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XVII. PARA TERMINAR, DOS FÁBULAS DE ANIMALES

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66. De vuelta a los cuentos. Vamos a relajar la tensión intelectual recordando algunos cuentos sobre animales sabios y racionales que se afanan día a día en asegurar su subsistencia. Aprovechamos aquí la ocasión para insistir a los lectores en cuán provechosa es para el jurista la lectura de las fábulas de ESOPO y FEDRO.

67. La comandita que otros animales hicieron con el león. La hipótesis de hecho de la fábula es absurda, porque no se entiende qué iban a querer la cabra, la vaca y la oveja con el pacto de sociedad que hicieron con el león para cazar juntos. Pero es el caso que así lo cuenta FEDRO. Si al lector le violenta lo inverosímil de la escena, sustituya a aquéllos por tres animales carnívoros de su gusto (pero siempre un zorro, animal estelar de las fábulas y típicamente un listillo). Fruto de la sociedad es que se cazó un ciervo entre todos. El león procedió al reparto: "Me cojo la primera, pues para eso soy el rey de los animales. Y la segunda, en mi calidad de socio. También la tercera, porque soy más fuerte que vosotros. ¡Ay de quien se atreva a tocar la cuarta!". Numquam est fidelis cum potenti societas.

68. ¿Qué falló en el contrato de comandita? Se dirá: falló el sistema jurídico, institución impensable en el reino de los animales. Sobre eso hay mucho que decir, pero debe repararse que ninguno de los animales echó en falta tal institución cuando fundaron legítimas expectativas en el cumplimiento y en el beneficio colectivo del contrato. Fallaron, en cambio, los medios líquidos de compulsión y los incentivos al cumplimiento de parte del león. Si sólo uno de estos medios hubiera estado disponible, el contrato se hubiese cumplido, sin importar si era o no posible acudir a un sistema jurídico. Cierto es que los animales menores no pueden creíblemente amenazar al león con una ejecución de los rehenes, aunque el león les hubiera entregado sus cachorros en prenda de cumplimiento. Pero hubiera bastado que el león hubiera tenido el adecuado incentivo para el cumplimiento. Es raro que en el caso no lo tuviera, y aquí el fabulista tiró por la vía del medio, porque los apólogos de animales no tienen futuro. Lo cierto es que, si el león estaba a gusto con el contrato, actuó irracionalmente al romperlo, porque se privó de la posibilidad de que los demás engañados animales volvieran a concertar con aquél en el futuro una comandita para facilitar la caza. El fallo del contrato está, sólo y sorprendentemente, en la limitada capacidad intelectiva del león, que no sabe descontar adecuadamente los futuros. Nunca contrates con un sujeto que no sabe cuáles son sus propios intereses. Se podrá contar acaso la historia de otra manera, y es que el león había descubierto que no era más ventajoso para él cazar en comandita que hacerlo en solitario. Bien, pues que también en este caso aprendan los socios. Nunca contrates con el que sabe o sabrá que la defección le es más provechosa que el cumplimiento.

69. El lobo y la cigüeña. Se atormentaba el lobo con un huesecillo que se quedó en las tragaderas después de la merienda. Imposible de remediarse él mismo, anunció una suma de dinero como precio para quien quisiera ayudarle. Acudió presta la cigüeña, que, gracias a la extensión de su cuello y pico, pudo penetrar en la peligrosa garganta del lobo y extraer el hueso. Reclamó luego el pago prometido: "Eres una ingrata, dijo el lobo, pues después de que has podido retirar a salvo tu cuello de mis dientes, todavía me reclamas un salario".

70. ¿Falló algo en este contrato? La cigüeña seguramente pensó que el negocio había fracasado, una vez más, por la fuerza bruta superior del obligado, que no se atuvo a sus compromisos. Pero si se analiza con más detalle, se llega a la conclusión de que la cigüeña no tiene de qué quejarse. Pero tampoco es una tonta, contra lo que sugiere el fabulista. Aquélla había convenido con la fiera un acuerdo imperfecto e inestable, porque supuso incautamente que recibiría lo prometido, que sólo habría de pagarse en un tiempo en que ella ya habría ejecutado toda su contraprestación, antes de que el lobo tuviera que mover ficha (especialmente si en el momento decisivo es el deudor quien puede devorarte a ti, pero tú no puedes devorarle a él). Tenía razón el lobo cuando reconvino al ave: bastante contenta tenía que estar con haber sacado ilesa su cabeza de las fauces amenazadoras. ¿Lo hizo el lobo remunerationis causa? Es improbable, porque, a diferencia del león (que siempre es un poco tontorrón en las fábulas), el lobo actúa bajo estímulos racionales y a largo plazo –el agradecimiento no es un motor racional del cumplimiento, aunque pueda llegar a serlo irracionalmente aquí y ahora–. Lo hizo porque supo que tenía el incentivo adecuado; de no haber "cumplido", nunca hubiera vuelto a encontrar una cigüeña que le hiciera el mismo servicio cuando el depredador volviera a atragantarse con un hueso. La cigüeña acabó situada en lo que desde el principio era su punto de equilibrio: mejora su posición original ya con la sola perspectiva de estar segura de salvar su vida en el futuro, porque el lobo tiene ahora un incentivo a no devorarla tampoco mañana, cuando sin este incentivo podría hacerlo impunemente. El resultado alternativo para la cigüeña no es la remuneración que esperaba y que el lobo no le da, sino el peligro de una vida siempre expuesta a la ferocidad del lobo, vida que ahora se asegura en buena parte merced a que la fiera ha descubierto que la cigüeña puede prestar una utilidad adicional a la de ser comida. Y ese es el "valor del contrato". Más arriba del techo de sus incentivos de futuro, es dudoso que el lobo esté dispuesto a cumplir el acuerdo, si la cigüeña procede a extraerle el molesto hueso antes de asegurarse el pago. Y ella no tiene remedio en esto; por muy bien que haga su oficio, la cigüeña no podrá convencer al lobo de que ella no estará dispuesta a seguir oficiando de cirujano a menos que la próxima vez se le pague (por adelantado) el precio prometido. No puede seriamente amenazar al lobo para extraer de él una cantidad mayor que el precio máximo (la vida segura de la cigüeña) que aquél está dispuesto a pagar para el sostenimiento de esta feliz joint venture.

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