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Psicoterapia de grupo com crianças mediadas por contos

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El dispositivo terapéutico propuesto por Castro (2009), publicado como artículo en la revista Crianças de adolescentes em psicoterapia, fue ejecutado en una pre-escuela comunitaria, donde los niños concurrían curricularmente. El grupo estaba constituido por 14 niños que tenían entre 4 y 6 años, expuestos a vulnerabilidad social, y que estaban en la misma clase. La autora, citando a Gutfreind (2003), afirma que entiende que el número ideal para un grupo de este tipo está entre los 5 y 10 participantes, pero que por motivos externos no se pudo dividir el grupo en dos. También se justifica la realización de este dispositivo grupal en términos de la posibilidad de una intervención más abarcativa cuantitativamente.

El equipo de trabajo estaba conformado por un terapeuta, un coterapeuta y un observador. La autora afirma que las funciones de terapeuta y coterapeuta fueron rotativas: quien leía el cuento y realizaba fundamentalmente las intervenciones era la terapeuta, mientras que el coterapeuta se dedicaba a mantener el encuadre de trabajo. Así, el coterapeuta se sentaba en la ronda junto al grupo. Además, en algunos momentos de tensión en el grupo, la observadora también auxiliaba como coterapeuta, pero su tarea fundamental fue el registro de las expresiones de los niños, tanto discursivas como corporales. Cabe destacar que el proceso terapéutico fue supervisado por Celso Gutfreind.

En cuanto al procedimiento que se siguió, primero se realizó una etapa diagnóstica, que consistía en relevar datos de los niños a partir de observaciones en el recreo y aula, así como en tres encuentros del grupo de juego libre. Algunos temas que se entendió necesario abordar, en tanto surgían con fuerza en el grupo, fueron: agresividad, curiosidad sexual intensa, aceptación de la diferencia y procesamiento de duelos. Se realizaron 18 encuentros de una hora y media, durante un período de 5 meses.

Cada encuentro se dividió en dos grandes tiempos. En el primero, se organizaba al grupo para sentarse en ronda y en el piso para luego proceder a la lectura del cuento. En la segunda parte del encuentro, existían tres tiempos: la discusión verbal, donde se permitía la libre asociación; la dramatización del cuento; y la expresión gráfica. En cuanto a la discusión verbal, se habilitaba el despliegue de sentimientos y pensamientos al respecto, como asociaciones que no necesariamente tuvieran que ver con la trama del cuento. Después, la dramatización del cuento se comenzó a realizar a partir del cuarto encuentro, en tanto se entendió por parte del equipo de trabajo que en el grupo había una necesidad de expresar corporalmente las ansiedades que el cuento despertó en ellos. En este sentido, plantea que quizás no dispusieran “en aquel momento, palabras para poner en palabras experiencias preverbales acerca de las fantasías que los cuentos estaban evocando” (Castro, 2009, p. 223). Por último, la autora explica que la expresión gráfica servía como un puente o camino de vuelta a la realidad exterior, tras la descarga emotiva que implicaba la dramatización del cuento. Cada participante tenía una hoja y colores previamente dispuestos por el coterapeuta. No se trataba de interpretar los dibujos, sino de “propiciar un espacio de contención y comprensión, en virtud de generar un tiempo para las elaboraciones personales personales de cada niño, respetando el ritmo de cada uno” (Castro, 2009, p. 224).

En este sentido, Castro (2009) identifica que los cuentos tienen la doble capacidad de presentarse lejanos y, a su vez, convocar el deseo, y esto permitiría la posibilidad al niño de poner en palabras –y agregaría, actos y gestos (Casas de Pereda, 1999)–, y lograr simbolizar aquello que no tiene nombre, al decir de Cambruzzi y Schneider (2014). Por otra parte, al sentirse identificado con los personajes y sus tramas, también alivia el sufrimiento por verse en un espacio contenido, donde no solo al él o ella, le está sucediendo determinado drama.

Por otro lado, la autora caracteriza al cuento como un intermediario seguro entre la realidad interna de los niños, repleta de fantasías tanto creativas como destructivas y persecutorias, y la realidad externa. Castro (2009) afirma que el dispositivo mediado por cuentos, tanto tradicionales como modernos, “promovió el surgimiento de contenidos emocionales inferidos tanto de la trama como de las acciones de los personajes, posibilitándoles nombrar sentimientos y ansiedades, promoviendo el uso de mecanismos defensivos más complejos y, de esa forma, aumentando la capacidad representativa y promoviendo el pensar antes del hacer” (p. 235).

Mediaciones y mediadores terapéuticos para una clínica de fronteras

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