Читать книгу Flores - Afonso Cruz - Страница 9

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DESPUÉS DE ESCRIBIR UN ARTÍCULO que tenía que entregar en el periódico, decidí llevar a Beatriz al parque. El señor Ulme venía de la biblioteca que queda justo frente a nuestro edificio y le hice señas para que se acercara.

Traía un libro en la mano, y me acerqué haciendo todo lo posible para leer el título y el nombre del autor con disimulo. Era de Séneca. Le iba a preguntar algo sobre el libro cuando de repente un carro que venía hacia nosotros hizo un giro brusco a la derecha y casi nos atropella, si no fuera porque jalé al señor Ulme, por reflejo, hasta la acera. Por fortuna, Beatriz estaba detrás de mí. El carro paró unos metros adelante, le grité algunos insultos, una cabeza salió por la ventana, una mano hizo un gesto cortante junto al cuello, una amenaza de degüello. Ese tipo quería matarnos, les grité al señor Ulme y a las personas que pasaban, giró adrede, quería matarnos. El señor Ulme parecía estar rezan­do, susurraba algo indistinto. Estaba muy nervioso, las manos le temblaban, la quijada también. El carro arrancó. Lo conoce, pregunté, pero él respondió que no, y solo en ese instante se me ocurrió anotar la placa, pero ya era demasiado tarde. La amenaza me pareció muy extraña, y miré al señor Ulme por el rabo del ojo, desconfiado de que me estuviera ocultando algo. Cuando nos calmamos, le pregunté de nuevo si no conocía al hombre. ¡Ya le dije que no!, me aseguró.

—Pues bien, debe ser un loco cualquiera que nos confundió con alguien más.

—Debe ser.

El señor Ulme señaló el suéter de Beatriz y preguntó:

—¿De qué color es?

—Amarillo.

—No.

—Sí.

—Las cosas no tienen colores, eso no es una propiedad de los objetos. —Y, volviéndose a mí—: Tan joven y ya cayendo en el error de Aristóteles. ¿Usted acaso no la educa?

—Es amarillo —insistió Beatriz.

—Es la reflexión de la luz que hace parecer como si los objetos tuvieran color.

—¿No es amarillo?

—No.

—¿Qué es, entonces?

—Nadie lo sabe.

Flores

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