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6.2. La interpretación: articulación entre el intérprete y el objeto interpretado

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Concebimos por ello a la interpretación como instancia de articulación que produce sentido. En efecto, el trabajo interpretativo es la producción de una significación que no se encuentra ni en el objeto interpretado ni en la mirada de quien interpreta: la significación se produce en el vínculo entre el interpretado y el intérprete, el texto y el lector, el mensaje y el receptor, el científico y los fenómenos que indaga. Así, entendemos que la interpretación no es un acto de reproducción descriptiva de una realidad observable, sino una lectura activa que implica una producción desde una mirada (epistemológica, teórica, ética) que funge de mediación entre el intérprete y el objeto interpretado.

En primera instancia, dejemos sentado que compartimos con Lapassade que “cuando se habla de análisis en ciencias sociales [...] también se tiene en cuenta la descomposición de un todo en sus elementos. A ello se añade, sin embargo, la idea de interpretación [...] pasar de lo conocido a lo desconocido; es una operación de descifre [...] En este caso el análisis pasa a ser una hermenéutica[15]; procede por descifre sacando a la luz lo que está oculto y que sólo se revela por la operación que consiste en establecer relaciones entre elementos aparentemente desunidos. Se trata de reconstruir una totalidad astillada. Marx [...] precisa que el análisis sólo es necesario cuando hay relaciones sociales que no son inmediatamente visibles [...] para sacar a la luz [...] es necesario un análisis” (Lapassade, 1975: 100).

En este sentido, también deberíamos estar alertas ante el hecho de que toda interpretación implica un dispositivo que a la vez que hecha luz, también hace sombra sobre algunos de los aspectos del fenómeno indagado: luces y sombras determinados por los conceptos y concepciones que activamos al interrogarlo y al procurar explicarlo (Eco, 1983; Devereux, 1967).[16]

Por su parte, Bourdieu (1981), nos ayuda a pensar cómo deberíamos evitar que la relación teórica que establecemos con el objeto, a partir de la cual lo nombramos y le damos un cierto y determinado estatuto, se confunda con el objeto mismo. En una crítica a una antropología que tacha de objetivista, ejemplifica cómo a menudo “el etnólogo aborda las relaciones de parentesco como un puro objeto de conocimiento y, a falta de saber que la teoría de las relaciones de parentesco que producirá supone en realidad su relación teórica con las relaciones de parentesco, da como verdad de las relaciones de parentesco la verdad de la relación teórica con las relaciones de parentesco; olvida que los parientes reales no son posiciones en un diagrama, una genealogía, sino relaciones que hay que cultivar, que hay que mantener” (Bourdieu, 1981: 116-117).

Tanto el planteo de Bourdieu (1981) como el de Devereux (1967), apuntan a reflexionar en torno a la relación sujeto-objeto de conocimiento, relatando cómo a menudo las explicaciones científicas (incluso en las llamadas ciencias duras) no son sino una proyección de la relación que el investigador mantiene con su objeto de estudio. Este último autor, aporta a esta reflexión la noción de deslinde, punto en que el elemento subjetivo de quien indaga se hace presente. Este punto de deslinde es el momento en que el observador-intérprete tiene que decir:

“Y esto percibo yo”... independientemente de que aquello que percibe sea el comportamiento mismo, un electroencefalograma o un resultado numérico. Además, en algún momento ha de decir también: “esto significa que...”. Esto es técnicamente una decisión [...] el momento exacto en que aparece el elemento subjetivo (decisión). (Devereux, 1967)

Consideramos que, en el campo de las ciencias sociales, el elemento subjetivo que entra a jugar en la producción de sentido de cualquier interpretación no implica en absoluto una creación arbitraria, “de imposición del yo sobre cualquier realidad –como pretendería cualquier proposición solipsista o nihilista del hacer interpretativo–” (Alonso, 1998: 212). Esto es, no se trataría de asumir una concepción paranoica de la interpretación, desde donde todo se pretenda vincular a un solo principio organizativo (González, 1998), que obedezca al esquema interpretante del intérprete.

En relación al trabajo interpretativo en psicoanálisis, el cual implica un tratamiento particular del contenido manifiesto de aquello que analiza, Laplanche también recurre a la ilustración del paranoico, más específicamente, a sus mecanismos de defensa...

Sistemático, armado con una visión del mundo que no es, sin duda, otra cosa que la contrapartida y la trasposición de la unidad precaria y amenazada [...] de su yo, el paranoico nos presenta una suerte de compendium de todos los procedimientos de la hermenéutica: interpretación de los signos, de los gestos, de las ausencias tanto como de las presencias, de los textos también, sagrados o profanos, que directa o indirectamente siempre le están dirigidos [...] Reasume todo en su discurso personal, pero siguiendo líneas directrices virtuales, signifcaciones inconscientes que sólo estaban indicadas en línea de puntos y que él subraya despiadadamente. (Laplanche, 1987: 57)

Si bien somos perspicaces en torno al hecho de que fácilmente la tarea interpretativa nos puede llevar por los caminos del paranoico,[17] la concepción que pretendemos que sostenga nuestra labor se aleja en mucho a la de éste. Principalmente porque, desde el acercamiento multirreferencial que estamos proponiendo, sostenemos el supuesto de que no podremos comprender los fenómenos que nos interesa subsumiéndolos a una sola lógica o principio ordenador.

