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ОглавлениеWinslow se quedó despierto pensando en toda la gente a la que muy pronto tendría que enfrentarse. Lo trágico de los pueblos pequeños era que los sucesos nunca acababan de disiparse; Winslow seguía resentido con William Gentry, que se había dedicado a intimidarle en secundaria, y jamás podría tenerle aprecio a Annie Phillips, enfermera titulada y madre de tres hijos que, de pequeña, se lo hizo con todo el equipo de fútbol del instituto. Winslow prefería acabar de una vez, ir a la Taberna del Viejo Zorro y dejar que todo el pueblo, uno a uno, le encajase un puñetazo en las costillas.
Pero la gracia en Krafton venía con el paso de las estaciones, la siembra, la siega, el conocimiento de que el año que se dejaba atrás nada tendría que ver con el siguiente; la cosecha actual podía ser mejor, o peor, y pese a todo luego habría otra y otra más. De modo que solo cabía pensar en el trabajo diligente que quedaba por delante, sin emoción, solo movimiento, del mismo modo que no existe emoción en la lluvia ni en la germinación de las cosechas.
Winslow decidió que abordaría los próximos días inmerso en el movimiento del trabajo e intentó recordar cómo comenzaban sus jornadas a estas alturas del año. Se imaginó la granja arruinada, los pollos hambrientos en el gallinero, las vacas hinchadas, una masa elevada de grano pudriéndose en el silo. Le tentó la idea de vestirse y salir a inspeccionar los edificios anexos. Pero su cuerpo no se lo permitió.
Winslow se las arregló para ponerse en pie y llevarse una manta a la mecedora junto a la ventana. El cielo estaba nublado, la tierra negra. Poco era lo que se podía divisar más allá de los campos y se dijo a sí mismo, igual que todos los años que llevaba almacenando cosechas, que iba a dejar que el grano del año vencido, que crecía imperceptiblemente, día a día, para acabar siendo un tallo devorado por el cabezal de la trilladora, desapareciese de su vida consciente, que no fuese más que un fantasma en sus sueños.