Читать книгу Flores - Afonso Cruz - Страница 21

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CUANDO VOLVÍ DE ALENTEJO y entré a la casa, fui directo al cuarto de huéspedes. El sombrero aún estaba en la cama. Me sentí verdaderamente ultrajado, con seguridad Clarisse ya lo había visto ahí. Si no lo había quitado era porque se trataba de un mensaje.

El señor Ulme golpeó la puerta, le abrí, hizo una espe­cie de venia.

Sacó un manojo de sobres del bolsillo.

—Desde que me operaron, esto me pulveriza las ideas, el cerebro, el cuerpo, la columna vertical.

—Vertebral.

—Vertical.

—Está bien, vertical.

—El mundo está en una situación desesperada.

Le pregunté qué sucedía, y él, con violencia, tumbó los sobres que había dejado sobre el mesón de la cocina.

—Esto. Esto es lo que sucede.

Cogí la correspondencia, casi toda eran cuentas, del agua, de la luz, del gas, del teléfono, algunos folletos con publicidad.

Me encogí de hombros.

—¿Es la indiferencia, entonces? —preguntó.

—No sé qué decir.

—¿No sabe qué decir, caballero? Se lo resumo en dos palabras: pagar o comprar. ¿Ese es el mundo donde vivimos y que construimos para nuestros hijos? ¿Tiene limonada? No puede ser artificial, quiero una de limones exprimidos.

Le dije que le haría una limonada, él se sentó en la silla junto a la mesa, visiblemente perturbado, respirando con dificultad, con la cabeza entre las manos, unas hilachas de pelo se le salían por entre los dedos. Saqué un limón de la despensa, lo exprimí, añadí un poco de agua, unas hojas de yerbabuena, hielo. Lo oía susurrar maldiciones de todo tipo, que parecían llenar el suelo de cobras, de siseos. Puse el vaso de limonada sobre la mesa.

—Todo está perdido —dijo.

Agarró el vaso, se lo bebió de un trago. Le quedó una hoja de yerbabuena colgando del bigote, y dijo:

—Amarga. Le falta azúcar, caballero.

* * *

Le conté que había decidido escribir su historia, reconstruirle la memoria.

—Usted es un verdadero ser humano, altruista y generoso. Me rindo a sus pies.

En efecto intentó agacharse, pero desistió a medio camino, se quejó por el dolor de espalda y luego repitió, en voz baja como de costumbre, entremos más adentro en la espesura, entremos más adentro en la espesura.

Le conté los pocos episodios que había reunido de su pasado, incluido el hecho de que el marido de doña Eugenia lo hubiera llamado un cabroncito burgués.

—A lo mejor sí lo fui.

No recordaba ningún episodio afectivo con Margarita Flores, pero dijo que sabía quién era, pues tenía un armario entero con dosieres llenos de notas de prensa sobre la fadista.

—Cientos de recortes, fotografías, y hasta tres o cuatro chales, ganchos de pelo y unos calzones. Me da un poco de vergüenza mirar ese mueble, me hace parecer uno de esos locos obsesionados con personas famosas.

Omití la historia de los partidos de fútbol, pero no dejé de contarle el episodio en el burdel. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando dijo:

—Entonces sí he visto a una mujer desnuda. Qué lástima no recordarlo.

Flores

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