De esta manera, procuraríamos estar más en el plano de las abducciones creativas, que en el de las abducciones hipercodificadas. Por ello, antes que correlacionar los datos construidos a partir del trabajo de campo con una ley o explicación codificada previa (en donde nuestro material empírico se consideraría un “caso” de un tipo determinado, que es el codificado por la ley) (Eco, 1983), procuraríamos la “adopción provisional de una inferencia explicativa [...] que se propone hallar, conjuntamente con el caso, también la regla” (Eco, 1983: 275). Esto a su vez, nos sirve para recordar una cuestión capital: nuestra tarea de indagación, al centrarse en inferencias e interpretaciones no podrá abandonar el terreno de las hipótesis, en tanto conjeturas (con sustento empírico y teórico) que no pretenden erigirse en certezas absolutas, sino en herramientas posibles para contribuir a la elucidación de aquellas determinaciones que están más allá de los sujetos involucrados en los procesos de formación. Y si bien la producción interpretativa tiene un sustento empírico y teórico que la valida, no puede ignorarse que la misma es una entre otras posibles. Acordamos con Baz cuando plantea:

Deberá siempre recordarse que la tarea de análisis es ante todo un reto a la imaginación y la creatividad, y siempre será una tarea inacabada, no susceptible de considerarse completa y definitiva. (Baz, 1996: 90)

En este sentido la comprensión que podamos aportar en torno a los elementos y procesos constitutivos de una identidad docente, están determinados por las categorías teórico-metodológicas que construimos para abordar el fenómeno y son ellas las que, consideramos, dan validez –en tanto otorgan coherencia– a nuestras interpretaciones.

Es por ello, que la construcción teórico-metodológica (que implica una manera de concebir el trabajo interpretativo y un procedimiento para llevarlo a cabo) se erige en mediador ineludible entre sujeto investigador y fenómeno indagado –mas no en garante, claro, de neutralidad, objetividad y universalidad del sentido producido. Siguiendo la propuesta de Alonso, consideramos que “la interpretación adquiere sentido cuando reconstruye, con relevancia, el campo de fuerzas sociales que ha dado lugar a la investigación, y cuando su clave interpretativa es coherente con los propios objetivos concretos de la investigación” (Alonso, 1998: 212).

Creemos que la posibilidad de dilucidar y explicitar el interpretante o “protocolo de lectura”[18] desde donde leemos los fenómenos, se constituye también en un acto de libertad (en tanto nos permite construir nuestra mirada y saber los límites de la misma) que reduce ampliamente las posibilidades de sobreinterpretación (en el sentido que Eco atribuye a este concepto).[19]

Indudablemente estamos en el tema de los referentes desde donde se interpreta. Y es que si asumimos que como intérpretes producimos sentido, reconstruyendo una relación entre los significantes y los posibles significados a los que éstos refieren, tenemos que hacerlo desde algún lugar: desde unos ciertos supuestos teóricos (en torno al objeto y en torno a la interpretación misma) que, orientando la mirada, habilitan la producción.

Por ello, también deberíamos tener presente el hecho de que no sólo los fenómenos que interpretamos son producidos situacionalmente: de igual forma nuestro trabajo de interpretación es una producción situada en relación a unos referentes culturales y a un marco teórico-conceptual específico, que demarcan su potencial (Beltrán, 1997, citado en Alonso, 1998). En este sentido, nos parece pertinente retomar el planteo de Bourdieu (1981) en torno a la relación sujeto-objeto de conocimiento “interrogarse sobre las condiciones de posibilidad de la lectura,[20] es interrogarse sobre las condiciones sociales de posibilidad de situarse en las cuales se lee [...] y también sobre las condiciones sociales de producción de lectores. Una de las ilusiones del lector es la que consiste en olvidar sus propias condiciones sociales de producción, en universalizar inconscientemente las condiciones de posibilidad de su lectura. Interrogarse sobre las condiciones sociales de ese tipo de práctica que es la lectura, es preguntarse cómo son producidos los lectores, cómo son seleccionados, cómo son formados, en qué escuelas, etc.” (Bourdieu, 1981: 116).

Ahora bien, si afirmamos que esta articulación –la que da lugar a la interpretación– produce sentido... a qué tipo de sentido estamos refiriendo. Ya sugerimos anteriormente, que en el campo de las ciencias sociales se trataría de un sentido sobre un sentido –estamos indudablemente en el campo de lo simbólico. Pero además... ¿cuál es la naturaleza, tanto del sentido indagado, como del que se busca producir? Y ¿cómo es posible dicha producción?

Futuros maestros: búsqueda y construcción de una identidad profesional

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