Читать книгу Flores - Afonso Cruz - Страница 3
ОглавлениеESTABA JUNTO A LOS RESTOS de mi padre, con los despojos de nuestros sentimientos a la deriva. Mi cuerpo aún decía su nombre, en voz baja, como si fuera sangre que corriera por las venas. Las lágrimas no caían, quedaban suspendidas en alguno de los compartimentos del corazón o en ese lugar donde las lágrimas se fabrican laboriosamente.
Clarisse estaba a mi lado. Estábamos cogidos de gancho, ella tenía la cabeza recostada en mi hombro.
Detrás de mis gafas oscuras, observé a las personas que habían venido al entierro, Carla estaba tan bonita, de negro, con el dolor en el rostro, el pelo liso y el vestido corto que le destapaba los muslos, pero no era el momento de pensar en eso, era el entierro de mi padre, y además Carla es mi prima hermana. Los destrozos de la muerte por todas partes, en la cara de la gente, en los recuerdos. Mi madre gritó un par de veces, Zé, Zé, Zé, el nombre de mi padre, y en ese instante derramé unas lágrimas, no tanto por él, ese cadáver tan sereno, sino por el dolor de mi madre, tan lancinante y catártico, tan siciliano en su expresión, cada Zé que ella gritaba era una puñalada en el aire, Zé, Zé, Zé.
El calor era inmenso, el sudor me escurría por la espalda, no, no era sudor, era la lengua de la muerte lamiéndome la columna de arriba abajo, arrastrándome hasta el suelo, la lengua caliente de esa extraña entidad que nos transforma en tierra, que lo transforma todo en tierra. Sentía su aliento a flores, pues la muerte no apesta como uno creería, tiene el olor de las coronas de rosas y margaritas y gladiolos que adornan los ataúdes y luego las lápidas. Todo huele a flores, el final de las cosas huele a flores, no a alcantarilla ni a podrido. Zé, Zé, Zé, gritaba mi madre, y la muerte nos lamía la espalda, sin parar, pasando la punta de la lengua, muy fina, por el cuerpo de los vivos, como quien bebe un aperitivo.
Y, mientras el sacerdote disponía que el polvo se convirtiera en polvo, yo bendecía a Dios con blasfemias.