos I y II permite tratarlos como un grupo aparte. El II es claramente la obra de Sinesio ya obispo, dado el cuidadoso encadenamiento de ideas y la seguridad con que zanja ciertos problemas teológicos. El I, sin embargo, da la impresión de haber sido elaborado a lo largo de las diversas etapas del poeta: desde una fecha anterior a la embajada en la Corte 23 hasta sus años de episcopado (cf. vv. 45, 363, 452). La desproporción existente entre este himno, con sus setecientos treinta y cuatro versos, y los demás (disparidad, por otra parte, que no sorprende en un género como el hímnico) se explica por esta característica.

Métrica

Sinesio, siguiendo también en este campo las pautas de los gnósticos 24 , ha elegido las cadencias del mélos y no las del hexámetro. Éstos son los cinco tipos de versos que utiliza:

— Dímetros jónicos menores o anacreónticos (por anaclasis): H. V y IX.

— Tetrapodia espondaica cataléctica: H. III.

— Trímetros jónicos menores: H. IV.

— Monómetros anapésticos (empleado por Mesomedes katà stíchon): H. I y II (y el 〈X〉).

— Telesileo: H. VI, VII y VIII.

En los primeros himnos compuestos por Sinesio el metro usado está, podríamos decir, más próximo a la Grecia pagana, representada por Anacreonte y Safo en H. IX 2 s. Sin embargo, en los últimos (la trilogía cristiana) el poeta recurre al telesileo, ritmo antañón del que, no obstante, se pregona inventor en H. VI 1 y al que considera el más apto para cantar a «Jesús de Sólimo».

Por otra parte, a pesar de la extraordinaria formación de Sinesio, se observan ciertas particularidades en su prosodia y métrica que denotan la lejanía de los modelos clásicos: vacilación en la cantidad de las semivocales en los vocablos arcaicos; el grupo muta cum liquida puede hacer o no posición; escasez de elisiones; algunas irregularidades en la construcción de los versos, etc. 25 .

En definitiva, a través de la colección nos vamos acercando (concretamente con los telesileos de los Himnos VI-VIII, que ya no parecen sino una combinación de heptasílabos y octosílabos) a la isosilabia y la homotonía características de la lírica bizantina. Con el Himno VI, en particular, estamos ya muy cerca del kontákion 26 .

Himnos. Tratados.

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