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Quinta temporada El nacimiento del derecho occidental

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La era feudal impuso un sistema jurídico consuetudinario, basado en la preservación del orden impuesto por la divinidad. A ello contribuyeron, por un lado, la desaparición de un poder político fuerte, como el Imperio romano en los últimos cuatro siglos de su historia, y su sustitución por una pirámide de pactos particulares, y, por otro, el carácter relativamente estático de una sociedad esencialmente rural que resolvía sus litigios recurriendo a la costumbre inmemorial, centrada en el orden del mundo creado por Dios, y aplicada por jueces nombrados por los vecinos.

Estas condiciones que caracterizan las sociedades europeas durante la etapa altomedieval (siglos VIII al X) cambian sin embargo radicalmente a partir del siglo XI como consecuencia de una fundamental transformación económica que hizo pasar a los europeos de un sistema autárquico de autosuficiencia a un modelo de intercambio mercantil sustentado en un modelo desarrollado de pagos monetarios o financieros que contribuyeron poderosamente a la multiplicación exponencial de los intercambios. En la medida en que esta impresionante expansión económica cambia radicalmente la realidad europea, los historiadores han llamado a este fenómeno la «Revolución comercial», impulsada por un nuevo espíritu que el historiador belga Henri Pirenne denomina «capitalismo comercial». Un cambio trascendental porque sienta las bases de la Civilización occidental europea.

Todo empieza con el movimiento expansivo que se inicia en el ecuador de la Edad Media, por el que los pequeños y oscuros Estados europeos, herederos de los débiles y desorganizados reinos germánicos, inician la dinámica que los acabaría convirtiendo en el motor del planeta.

De agricultores a descubridores

La Revolución comercial se inicia aproximadamente a mediados del siglo XI, momento en el que comienza la transformación de la vieja sociedad agraria de la época feudal en una sociedad «mercantil», que propicia la aparición de una nueva clase social, la burguesía, que ya no vive del campo sino en las ciudades y se dedica a la producción de bienes manufacturados, al comercio o a actividades financieras. Un grupo social que se enriquece con relativa rapidez y que con el tiempo va a hacer todo lo posible por integrarse en la clase dirigente, algo que consigue en unos reinos antes que en otros. Si en Inglaterra la burguesía se integra en la «gentry» prácticamente desde el reinado de Enrique VIII (1509-1547), en Francia solo accede al protagonismo político y social como consecuencia de la Revolución francesa, que se inicia precisamente cuando el 17 de junio de 1789, a instancias del abate Sieyès, el totum revolutum del Tercer Estado se autoproclama Asamblea nacional, forzando a Luis XVI y a los representantes de los estamentos privilegiados, la nobleza y el clero, a renunciar a la vieja estructura estamental.

La burguesía como clase social aporta a la cultura occidental, entre otras cosas, la noción de «lucro» en virtud de la cual ya no solo se trabaja para cubrir las necesidades básicas de la existencia, sino para acumular dinero y poder actuar con más eficacia sobre el mundo, tal y como analizó magistralmente Max Weber en su canónico libro La ética protestante y el capitalismo donde define el concepto de rentabilidad como la ganancia ganada lograda con el trabajo incesante y racional. Desde entonces el credo de la civilización occidental, como advierte Régis Debray, pasa de contemplar el mundo a dominarlo, convirtiendo el tiempo en historia dinámica y el espacio en confines por conquistar82. Un ejemplo os ayudará a comprender la trascendencia de esta transformación.

Zheng He v. Colón

Tomaremos como punto de partida el abismal contraste que existía en el último de los siglos medievales, el siglo XV, entre los reinos europeos y la China coetánea gobernada por la poderosa dinastía Ming (1368-1644).

La aplastante superioridad de los chinos en esta época se ve reflejada inequívocamente en la extraordinaria gesta del almirante Zheng He (1371-1433), quien entre 1405 y 1433 dirigió siete colosales expediciones marítimas que le llevaron desde China al Océano Índico, y le permitieron visitar, entre otros lugares, Indonesia, Sri Lanka, India, el Golfo Pérsico, el Mar Rojo, la Península Arábiga y la costa de la actual Kenia en el Este de África.


Imagen 1. Monumento al almirante chino de los Ming en Malacca. Indonesia.

Para lograrlo, los astilleros imperiales ubicados cerca de Nankín (Nanjing) –la capital china del sur–83 construyeron, entre 1403 y 1419, la nada desdeñable cifra de 2.000 buques, entre los que se encontraban las impresionantes naves insignia llamadas «barcos del tesoro» que podían alcanzar 130 metros de eslora y 50 de manga, tenían 9 mástiles de 30 metros de altura, desplazaban unas 3.000 toneladas y podían albergar hasta 500 hombres entre tripulantes y soldados.

Os haréis una idea si consideráis que para su primer viaje, que se desarrolló entre 1405 y 1407, Zheng He se embarcó con unas 30.000 personas en 317 barcos, de los cuales 62 eran «barcos del tesoro»; cifra tanto más impresionante si tenemos en cuenta que casi dos siglos después, en 1588, la Armada Invencible de Felipe II apenas sumaba 132 buques.


Ilustración 3. Mapa de las expediciones del almirante Zheng He.

Frente a las impresionantes flotas del almirante de los Ming, la reina de Castilla Isabel la católica (1474-1504) solo logra –y ello empeñando sus joyas personales– armar y poner a disposición del aventurero Cristóbal Colón un total de 120 tripulantes, que se embarcaron en 3 pequeñas carabelas, la mayor de las cuales, la Santa María, apenas tenía 25 metros de eslora, es decir la mitad de la manga de una de las naves del tesoro de Zheng. Si queréis vivir en primera persona la apuesta personal de la reina os recomiendo vivamente la serie de impecable factura «Isabel», producida por Radio Televisión Española, en uno de cuyos episodios se muestra muy bien el temple y la visión de Isabel de Castilla al confiar en una aventura que, como mínimo, presentaba algunas incertidumbres; motivo por el que Colón había sido rechazado previamente, entre otros, por el rey de Inglaterra y el de Portugal.


