Читать книгу Flores - Afonso Cruz - Страница 12
ОглавлениеQUÉ HACES AHÍ, le pregunté, pero Beatriz no me respondió, se limitó a pararse y se fue al cuarto, caminando muy lento, cabizbaja. Se movía con una calma y una placidez extrañamente adultas, una serenidad grave que no parecía humana, como si formara parte del suelo y del aire y de las cortinas, como si todo lo que existe fuera una extensión de sí misma. El pelo rubio suelto, apenas se le veía la cara contra la muñeca, ni una palabra.
Samadhi preguntó cuánto llevaba ahí, no sé, le dije, voy a hablar con ella. Samadhi se vistió, me fumé el cigarrillo, pero estaba bastante nervioso, las manos me temblaban. Es mejor que me vaya, dijo Samadhi, yo asentí. Entré al cuarto de Beatriz, oí el seguro de la puerta de la calle, le pregunté qué había pasado, pero ella no hablaba conmigo, no decía nada. Yo necesitaba de inmediato una historia que tuviera sentido, que pudiera minimizar lo que sea que ella hubiera visto.
Allí estaba yo, completamente perdido, sentado en el suelo al lado de la cama de mi hija, agarrando uno de sus osos de peluche y oyendo el corazón que latía, queriendo saltar, queriendo escapar. ¿Y ahora? ¿Y ahora, Beatriz? Mi voz salió ronca, tuve que carraspear, le dije:
—Mira, Samadhi estaba indispuesta, enferma, fue algo que se comió, tuvo que recostarse, papá la ayudó.
Silencio.
—Mamá no tiene que saber, es nuestro secreto.
Silencio.
Le di un beso, le deseé buenas noches.
Silencio.
Cuando me senté en el sofá de la sala, Chet Baker ya había dejado de sonar.