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UNA CUESTIÓN DE PRINCIPIOS

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Cuando estaba escribiendo este libro, me plantearon una pregunta inquisitiva: “¿Cómo podemos saber si un cuento es sanador o manipulador?”. En aquel momento estaba impartiendo un taller en Beijing y la madre que planteó la pregunta se armó de valor para compartir que se sentía culpable debido a un cuento que se había inventado recientemente. Nos contó que, como deseaba disfrutar de una comida tranquila a solas con su marido, le pidió a su hija de cuatro años que se fuera a ver la televisión a la habitación de al lado; al ratito, la niña se quejó porque uno de los personajes del dibujo animado le daba miedo. La madre, inspirándose en la vaca que tenía la niña en la camiseta, se inventó un cuento sobre una vaca que protegía a una niña de sus miedos y la envió de vuelta a ver la televisión, pero, diez minutos después, la niña volvió y dijo a sus padres: “¡La vaca no me está ayudando!” y, entonces (¡afortunadamente!), apagaron la tele y la niña se sumó a la comida de sus padres.

Este ejemplo plantea cuestiones éticas y exige que examinemos las razones que nos mueven a escribir cuentos para nuestros hijos.

El diccionario de la lengua inglesa Oxford English Dictionary, al igual que otros diccionarios en otras lenguas, define la palabra “manipulador” (adjetivo) en relación a otras personas: “que ejerce, sin escrúpulos, control o influencia sobre una persona o situación”. Aquí se acentúa el contraste con la definición de “sanador” que se presenta al comienzo de este capítulo: “devolver la salud, recuperar el equilibrio, volver a recuperar completamente el estado saludable”.

Si mantenemos nuestra premisa de que los cuentos terapéuticos “ayudan en el proceso de devolver el equilibrio a un comportamiento o situación en desequilibrio”, esto nos da la clave para la primera pregunta que debemos hacernos antes de empezar a escribir nuestros cuentos, es decir: “Para empezar, ¿hay algo fuera de equilibrio?”. Si no es así, entonces lo más probable es que estemos intentando manipular un comportamiento o situación en vez de ayudar a sanarlo. En el ejemplo anterior, la niña no presentaba ningún desequilibro, puesto que es natural que un niño se asuste con las imágenes terroríficas de la televisión; el desequilibrio se encontraba en las intenciones de su madre, que, por suerte, tal como compartió en el grupo, se dio cuenta y aprendió de la experiencia.

Del mismo modo, un cuento escrito con la intención de incitar a un niño a que “alcance de un salto” su propia fase de desarrollo podría entrar en la categoría de “manipulación”: sería el caso, por ejemplo, de un cuento que abordara el tema de orinarse en la cama por la noche y que estuviera dirigido a niños de dos años y medio; también se hablaría de manipulación si se utiliza el cuento para alentar el estudio o la práctica intensa de un instrumento musical o de un deporte para niños demasiado pequeños para soportarlo. Por lo general, no surten ningún efecto porque, desde el punto de vista de su desarrollo, el niño no está preparado para “cambiar”. Te sugiero, por consiguiente, que antes de sentarte a escribir cuentos “sanadores” investigues sobre las edades y las fases de desarrollo de los niños (físicas, emocionales, sociales, intelectuales).

Sin embargo, muchos cuentos infantiles, entre los que se encuentran los mitos y leyendas tradicionales pertenecientes a la cultura y los cuentos de hadas, están escritos de manera generalizada, no para un niño específico cuyo comportamiento se encuentra en desequilibrio. Los valores esenciales de esos cuentos —normalmente, algún tipo de cambio de un comportamiento o situación indeseable a uno más deseable— tienen el propósito de “formar el carácter”; constituyen, por lo tanto, una fuente de valores y principios éticos que nos sirven de guía, a padres y maestros, para “educar” a nuestros niños.

Por la misma razón, los cuentos de este libro, aunque están escritos para situaciones específicas, pueden igualmente tener un uso general, puesto que las resoluciones son transformadoras y apelan al propio deseo de cambiar del propio niño; por otro lado, han podido transformar el comportamiento indeseable más variado en uno más adecuado, y, además, el apasionado oyente puede aprender lecciones valiosas para la formación del carácter al seguir el desarrollo imaginativo de estos cuentos.

Si estás interesado en escribir cuentos para niños, ahí está, en mi opinión, la clave para la segunda pregunta que debes plantearte antes de planificar el argumento: “¿Fomenta los valores esenciales?”. Si la respuesta es afirmativa, sabremos que no se trata de un cuento manipulador, sino que va a servir para guiar el desarrollo del niño hacia una dirección positiva y beneficiarlo.

101 cuentos sanadores

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