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EL CAMINO DE LA SENCILLEZ TAN SENCILLO COMO UN CONEJO

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En Nairobi conocí a una señora procedente de la India, madre de una hija y divorciada, pero con la ilusión de volver a casarse pronto. Quería contarle a su hija que un hombre le había propuesto matrimonio, de modo que eligió darle la noticia a través de un sencillo cuento sobre conejos (el animal favorito de su hija). Se lo contó por la noche, antes de dormir, en forma de un teatrillo en el que utilizó los conejos de juguete sobre un escenario improvisado con las mantas de la cama. El cuento trataba de una mamá coneja y su conejita que le tenían que decir adiós al papá conejo y encontrar otro lugar donde vivir. Durante el viaje se encontraron con un nuevo papá conejo que les invitó a su casa; entonces, la madre le preguntó a su hija: “¿Crees que aceptarán y le dirán ‘Sí, claro, nos venimos a vivir contigo’?”.

La elección de la madre fue muy simple y bastante directa; a un paso prácticamente de la situación real, pero, afortunadamente, consiguió el resultado que esperaba: la hija, por lo visto, empezó a saltar gritando “Sí” y quiso que le contara el cuento muchas veces a partir de ese día. Es posible que pienses que la madre se arriesgó; ¿y si la hija hubiera dicho que no? Seguramente habría encontrado una forma de superarlo; ¿a través de otro cuento tal vez?

A veces yo también utilizo argumentos sencillos cuando la situación y la edad del niño implicado no parece que exijan nada más complejo, por ejemplo, en el cuento de “La Niña Canoa”: “La Niña Canoa […] [estaba] buscando algún amigo, alguna amiga —alguien que jugara con ella y la cuidara…—, pero ¿dónde podría encontrar una amistad así?” (página 207). Este cuento corto fue escrito para ayudar a los niños de piel negra que vivían en una comunidad predominantemente blanca a desarrollar la conexión con su identidad cultural a través de un muñeco o muñeca de piel oscura también. (En una comunidad predominantemente negra, el mismo cuento se podría utilizar para los niños de piel blanca, invirtiendo el color de la piel). Saqué la idea del cuento de uno que había escrito anteriormente para mi propio hijo, “El Niño Nube” (véase Cuentos sanadores. Una ayuda…); aunque bastante sencillo, tuvo un efecto profundamente positivo en mi hijo y en nuestra situación familiar.

Otros ejemplos de cuentos sencillos de este libro, en los que ignoré casi por completo la estructura que yo misma propongo, son “La estrella brillante” (página 224), “Los colores del arcoíris” (página 121) y “El petirrojo solitario” (página 247); lo que verdaderamente cuenta es que los tres cuentos lograron su efecto terapéutico.

Solo sabremos si un cuento es terapéutico cuando, después de haberlo contado, se produce un cambio en el comportamiento.

Una mera presentación directa no siempre funciona, ya que solo proporciona un breve desarrollo imaginativo al maravillado oyente; pero, a veces, puede ser efectiva. ¡Nunca desestimes el poder de la sencillez!

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