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El uso de cuentos para el desarrollo de la capacidad narrativa en niñas y niños

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Silvia Schlemenson (2009) presenta un dispositivo de uso de cuentos con el objetivo de desarrollar la actividad narrativa en niños, particularmente de aquellos en situación de pobreza socioeconómica. El dispositivo de investigación-acción, como lo caracteriza la autora, se enmarca en la Cátedra de Psicopedagogía Clínica de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, en cooperación con UNICEF y distintas universidades del interior argentino. La experiencia se realizó en el año 1995, en las localidades de Buenos Aires, Rosario, Bariloche, Tucumán y Santiago del Estero.

El formato del dispositivo consistió en narrar un cuento de contenido ficcional a partir del cual se pretendía activar la producción discursiva de los niños, partiendo de la hipótesis que “el desarrollo de la capacidad narrativa favorece la producción de representaciones que dan cuenta de los aspectos de la subjetividad que se entrelazan y enriquecen el material objetivo” (Schlemenson, 2009, p. 152). Los grupos eran formados por 6 niños elegidos al azar que cursaban el último año de Educación Inicial, coordinados por un adulto especialmente entrenado. La duración fue de un total de 15 encuentros.

En cuanto a las intervenciones de las coordinadoras de los grupos, se privilegió el despliegue de lo “discordante, lo atípico, lo risueño, lo distinto y lo distante” (Schlemenson, 2009, p. 159). La autora especifica que en las primeras reuniones se realizaban preguntas directas acerca del cuento, preguntas asociadas a un tipo de lectura escolar-evaluativa. Sin embargo, las intervenciones acerca del cuento luego fueron mutando hacia convocatorias que activaran el pensamiento crítico “a partir de relacionar lo acaecido al personaje principal con algún episodio de la vida del niños semejante al descrito por el relato” (Schlemenson, 2009, p. 160). En el mismo sentido, se buscó favorecer la imaginación de los niños transformando el conflicto con preguntas del estilo “¿Qué hubiera sucedido si...?” o “¿Cómo te imaginas si...?”.

Además, se decidió no narrar el final del cuento para promover la enunciación de las distintas resoluciones imaginadas, y de esta manera poder contemplar y promover la creatividad de todos los participantes. Se les pedía a los niños, entonces, que imaginaran un final una vez narrado el conflicto principal de la trama. Así, Schlemenson concluye que este esfuerzo realizado por el niño “es uno de los ejercicios que activan la creatividad necesaria para la satisfacción de la turbulencia de los nuevos requerimientos sociales” (2019, p. 167).

Por último, Schlemenson no realiza una caracterización del cuento explícita, sino que rodea la cuestión a partir del desarrollo teórico de la actividad narrativa, de las oportunidades que el narrar ofrece, particularmente en un encuadre clínico. De todas formas, sí hace referencia a la elección de utilizar cuentos como estrategia para el desarrollo de la capacidad narrativa. Explica que se entendió que era un buen disparador emotivo para el despliegue de pareceres, que además asegura que todos estén escuchando lo mismo en tanto hay un material escrito que respalda. Por ejemplo, otros disparadores podrían ser pedir que los niños cuenten anécdotas personales sobre determinados temas, pero es un material más volátil y pasible de ser recibido distorsionado –más allá que el cuento también es procesado de diferentes modos–.

La autora plantea que cuando un niño comienza un proceso narrativo de un cuento selecciona al narrar los aspectos que le conmovieron y que, por lo tanto, allí se expresa su subjetividad. El acto de narrar “tiene entonces una doble vertiente: por un lado, se nutre de los hechos y, por otro, expresa aspectos de la subjetividad del narrador mediante interpretaciones que no son universales sino que están en una estrecha relación con la historia y la cultura de quien los interpreta” (Schlemenson, 2009, p. 153). A su vez, la autora afirma que en el proceso de imaginar posibles desenlaces y elaborar supuestos sobre los personajes “se pone en marcha esta compleja actividad representativa, cuando lo propio y lo ajeno se entrelazan y confunden al calor del proceso narrativo” (p. 165).

En este sentido, la autora sostiene que el “sentido único” no existe en los procesos narrativos, y que todo se torna relativo y posible, ya que hay tantos pareceres como receptores e interpretadores del cuento. Se entiende que el ámbito clínico en el que se realizan estas lecturas de cuento debe permitir el despliegue discursivo del niño, partiendo de la base de que eso es lo que se busca, particularmente en este dispositivo que favorece las asociaciones entre cuentos y experiencias personales. Acerca de las interpretaciones de los niños sobre los cuentos, Schlemenson explica que las “distintas versiones que ofrece expresan ‘su verdad’ narrativa, razón suficiente para ser respetado y escuchado” (2019, p. 154). Sin embargo, es cuestionable afirmar que el hecho de que los niños puedan narrar acerca del cuento en vínculo con su historia y experiencias de vida, necesariamente signifique el desarrollo de la capacidad narrativa o un favorecimiento en la producción simbólica. Pueden existir elaboraciones al respecto del cuento que impliquen producción simbólica pero que sin embargo estén al servicio de la defensa y no a una posibilidad creativa sublimatoria (Dibarboure, 2015).

Mediaciones y mediadores terapéuticos para una clínica de fronteras

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