Читать книгу Flores - Afonso Cruz - Страница 5
ОглавлениеCUANDO BAJÉ LAS ESCALERAS para recoger mi correspondencia, la tarde iba más o menos persiguiendo mis pasos, depredadora. Noté un cuerpo a mi lado. El sol entraba y me perforaba los ojos a través de una pequeña ventana del edificio, alcé la mano, me la puse en la frente para bloquear la luz y vi que era el señor Ulme, el vecino de al lado. Lo saludé. Hola, le dije, hola, dijo él, vine por la correspondencia, yo también. Me pareció que había envejecido años desde la última vez que lo había visto, tan solo unos meses atrás. Nos vemos muy poco, él casi no sale, y yo no soy una persona propiamente sociable. Le dije que solo los lagartos al sol parecían estar aprovechando el verano, que hacía un calor del tamaño de un planeta a punto de extinguirse. Sonrió. Tenía labios gruesos, ojos pequeños y unas cejas que eran verdaderas caídas pilosas de agua. No sé por qué, pero tuve ganas de invitarlo a un café. Nunca lo había hecho, a pesar de que él llevaba viviendo más de siete años en el apartamento de al lado. ¿Nos tomamos un café? Dijo que sí.
Mientras subíamos, yo iba detrás de él, veía su trasero enorme que se meneaba. Llevaba unos pantalones de lino transparentes que dejaban ver sus calzoncillos. Subimos hasta el rellano, y él se recostó contra la pared para dejarme pasar. Abrí la puerta y le pedí que siguiera.
Lo llevé a la sala, póngase cómodo, y fui a hacer café.
Cuando regresé de la cocina, él había cogido una de las revistas pornográficas que yo guardaba en una estantería del siglo XVIII, de caoba rojiza. Tengo una colección relativamente grande, sobre todo de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo XX.
—Nunca había visto una.
—¿Una qué?
—Una mujer desnuda.