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6.3. La interpretación: “una inteligencia del doble sentido”

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Comencemos por percatarnos de que la intencionalidad de buscar un sentido al sentido que los sujetos atribuyen a la profesión docente implicaría una suerte de supuesto o más bien una “sospecha”, de que a esos sentidos primeros (accesibles a través de discursos y prácticas) subyacen otros, menos perceptibles, un tanto ocultos. A su vez, no podremos dejar de tomar en cuenta el vínculo que ata a dichos sentidos primeros al orden simbólico en donde los mismos son producidos: postulemos, en esta primera instancia, que aquella opacidad del sentido estaría vinculada a este entorno simbólico –constitutivo al mismo tiempo– del sentido.

Pero ¿qué es lo simbólico y cómo pretendemos acceder a ello? Para abordar esta pregunta central, tomaremos principalmente los aportes de un autor, cuyos desarrollos han tenido un potencial elucidante en nuestras reflexiones y acercamiento a los materiales empíricos: se trata de la propuesta del filósofo Paul Ricœur (1976, 1965).

Una de los nociones centrales y más fecundas de esta propuesta es, a nuestro entender, la de “excedente de sentido”, misma que está en la base de gran parte de sus conceptualizaciones. Esta idea implica asumir que los símbolos son portadores de “algo más” que del sentido lingüístico. De este modo, Ricœur[21] plantea que además de la significación verbal (“significación primaria”), el símbolo posee una dimensión no semántica: asumimos, entonces, la estructura de doble sentido que constituye al plano de lo simbólico.

Así, a una concepción amplia de lo simbólico –que alude a todas las posibles mediaciones con las que los sujetos construyen sus universos de percepción, es decir a todas las maneras de objetivar, vincularse y dar sentido a su realidad– Ricœur contrapone una noción restringida:

Si llamamos simbólica a la función significante en su conjunto, ya no tenemos término para designar el grupo de signos cuya textura intencional reclama la lectura de otro sentido en el sentido primero, literal inmediato [...] un grupo de expresiones que tienen en común el designar un sentido indirecto en y a través de un sentido directo y que requieren de este modo algo como un desciframiento, en resumen, en el exacto sentido de la palabra, una interpretación. Querer decir otra cosa de lo que se dice, he ahí la función simbólica [...] En todo signo un vehículo sensible es portador de la función significante que hace que valga por otra cosa. Pero no diré que interpreto el signo sensible cuando comprendo lo que dice. La interpretación se refiere a una estructura intencional de segundo grado que supone que se ha constituido un primer sentido donde se apunta a algo en primer término, pero donde ese algo remite a otra cosa a la que sólo él apunta. (Ricœur, 1965: 14-15, el resaltado es nuestro)

Por tanto, asumir que el símbolo tiene una estructura de doble o –como después señala el autor– múltiples sentidos, por la que otro(s) sentido(s) se oculta(n) en el más inmediato y explícito, nos lleva a entender a la interpretación como una “inteligencia del doble sentido” (Ricœur, 1965: 11). Así, la noción restringida de función significante y de símbolo, implica una noción restringida de interpretación. En este sentido, la tarea del intérprete no puede quedar reducida al análisis de los contenidos en su dimensión informativa y explícita...

De acuerdo a cómo tomamos los aportes de este autor, cabe mencionar que esta acepción restringida de la interpretación está haciendo referencia a nuestro trabajo como intérpretes, en el campo de las ciencias sociales, con el material empírico. Esto no implica impugnar una acepción mucho más general y que haría referencia no ya a una tarea intencionada y científica de interpretación, sino a los procesos de significación que tienen lugar en la vida cotidiana y que dan cuenta de la relación mediada entre el hombre y su mundo.[22] Asimismo, cabe puntualizar que asumir esta acepción más amplia no implica desconocer la multiplicidad de sentidos que, afirmamos, atraviesa todo discurso.

Retomando la propuesta de Ricœur, si concebimos que la estructura del símbolo nos remite a más de un sentido al mismo tiempo, asumimos –entonces– que el sentido literal puede servir para ocultar, desfigurar, desplazar, condensar otro conjunto de sentidos que permanecen velados a una primera lectura. No en vano Ricœur se vale de dos analogías: la metáfora y el sueño.

Las características de la metáfora, le sirven para dar cuenta de la estructura del símbolo: resulta esclarecedor el hecho de que la estructura de ambos esté conformada por la tensión entre dos interpretaciones posibles: la literal y aquella que remite a ese “algo más” que constituye el excedente de sentido.

Con respecto al sueño, Ricœur lo considera como ejemplo paradigmático para aludir a la “región de las expresiones de doble sentido”, a partir de la cual el psicoanálisis concibe el simbolismo onírico como “distorsión de un sentido elemental adherido al deseo” (Ricœur, 1965: 11). A este respecto resulta interesante recordar los aportes de Freud en torno al trabajo de interpretación, quien sostiene que si “el trabajo que traspone el sueño latente en el manifiesto se llama trabajo del sueño [...] el trabajo que progresa en la dirección contraria, el que desde el sueño manifiesto quiere alcanzar el latente, es nuestro trabajo de interpretación. El trabajo de interpretación quiere cancelar [entonces] el trabajo del sueño” (Freud, 1916: 155).

