Читать книгу Flores - Afonso Cruz - Страница 15

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AL DÍA SIGUIENTE me encontré con doña Azul y su ojo derecho que siempre parpadea. Vive en el piso debajo del nuestro. Le hablé del señor Ulme.

—¿Así que no sabe lo que le sucedió?

—No.

—Tuvo un aneurisma —me dijo.

—¿Un aneurisma?

—Sí, querido, operaron al señor Ulme hace dos meses. No recuerda una parte de su vida. Puede hacer todo lo que hacía, pero no recuerda el pasado. Sabe los nombres de todas las plantas, pero no recuerda que fue niño.

—¿Nada?

—Nada.

—No tenía la menor idea.

—Mi querido, parecería que no viviera en este edificio, tiene la cabeza en las nubes. Tenemos que estar ahí el uno para el otro, imagínese que un día llegara a necesitar ayuda, ¿a quién acudiría?

Durante la cena, le pregunté a Clarisse si ella sabía del aneurisma del señor Ulme.

—Claro, todo el mundo sabe que lo operaron. Incluso fui con Beatriz al hospital a llevarle un ramo de flores, sé que le gustan mucho.

—Es una pena.

—Sí, es muy triste perder la memoria afectiva, nadie debería sufrir un castigo así.

Es cierto, Clarisse, pensé, recuerdo que el castigo para algunos judíos antiguos, el infierno, la genhenna, era un espacio de olvido absoluto, una aniquilación, una desaparición total. El abismo de la nada es más terrorífico que el sufrimiento infligido por las populares llamas. Al menos para mí. Dejar de ser es peor que sufrir por ser o haber sido.

—¿Qué edad tiene?

—¿El señor Ulme?

—Sí.

—Creo que sesenta o setenta y pico.

—Parece mucho más viejo.

—Así es.

—¿Has entrado al cuarto de huéspedes?

—¿De qué diablos estás hablando?

Flores

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