Читать книгу Flores - Afonso Cruz - Страница 20
ОглавлениеEL PADRE DEL SEÑOR ULME salía al balcón de la casa a leer poesía. Obligaba a las personas a aprender a leer y las obligaba a recitar poesía. Por la tarde giraba el gramófono hacia la calle y ponía a todo el mundo en el pueblo a oír Hayden, Wagner, Puccini. Orquestas famosas que grababan en Londres y en Salzburgo y en París y que ahora andaban paseando por los oídos de los habitantes del pueblo. Mozart recorría los campos, abrazaba los olivos y las encinas, la música llenaba el espacio que le falta a la naturaleza, porque siempre le faltan muchas cosas a la naturaleza, una de ellas es la música. Un alcornoque es mucho más alcornoque después de oír a Bach que solo por la compañía de mirlos y urracas. El padre del señor Ulme lo sabía, que debemos corregir el mundo, inventar una historia mejor, una historia con música. No desistiremos.
—¿Y jazz?
—¿Qué cosa?
—¿No ponía?
—El hombre era conservador, el jazz era música de bandidos.
—Pero al señor Ulme le gusta mucho el jazz.
—Saque las conclusiones que quiera.
Según el sacerdote, el padre del señor Ulme decía que el Día D había sido anunciado por radio con un verso de Verlaine. Era la manera para que todos supieran que el Día D había llegado. La poesía servía hasta para acabar con la guerra, era eso lo que el padre del señor Ulme anunciaba antes de comenzar a recitar un poema: «La poesía sirve para acabar con lo atroz, es una bala en la cabeza del horror, es una piedra arrojada contra este escenario de mal gusto, este mundo al que tomamos por real». Obligaba a todo el pueblo a oír poesía, él mismo reunía a los habitantes, como un pastor de verdad, los juntaba debajo del balcón, y siempre había más gente oyendo poemas que la misa el domingo en la mañana. No obstante, eso es algo que el sacerdote aún no logra perdonar, después de tantos años, ni al padre del señor Ulme ni a los habitantes de la aldea. Nadie entendía nada, es cierto, pero la fuerza del hábito echó raíces, la fuerza del hábito vivía en el campo, hizo como los árboles. Si no les gustaba la poesía, ¿cómo la iban a preferir en vez de los sacramentos? No se lo perdono. El sacerdote también contó que el padre del señor Ulme, cuando las personas no podían pagarse los estudios, proveía de modo tal que todos pudieran aprender. Las Flores fueron a estudiar a Lisboa, y quien les pagó sus estudios fue el padre del señor Ulme. Igual con Mostovol, que terminó siendo payaso. Igual con Porrinha, que según el sacerdote se volvió cirujano. Igual con Zaida, que después de estudiar y regresar a la aldea se fue a trabajar en el burdel de Cecilia, porque a las mujeres no les tocaba igual.
—¿Y ahora ha mejorado? —le pregunté.
—¿Qué cosa ha mejorado?
—Para las mujeres.
—No me haga preguntas difíciles.