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El diagnóstico en la clínica psicopedagógica: producción imaginativo-reflexiva en la lectura

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Gustavo Cantú presenta en su libro Lectura y subjetividad en el diagnóstico psicopedagógico (2014), específicamente en el capítulo “La lectura en el encuadre clínico”, un dispositivo de diagnóstico psicopedagógico clínico enmarcado en el Servicio de Asistencia Psicopedagógica de la Universidad de Buenos Aires.

El autor afirma que el encuadre dista de ser un encuadre psicoanalítico clásico, en tanto la sesión se desarrolla cara a cara y no se menciona la regla de la asociación libre. El dispositivo se diseña específicamente para atender niños consultantes por problemas de aprendizaje. De todas formas, en cuanto a su objetivo, afirma que es el mismo que en el encuadre psicoanalítico clásico, en tanto se intenta “favorecer el despliegue de las distintas formas de producción simbólica en el paciente para instrumentar su diagnóstico” (2014, p. 64).

Luego del proceso de psicodiagnóstico (entrevista con padres, uso de herramientas proyectivas), la última sesión corresponde a la compresión de los procesos de lectura y escritura. Se le presenta al niño un cuento, que deberá leer en voz alta o baja. Se le solicita que si se le ocurre algo, aunque no tenga nada que ver con el cuento, pare la lectura y lo diga. El cuento es dividido en partes y al terminar con cada parte se le pide que imagine y anticipe cómo sigue. Dividirlo en partes no es un proceso azaroso, sino que se fundamenta en el concepto de lexias, introducido por Barthes (2004). Estas serían divisiones del texto con el objetivo de des-subordinar al texto del macrorelato en el que se encuentra, posibilitando la aparición de voces (recuerdos, asociaciones). Es importante comunicarle al niño que no será evaluado, sino que el objetivo es conocerlo, comprender “la dinámica de sus deseos, fantasías y temores” (Cantú, 2014, p. 66).

Al finalizar, se le pide al niño un resumen general del cuento. A diferencia de las anteriores intervenciones, esta tiene como intención indagar acerca de la comprensión lectora; es decir, “indagar el posicionamiento del sujeto en relación a las significaciones instituidas ofrecidas por el relato” (p. 75). También se le pide un título, lo que posibilita indagar acerca de la clave interpretativa del niño. Por último, se le proponen situaciones que cambien la trama narrativa y los personajes, con el objetivo de producir ligaduras que escapen a una explicación de los instituidos del cuento y se articulen con sentidos subjetivos particulares.

Por otro lado, en relación al cuento en dispositivos terapéuticos psicoanalíticos, André Green (1995) afirma que el encuadre del dispositivo psicoanalítico modifica el lenguaje conforme a este, lo que posibilita que la palabra se transforme en palabra viva, es decir, palabra que se articula con la realidad psíquica. En este sentido, Cantú propone que el dispositivo propuesto “permite un trastocamiento de la lectura habitual (con propósitos de esparcimiento, información, estéticos, evaluativos, etc.), transformada así en lectura ‘viva’” (2014, p. 78). De esta manera, el niño se encuentra en una situación en la que se puede articular la realidad psíquica con las significaciones culturales instituidas en el cuento, donde el sujeto puede “encontrar formas de representación para su dramática subjetiva” (p. 78).

En este sentido, también se destaca el rescate que realiza el autor del concepto de uso de objeto, elaborado por Winnicott (1971). Cantú explica que para que un objeto sea usado “es forzoso que el objeto sea real en el sentido de formar parte de la realidad compartida, y no un conjunto de proyecciones [...] el uso implica la ubicación del objeto por fuera del control omnipotente del sujeto” (2014, p. 32). De esta manera, para dar cuenta de la exterioridad del objeto, el niño intenta destruirlo-arrojarlo. Pero es paradójicamente la supervivencia de este objeto en el intento de destruirlo lo que lo ubica fuera del control omnipotente. Cantú propone que un texto en el contexto clínico “deberá estar ahí, a mano, disponible, despertando cierta curiosidad [...] accediendo a ser usado hasta que el sujeto finalmente se canse y lo tire” (p. 32).

En esta misma línea, el autor rastrea algunas condiciones psíquicas necesarias para poder usar el texto. Por ejemplo, propone que la identificación es condición necesaria para la recepción literaria, entendiendo que lo que debe suceder para que el texto o cuento no aburra o genere desinterés tiene que ver con un agite o activación de nuestros deseos y temores infantiles reprimidos. De esta forma, “la asociación de sentidos que el lector puede tomar como rasgo que sostenga la identificación con el personaje no será necesariamente literal” (Cantú, 2014, p. 36).

Por otra parte, el autor ubica al texto en una posición tópica de transicionalidad. En primer lugar, realiza la distinción entre texto y escrito. Se denomina escrito a la materialidad física portadora de significaciones socialmente instituidas como una totalidad autónoma y abierta; por otro lado, se denomina texto al sentido particular que el sujeto-lector construye. Así, el texto entendido como el autor lo propone, y en consonancia con lo explicado acerca del uso del objeto, “no pertenece a la realidad compartida. [...] debemos situarlo en una zona intermedia: entre el escrito y el sujeto, es decir, entre las significaciones instituidas del escrito y los sentidos subjetivos singulares del lector” (Cantú, 2014, p. 41). Este concepto de texto se vincula con el de pacto ficcional, en tanto para que el lector produzca texto, y no sea lector modelo como plantea Eco (1999) o produzca sentido defensivamente (Dibarboure, 2015), la creación imaginaria “sólo se pone en juego si puede aceptarse una diferencia: un ‘ya lo sé’, que modula el ‘aún así’, es decir, siempre que se acepte la castración simbólica y al mismo tiempo, en algún lugar, esta sea repudiada” (Cantú, 2014, p. 37).

Mediaciones y mediadores terapéuticos para una clínica de fronteras

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