Читать книгу Flores - Afonso Cruz - Страница 13
ОглавлениеPOR LA MAÑANA le hice el desayuno a Beatriz, leche, una tostada con mantequilla y mermelada, una naranja. Intenté hablar sobre lo ocurrido la noche anterior, pero ella se limitó a mirarme, con la cabeza inclinada hacia un lado. Le pregunté si la leche estaba lo suficientemente caliente, ella asintió. La llevé al colegio, sin dejar de observarla por el espejo retrovisor. Beatriz miraba por la ventana, a veces se enrollaba el pelo en los dedos.
Le pregunté si estaba robándose el paisaje con los ojos, pero no obtuve respuesta.
Le pregunté de qué color era su suéter, no digas verde porque los suéteres no tienen color, pero se quedó en silencio.
Me despedí de Beatriz con un beso en la frente y ella me sonrió, sin que yo supiera muy bien qué quería decir esa sonrisa, aunque quedé relativamente contento.
Compré el periódico, leí los titulares, pasé los ojos por las páginas de deportes, antes de regresar a casa. Llamé a Clarisse, intenté disimular mi nerviosismo, le dije que Samadhi había venido a la casa. Cuándo, preguntó, anoche, respondí. Qué quería, preguntó Clarisse. Quería dejarme los textos de las conferencias de esa tarde. ¿Acaso era urgente? No, pero estaba por el barrio y se acordó, había ido a cenar con unas amigas. Aunque creo que la comida no le cayó muy bien, porque casi se desmaya, tuve que acostarla en la cama e incluso pensé en llamar al ciento doce. ¿Qué tenía? No sé, Clarisse, a lo mejor una indigestión, pero a los pocos minutos se compuso y regresó a casa. No, no sé si está mejor, no la he llamado. Sí, debería llamarla, quizá esta noche, pero no me cabe duda de que está bien, las noticias malas corren deprisa. ¿Tus padres están bien?
Después de colgar cogí un libro, pero me quedé dormido en el sofá, casi al instante, no leí más de dos páginas. Trabajé un rato en un texto que estaba retrasado, pero no pude concentrarme.
Cogí uno de los juguetes de mi padre, un carrito de lata que tenía encima del escritorio, como decoración, y traté de imaginarlo jugando con él. Nunca es fácil ser niño, y esa época solo sirve para que los psicólogos ganen dinero. El carrito rojo de lata tiene al conductor pintado en el parabrisas, de frente, con sombrero, pero cuando uno lo pone de lado se ve de perfil. Claro que, por un instante, si uno lo mira desde una perspectiva caballera o isométrica, se ven dos conductores, el del parabrisas, de frente, y la misma figura en la ventana de la puerta, de lado. Me gustaría que la vida fuera así y nos presentara varios ángulos a la vez. Podríamos ser niños y adultos en la misma frase. Solo el gesto de poner la taza del desayuno en la mesa podría ser vicioso y a la vez virtuoso. Pero a lo mejor ya lo es, y las personas entrenadas logran ver la vida como si fuera un carrito rojo de lata, ven al conductor de frente y de lado, y saben que al poner la taza del desayuno en la mesa una persona puede ser viciosa y a la vez virtuosa.
A mi padre no le gustaba que pusieran el sombrero en la cama. Creo que le heredé esa superstición. Cuando somos niños aprendemos cosas muy estúpidas, como la ubicación de minas de tungsteno y las supersticiones. Los únicos que ganan con eso son los psicólogos.
No alcancé a almorzar porque no podía comer nada. A las cuatro y cuarto me fui a recoger a Clarisse en la estación. Me crucé con doña Azul en las escaleras, nos saludamos, se quejó del aumento de impuestos, que todos son unos ladrones, caen directo a nuestros bolsillos, cual rateros, aunque a estos los meten presos al instante, mientras a aquellos nadie los toca. Le dije que quizá no siempre era así, ella cambió de tema, habló de un programa de televisión, preguntó por el señor Ulme, que si estaba mejor de la cabeza, comenzó a criticar a la vecina de abajo, que siempre está sola.
—Julia es una mentirosa, por eso nadie habla con ella y siempre está sola.
—Ya me tengo que ir.
—¿Lo estoy aburriendo, querido?
—No, claro que no.
—Y le dije que esa no era la impresión que tenía de ella.
—¿A quién?
—A Julia. No me está oyendo.
—Continúe.
—Me comenzó a gritar, me dijo de todo, pero yo no soy de las que se quedan calladas y…
—De verdad ya me tengo que ir, que Clarisse llega ahora en el tren de las cinco.
—¡Clarisse! Su esposa es muy simpática. Trátela bien, querido, que mujeres así no hay muchas.