Читать книгу Flores - Afonso Cruz - Страница 4

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LAS LÁGRIMAS NO SON TODAS IGUALES. Químicamente, las lágrimas que salen por cortar una cebolla son diferentes de las que lloramos cuando enterramos a nuestro padre. Las lágrimas, todas ellas, contienen aceites, anticuerpos y enzi­mas. Las que lloré ese día cuando arrojé una pala de cal al hueco donde enterraron a mi padre tenían, además de las partículas que un microscopio detecta, la tristeza inmensa de que ya no pudiéramos tomarnos una botella de vino. Una cosa son las lágrimas de cebolla y otra las lágrimas del corazón. Ese día llevaba gafas oscuras, unas Ray-Ban de los años setenta, de lentes verdes y marco dorado. La tía Dulce decía que mi padre era maravilloso, una especie de templo de Arte­misa, y yo decía que sí, que lo era, sin duda lo era, y luego llegó el tío Enrique, con la barriga enorme, tanto que siempre llegaba unos minutos antes que él, y rascándose sus partes antes de decir que sí señor, que mi padre era del carajo, que era un gran jugador de bridge y que, con el pañuelo, podía hacer conejos y otras figuras, a las que daba vida con una especie de ventriloquía. A mí me parecía que eso era como una enfermedad que mi padre padecía, una cosa incontrolable: jalaba el pañuelo, se sonaba y luego le hacía un nudo para darle la forma de una cabeza de conejo, hablaba muy agudo y yo me desataba en llanto, no sé por qué, pero lo detestaba, me producía un miedo ancestral, algo que se instalaba al interior de mi cuerpo como si hubiera bebido un aguardiente.

Regresamos a casa, Clarisse, mi hija Beatriz y yo, después de almorzar bistec a caballo en un restaurante que quedaba justo frente al cementerio de Benfica.

Flores

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