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EL PAPEL DE LAS METÁFORAS EN EL PENSAMIENTO LATERAL

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El hecho de elegir las metáforas es una manera de abrir más la mente, lo cual requiere jugar con ideas que salgan de lo común. Te sugiero, por lo tanto, que con las pautas sugeridas anteriormente hagas listas o mapas mentales —las también llamadas “lluvia de ideas”—; te van a ayudar a plasmar en el papel muchas ideas, así que ¡empieza a JUGAR! Te sorprenderá ver cuántas ideas cobran vida propia y cómo establecen las conexiones imaginativas entre sí.

Un psicólogo de Nairobi, en Kenia (al que llamaré “Mganga”), siguió estas indicaciones y escribió un cuento para una niña de siete años que había estado manifestando en el colegio un comportamiento sexual propio de los adultos. Ahora bien, es preciso aclarar que la madre de la niña era prostituta; vivían en un piso de una sola habitación y, consecuentemente, la niña veía a su madre “trabajando” y al hombre que después le dejaba dinero; como la madre utilizaba el dinero para comprar comida, la niña decidió que ella podría ganar dinero si imitaba el comportamiento de su madre.

La elección de la protagonista de la historia fue tarea fácil para Mganga: la niña solía presentarse a la sesión de terapia con su único juguete, un oso de peluche viejo y harapiento, por lo cual en el taller decidió que este cuento trataría sobre una mamá osa y su osita; así lo plasmó en el papel al escribir “osas”. Ya tenía el comienzo: “Había una vez una mamá osa que vivía con su osita en una casita del bosque”, pero ¿qué metáfora podía utilizar para la actividad sexual? Se hizo una lista con muchos animales africanos como punto de partida y, entonces, Mganga, en un momento de brillante inspiración, eligió el cocodrilo.

Obviamente, si hay cocodrilos, se necesita un río en la historia: “Había una vez una mamá osa que vivía con su osita en una casita del bosque cerca de un río”. La mamá osa necesitaba coger peces para alimentar a su osita, de modo que se veía obligada a saltar al río, lleno de cocodrilos feroces, para atrapar los peces. A continuación “apareció” el siguiente animal, el hipopótamo que, después de todo, también vive en los ríos de África. Mganga quería usar el hipopótamo como “ayudante”, pero le preocupaba que la niña se pudiera asustar; entonces se le ocurrió una idea mejor: una “roca mágica que pareciera el lomo de un hipopótamo”. Este era el ayudante perfecto que necesitaba para rescatar a la osita cuando también intentó saltar al río. La roca mágica sacó a la osita del mundo del trabajo de la mamá (el río lleno de cocodrilos feroces), la ayudó a volver a la orilla del río sana y salva, y le indicó qué rumbo tomar para llegar al bosque, donde la miel y los frutos (alimentos que les gustan a los niños) la estaban esperando para que los recolectara.

Nunca olvidaré la emoción tan grande que se sentía en este taller cada vez que Mganga compartía sus ideas. Entonces el grupo entero se agrupaba y se les ocurría la secuencia de esas ideas, que podría ser útil cuando la niña fuera algo mayor: la roca mágica podría ayudar a la osita a hacer una canoa, para que así pudiera cruzar el río con seguridad y coger peces desde un lugar protegido (el grupo estaba dividido en cuanto al significado de la canoa: algunos pensaban que era la metáfora de un condón, otros pensaban que era la metáfora de la protección en un sentido más amplio, esto es, saber decir “¡No!”).

A Mganga no le dio tiempo de enviarme una copia del cuento terminado para poder incluirlo en este libro, pero me comunicó por teléfono que pensaba que había ayudado a la niña a captar el gran mensaje de que todavía seguía siendo una “niña”. Esto era todo lo que había pretendido, además de que el resultado mereciera realmente la pena.

Otro ejemplo de pensamiento lateral surgió en un debate en grupo sobre un cuento para un niño de seis años que seguía haciéndose caca en los pantalones y era reacio a sentarse en el inodoro. Al niño le encantaba el océano, de modo que, siguiendo esta línea de pensamiento, al grupo se le ocurrieron las siguientes metáforas: por un lado, un “pez cubierto de percebes” (para los pantalones sucios) y, por otro, una cueva (para el cuarto de baño). El pez de este cuento no quería entrar en la cueva que se encontraba al borde de la laguna para aprender la danza del “frota-frota”; sin embargo, poco después una simpática langosta le enseña a liberarse, con esta danza, de los percebes que seguían creciendo en su piel de pez y le impedían nadar con libertad en la laguna y con sus amigos (“El pez cubierto de percebes”, página 264).

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