Ilustración 4. Comparativa entre una Nave del tesoro de Zheng He y la Santa María de Cristóbal Colón.

Ni que decir tiene que los abrumadores recursos de la flota imperial china hubiesen permitido a los Ming llegar tranquilamente a América. Sin embargo, Zheng no tenía órdenes al respecto y, por otra parte, carecía del gusanillo de la aventura que incita a explorar espacios desconocidos, por lo que sus colosales flotas solo se dedicaron a recorrer los itinerarios marítimos conocidos. Aún en el caso de que su almirante hubiese albergado la inquietud descubridora, a los emperadores del Reino del centro les traía al fresco la expansión marítima. De hecho, en 1433, tras morir Zheng, los Ming desmantelaron la flota poniendo un abrupto fin a las expediciones. Al final, fueron los insignificantes europeos los que lo hicieron en su lugar, abriendo la serie de exploraciones que les permitirían colonizar el mundo84.


Imagen 2. Detalle del monumento a Cristóbal Colón en Madrid.

Lo realmente significativo en toda esta historia es que, a pesar de sus limitados recursos, tres minúsculas embarcaciones y un puñado de hombres, es Cristóbal Colón quien descubre América y da el pistoletazo de salida a una oleada de navegaciones dirigidas, no hacia las viejas y familiares rutas orientales, sino rumbo a los espacios desconocidos que se abrían hacia poniente. China podría haberse convertido sin dificultad en la dueña del mundo, y sin embargo fueron los pequeños reinos europeos los que emprendieron la aventura. Gracias al dinamismo generado por la Revolución comercial, los navegantes occidentales, con muchos menos medios que los chinos, se lanzaron a ocupar el mundo y a reclamar la propiedad para sus reyes de las nuevas tierras que descubrían.

El proceso fue sin embargo relativamente lento ya que los europeos solo se imponen a nivel mundial en la segunda mitad del siglo XIX. En 1775, en vísperas de que los colonos norteamericanos declarasen su intención de independizarse de la Corona británica, los occidentales eran todavía unos enanos económicos, puesto que Asia representaba aún el 80 por ciento de la economía mundial. A esas alturas de la historia, las economías combinadas de la India y China representaban por sí solas dos tercios de la producción global del planeta85. Sin embargo, al final, fueron los europeos los que se llevaron el gato al agua pues no solo conquistaron el mundo sino que impusieron su modo de vida por doquier, con sus grandezas y sus miserias.

Es harto significativo que el primer mapamundi chino en el que aparece el continente americano surja 110 años después del descubrimiento colombino. Se trata del «Kunyu Wuanguo Quantu» (literalmente «Un mapa de la miríada de países del mundo»), realizado en 1602 por el misionero jesuita italiano Mateo Ricci (1552-1610)86.

Imágenes 3 a y 3 b. Parte izquierda y derecha del Mapa Kunyu Wuanguo Quanto. Copia japonesa del siglo XVII del original de Mateo Ricci de 1602.

Este sorprendente encumbramiento de Occidente, como podéis suponer, no fue fruto de la improvisación, sino que se debió en gran medida a que los europeos desarrollaron un nuevo sistema jurídico adaptado al creciente dinamismo de la naciente civilización occidental. Esta adecuación del derecho a los tiempos se desarrolló en dos tiempos y de dos formas distintas. La transformación se iniciaría en Inglaterra, donde, por iniciativa de sus reyes, surgió un sistema centralizado de administración de justicia, que alcanzó una notable eficacia por la vía de mejorar las técnicas procesales. En la Europa continental, en cambio, el motor de la transformación jurídica no se basó en el perfeccionamiento de la administración de justicia sino en las universidades; unos centros de educación superior donde se recuperó el estudio del derecho romano, en su versión justinianea, para adaptarlo a las nuevas necesidades jurídicas de un Occidente en expansión. Dedicaremos los dos siguientes episodios a averiguar cómo ocurrió.

82.Según Debray los occidentales no solo contemplan el monte Olimpo como hacían los griegos, sino que lo escalan. «El sabio antiguo contempla el mundo, el sabio árabe busca la fórmula mágica que va a permitirle conquistar tesoros sin moverse demasiado, pero el sabio occidental se convierte en ingeniero». Vid. entrevista concedida al diario Le Monde el 18 de julio de 2014 ¿«Occidente está en declive»? https://www.lemonde.fr/idees/article/2014/07/17/l-occident-est-il-en-declin_4458956_3232.html [Última consulta enero 2019].

83.Pekín (Beijing) es la capital del norte.

84.El primer mapamundi chino en el que aparece el continente americano es de 1602 y estaba hecho por un europeo. Concretamente, un misionero jesuita.

85.Y. N. HARARI (2018) Sapiens cit. p. 309.

86.Se trata de un mapa inmenso de 1,52 metros de alto por 3,66 metros de largo, realizado en seis paneles de Madera. Es muy significativo que en el mismo China esté situada en el centro del mundo. Ver al respecto: DAY, John, D (1995) «The Search for the Origins of the Chinese Manuscript of Mateo Ricci’s Maps» en Imago Mundi Vol. 47, pp. 94-117. En relación con la extraordinaria figura de Mateo Ricci: CRONIN, Vincent (2000) The Wise Man from the West: Mateo Ricci and His Mission to China London: Harvill Press.

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