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La luz del día brillaba a través de la ventana enrejada de la parte alta de la pared. Winslow pestañeó, intentó concentrarse. Pequeños alambres le impedían abrir la boca. Pasó delicadamente los dedos por encima de los alambres y los dientes. Sabía que todo había terminado. Se preguntó qué le iba a suceder a continuación.

El médico entró en la celda. En el bolsillo de la camisa llevaba un cuaderno de recetas. Winslow alzó la mano, señaló el cuaderno e hizo un gesto para dar a entender su deseo de escribir. El médico miró hacia la puerta donde estaba el agente. El agente se tamborileó los dientes con el pulgar. Asintió. Winslow tomó el cuaderno y el bolígrafo.

Escribió: NO PRETENDO HACER MAL A NADIE.

La verdad le conduciría de vuelta a casa. No podía volver. Así que Winslow escribió que se llamaba Red, que había sido ranchero hasta que una gran empresa adquirió su ganado y prescindió de sus servicios. En algún momento decidió adentrarse en el bosque. estuve mucho tiempo perdido. Mientras el médico leía en voz alta, Winslow tuvo la sensación de que Sadie estaba al otro lado de los barrotes, escuchando todas aquellas mentiras. No pudo hacer frente a eso y se puso a llorar.

El agente le dio una palmadita en la bota.

–¿Algún familiar al que podamos llamar?

Winslow se presionó los labios con la punta del bolígrafo. Se lo pensó mucho antes de responder. Al final, garabateó: TODOS MUERTOS.

Solo oía murmullos de lo que discutían en el pasillo. Luego, el agente, que se llamaba Bently, entró y señalando al cazador que le iba a la zaga dijo que como Ham le había reventado la mandíbula él mismo se había ofrecido a darle asilo. Winslow podría instalarse en la caravana de la granja de Ham. Si se sentía con ánimo podía ocuparse de los pavos y sacarse algo de pasta.

–Solo hasta que te recuperes –dijo Bently–. Pero eres un hombre libre. Puedes marcharte ahora mismo si quieres.

Winslow miró por la ventana de la celda. Una nieve sombría y húmeda tapaba el cielo y resbalaba por el cristal. Sabía que en el bosque lo tendría muy difícil con la mandíbula rota. Ham, con los ojos llenos de remordimiento, le sonrió.

Winslow rascó el cuaderno como si estuviese grabando la palabra en piedra: TRABAJAR.

Volt

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