Este trabajo interpretativo que podríamos llamar de “contramano”, que procura hacer desaparecer la desfiguración onírica para acceder a la latencia que subyace a lo manifiesto, implica en sí mismo el supuesto de “excedente de sentido”. Al mismo tiempo, la cita de Freud nos hace pensar en la validez de un procedimiento análogo, toda vez que pretendamos acceder a ese excedente de sentido, que estructura lo simbólico. Claro que la analogía no se agota en la posibilidad deshacer el camino de la desfiguración; pues desandar ese camino implica conocer cómo (mediante qué procedimientos) pudo ser andado... Así, la analogía nos remite también a un interés por los mecanismos de codificación y significación que se ponen en juego en la producción de aquello que interpretamos. En efecto procurar un abordaje de aquellos sentidos que no son perceptibles en términos inmediatos, implica un trabajo de reconstrucción de la lógica de producción del fenómeno indagado.

Ahora, podemos retornar a la pregunta de cuál es la naturaleza del doble sentido planteado por Ricœur o, dicho de otro modo, qué tipo de nexo es el que lleva del sentido primero al sentido segundo (pues esto tendrá implicancias directas en el dispositivo de interpretación). Así, podemos preguntarnos si el doble sentido se trata de “disimulación, revelación, mentira vital o acceso a lo sagrado” (Ricœur: 1965: 27). Abordar este asunto nos conducirá a los dos anteriores.

Admitiendo que no existe un conjunto universal de reglas para la interpretación, sino que justamente éstas se diferencian y dividen en teorías separadas y opuestas, Ricœur plantea la oposición más extrema entre las modalidades de entender al trabajo de interpretación...

Por un lado la hermenéutica se concibe como manifestación y restauración de un sentido que se me ha dirigido como un mensaje, una proclama o, como suele decirse un kerygrama [predicación del Evangelio]; por otro, se concibe como desmitificación, como una reducción de ilusiones. (Ricœur, 1965: 28)

Así, la oposición se da entre la interpretación como “restauración” del sentido y la interpretación como “ejercicio de la sospecha”. Sin profundizar en el extenso desarrollo que el autor hace respecto a estas dos tareas asignadas a la interpretación, puntualicemos que la restauración del sentido (que es propia de la fenomenología de la religión) apunta a la revelación de lo sagrado, partiendo del supuesto de que hay una verdad de los símbolos, una plenitud del lenguaje que consiste en que el sentido segundo habita en el primero (Ricœur, 1965): se trata de acceder al segundo sentido, a lo sagrado, “para poder saludar por fin el poder revelador de la palabra originaria” (Ricœur, 1965: 32).

Por otro lado, la escuela de la sospecha parte de la hipótesis de la conciencia “falsa”... Así:

Si la conciencia no es lo que cree ser, debe instituirse una nueva relación entre lo patente y lo latente; esta nueva relación correspondería a la que la conciencia había instituido entre la apariencia y la realidad de la cosa. La categoría fundamental de la conciencia [...] es la relación oculto-mostrado o, si se prefiere, simulado-manifiesto. (Ricœur, 1965: 33-34)

De esta hipótesis central se desprende un método de desciframiento que consistiría en descifrar las expresiones de la conciencia del sentido, en “hacer coincidir [los] métodos “conscientes” de desciframiento con el trabajo “inconsciente” de cifrado” (Ricœur, 1965: 34). No es fortuito, entonces, que como casos paradigmáticos de esta manera de entender a la interpretación, Ricœur mencione a Freud y Marx, junto con Nietzsche, de quienes afirma:

Quizá no sea todavía esto [la intención común de desmitificación] lo más fuerte que tienen en común; su parentesco subterráneo va más lejos; los tres comienzan por la sospecha con respecto a las ilusiones de la conciencia y continúan por el ardid del desciframiento; los tres, finalmente, lejos de ser detractores de la conciencia, apuntan a una extensión de la misma. (Ricœur, 1965: 34)

Finalmente es también por esta intencionalidad señalada en el párrafo precedente, por lo que –en el marco de nuestro trabajo de investigación– creemos necesario concebir a la interpretación como desenmascaramiento, reducción de la ilusión de la que es generadora toda conciencia... A nuestro entender hay una suerte de continuidad entre los propósitos que nos hemos planteado en la presente investigación, las premisas teórico-metodológicas que hemos venido desarrollando en el presente capítulo y esta concepción de interpretación. Esto, en tanto desde un inicio estamos planteando que el abordaje de los procesos concernientes a la identidad docente y a la subjetividad colectiva, implica un trabajo con la latencia, con un no saber: es en un no-dicho[23] donde buscamos ese sentido que calificamos de “excedente”...

En un trabajo anterior (Bedacarratx, 2002), decíamos que se trata de trabajar no con lo manifiesto, lo cuantificable, lo dicho, lo pensable; sino, por el contrario, de lo que se trata es de poder tener acceso a lo latente, lo simbólico, lo no-dicho, lo impensable. Y el abordaje de estas cuestiones, a las que somos ciegos y sordos en un primer acercamiento, implica un reto a la hora de idear una propuesta interpretativa.

En este mismo capítulo ya nos hemos referido a las características de esta latencia, al contenido de este no-saber. Recordemos que éste alude a las dimensiones inconsciente e institucional constitutivas de la subjetividad, que por análogos procedimientos represivos permanecen ocultas: se trata del trabajo del inconsciente y del poder de lo social, los cuales acallan la fantasmática del deseo, en un caso, y el carácter cultural del orden establecido, en el otro.

Por último, mencionemos que tomar en cuenta esta latencia “doblemente constituida” se sustenta en una conceptualización desde donde se considera que los procesos de internalización de la dimensión institucional se apuntalan en una dimensión inconsciente: apuntalamiento en el que se produce la subjetividad, desde donde, sostenemos, es posible construir una identidad docente, soporte del desempeño profesional...

Futuros maestros: búsqueda y construcción de una identidad profesional

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