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FEUDALISMO Y DEMOCRACIA

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Otro de los rasgos esenciales del feudalismo es que sitúa a los reyes en un plano de igualdad jurídica con sus vasallos. A diferencia de los emperadores romanos que, como sabéis, mandaban muchísimo, el rey feudal era jurídicamente una de las partes contratantes de un pacto. Tenía, claro está, derechos frente a sus vasallos, pero también obligaciones. Y si las incumplía, los vasallos podían llevarlo a los tribunales.

Esto, que a primera vista parece irrelevante, tiene jurídicamente mucha miga. Hasta el punto de que puede decirse que sin los pactos feudales no viviríamos hoy en Estados democráticos. Antes de que queméis este libro por hacer una afirmación tan «herética», quiero que me permitáis explicarme.

Los emperadores romanos estaban por encima del conjunto de los ciudadanos, porque a partir de Augusto habían ido acumulando un poder que, en la última etapa del Imperio, llamada significativamente el «Dominado», se había convertido en absoluto. El emperador mandaba y todos los demás obedecían. Y no había más que hablar. En cambio, en el caso de los reyes feudales estos recibían sus poderes jurídicos de un «contrato», el pacto por el que cedían la tierra a sus vasallos. Como firmantes de este acuerdo quedaban vinculados por él. El poder del rey no era pues absoluto, sino «pactista». Y eso tuvo trascendentales consecuencias.

La primera fue que a la hora de tomar decisiones, los reyes tenían que contar con sus nobles feudales. Por eso empezaron a «parlamentar»71 con ellos cuando se trataba de asuntos importantes. Y ese es el origen del Parlamento inglés, que inicialmente era una reunión de los nobles con el rey. Lógicamente, al rey no le gustaba nada tener que depender de unos nobles que podían llegar a humillarlo, como ocurrió en 1215 cuando los barones ingleses se plantaron en la pradera de Runnymede e impusieron la «Carta Magna» que recortaba manifiestamente el poder real.

Por eso los reyes decidieron darle cancha a otro grupo social, el de los «Comunes», que incluía la pequeña nobleza y la burguesía de las ciudades que empezaron a reunirse con el rey junto a nobles obispos. Algo que ocurre por vez primera en la historia constitucional de Occidente en España, concretamente en las cortes del Reino de León de 1188. Un siglo después pasa lo mismo en Inglaterra, donde hacia 1350 el Parlamento inglés adopta la actual estructura de dos Cámaras. En una estaban los Lores, el estamento –hoy emplearíamos el término marxista «clase»– nobiliario, y en la otra los Comunes. Lo verdaderamente destacable es que el rey era consciente de que su poder descansaba en un pacto con los grupos que representaban al reino. En resumen, no podía hacer lo que le daba la gana sin contar con ellos. Entre otras cosas, porque cuando el monarca necesitaba dinero para la guerra, o para lo que fuese, tenía que pedírselo a los Lores y a los Comunes, que aprovechaban que el Pisuerga pasaba por Valladolid para imponerle sus condiciones, y si el rey no pasaba por el aro, no le daban un «penique», que era la moneda de la época.

Lo que ocurre en el Parlamento inglés se generaliza en toda Europa durante la etapa medieval. En todos los reinos surgen «asambleas estamentales» en la que los nobles, los curas y los habitantes de las ciudades, los «lobbys» de la época, se reúnen con los reyes para decidir conjuntamente asuntos graves. El primero y principal era, por supuesto, cuantos «impuestos» había que pagar. Porque sin acuerdo con los miembros del «pacto» político, el rey no podía «imponer» nada. En cada reino estas asambleas recibieron un nombre distinto. En España se llamaron «cortes» (en plural) porque reunían a la corte de los nobles, a la del clero y a la de los representantes de las ciudades. En Francia «Estados generales» porque era una reunión «general» (esto es de todos) de los tres estamentos: nobiliario, clerical y «tercer Estado».

Como veis, los reyes medievales no eran «absolutos», porque debían contar con los representantes del reino para gobernar. Y esta concepción «pactista» era una consecuencia directa de la concepción feudal del poder. El feudalismo no es pues la quintaesencia de todos los males, como creían a pies juntillas los revolucionarios franceses, sino que favoreció el surgimiento de la democracia representativa. Ver para creer.

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