Читать книгу Flores - Afonso Cruz - Страница 16
ОглавлениеEL SEÑOR ULME quiso que lo llevara a una sesión espiritista.
—¿Quiere hablar con los muertos?
—No exactamente, no tengo nada que decirles.
—Entonces, ¿por qué quiere ir donde un médium?
—Ya le diré, caballero, no sea impaciente. Usted es igual a todos los demás, solo piensa en hablar, ya sea con vivos o muertos. ¿No se le ha ocurrido oír? ¡Altitud! Una persona va donde un médium a oír a los muertos.
La médium tenía pelo rojo y un gorro de croché blanco, los dedos eran largos, afilados en las puntas y terminaban en uñas pintadas de un rojo tan vivo que me producía un ligero mareo, como si el mundo estuviera demasiado contrastado. La boca, cuando se reía, revelaba unos dientes algo prominentes y amarillos.
Solo en la mitad de la consulta comprendí la intención del señor Ulme con la visita, pretendía que su pasado, que algún fantasma de su pasado, reapareciera y comenzara a hablar con él a través de la boca torcida de la médium y le dijera: ¿te acuerdas, Manel, cuando te sentaste junto a un canal en Brujas, y de una senegalesa esbelta que te arrojaba el humo del cigarrillo en la cara, que luego se reía a carcajadas y te invitó a bailar? Y tú, Manel, no te negaste, porque nunca le dijiste no a una mujer, y esta tenía un acento tan exótico y los brazos tan suaves y la piel tan oscurecida por el desespero de su infancia. ¿Te acuerdas, Manel, del tatuaje que ella tenía en el cuello, una cruz y un rosal alrededor? Y tú pusiste ahí los labios para pincharte con las rosas, pero lo que sentiste fue una palabra suya que te inundó el oído izquierdo con ese acento exótico, y cuando salieron del barco querías hacerte un tatuaje igual, me muero si no lo hago ahora, si no huelo a cruz y a rosas, fue lo que dijiste mientras te tambaleabas por la calle agarrado de su abrigo de piel.
Pero la médium no dijo nada de eso (son memorias que yo reuniría más adelante), se limitó a engrosar la voz, supuestamente el que hablaba ahora era el padre del señor Ulme, dijo que estaba muy orgulloso de él, que lo veía desde el cielo y que su mirada lo empujaba por la vida, así como el viento infla las velas de los barcos. Hijo, dijo la médium con voz gruesa, aquí a mi lado tengo a tu madre, agárrame del brazo y sonríe, te extraña, te piensa mucho, quiere que te abrigues, que te alimentes bien, que comas pescado y vegetales cocidos, brócoli y zanahoria, sé que ya no tienes ocho años, pero en el corazón de las madres es difícil que un hijo envejezca. Escucha, cuando oigas en tu cabeza una canción y no sepas de dónde viene, es porque ella la está tarareando, de modo que acaricia esa canción y ve por la calle silbándola, que a tu madre le gusta sentirse acompañada y así, mientras ella canta, tú silbas, para que formen una especie de orquesta, una en el cielo, otra en la Tierra.
—¿Mi madre está ahí?
—Sí, hijo, en realidad está en todas partes, no hay nada más omnipresente que una madre, ni siquiera Dios Nuestro Señor.
—¿Cómo está?
—¿No lo recuerdas?
—No recuerdo nada.
—Es muy bonita.
—No recuerdo nada.
—Son sesenta euros, por ser primera consulta, las siguientes quedan en cincuenta.
Salimos. El señor Ulme estaba desanimado, cabizbajo, con la mirada en el piso.
—Parece que va a llover —le dije.
El señor Ulme no respondió, pero susurraba entremos más adentro en la espesura, entremos más adentro en la espesura.
Al volver a casa, tuve la extraña sensación de que nos estaban siguiendo. Cada vez que me volteaba, percibía un cuerpo que se escondía, primero en una esquina, luego en la entrada de un edificio, luego detrás de un sicomoro.
* * *
Entonces tomé una decisión muy importante, al llegar a casa, después de quitarme los zapatos y de fumar un cigarrillo en el balcón. La pondría en práctica al día siguiente, sin falta.