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DE CRISTIANOS A CATÓLICOS

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Cuando Roma se transforma en un gran Imperio, los romanos pasan a ser ricos y poderosos, y ello los convierte por lo general, como se quejaba Cicerón (106-43 a.C.) en unos materialistas descreídos. Y es que la religión les traía al fresco siempre que no afectara a la solidez del imperio. De hecho, los emperadores romanos toleraban todo tipo de rituales, pues aparte de la tradicional veneración por los antepasados, el único genuinamente romano fue el culto al emperador. Y esta era una liturgia política dirigida pragmáticamente a consolidar la imagen de la autoridad que mantenía unidos a todos los habitantes del imperio. No iba más allá.

Este ambiente de descreimiento y debilidad espiritual fue sin duda, lo que permitió el florecimiento del cristianismo, un credo derivado del monoteísmo judaico que se basaba en una narrativa sugestiva y eficaz, entre otras cosas porque proponía la igualdad entre todos los hombres y decía que los ricos lo tenían crudo para salvar sus almas. Lo cierto es que en un Imperio romano descreído y esclavista se extendió como la pólvora pocos años después de la crucifixión de Jesucristo, ocurrida bajo el mandato del sucesor de Augusto, Tiberio. Si a los emperadores, en principio, las creencias de sus súbditos les importaban un pimiento, no pasó lo mismo con el cristianismo porque suponía una amenaza para el poder, ya que situaba la relación con Dios por encima de la lealtad al emperador. Un motivo suficiente para que a partir de Nerón (54-68), viendo la que se avecinaba, los emperadores empezasen a perseguir y a martirizar a los cristianos. Con ello, sin embargo, no hicieron sino avivar la llama de la nueva religión y contribuir a propagarla por todo el imperio. Es aquí donde aparece la popular imagen de los mártires cristianos en la arena comidos por los leones, ante el regocijo de los paganos Romanos.

Una visión novelada, pero muy lograda, de la propagación del cristianismo, con historia de amor incluida, el romance platónico entre Vinicio, patricio romano imbuido de los valores del Imperio, y Ligia, la joven y virtuosa cristiana que consigue convertir al nuevo credo a su irreductible suspirante, es la que ofrece la película de 1951 «Quo Vadis», basada en el libro homónimo del escritor polaco Henryk Sienkiewicz. Lo cual es un pretexto para llenar la pantalla de los lugares comunes de este período inicial del cristianismo, con las reuniones en las catacumbas, el martirio circense con leones incluidos, que resulta muy sugestivo por la gran calidad de los actores, dirigidos con mucho brío por Mervyn LeRoy. Impagable, por ejemplo, la escena en que Nerón ve cómo se quema Roma mientras toca la lira, asunto del que por supuesto culpará a los cristianos. Episodio históricamente discutible pero dotado de gran fuerza visual.

Con la represión, el cristianismo se hizo tan fuerte que a los emperadores no les quedó otra que, primero, tolerar a los cristianos, y luego legalizarlos mediante los edictos de Nicomedia del año 311, dado por Galerio, y el Edicto de Milán promulgado por Constantino en el año 313.

Sin embargo, ello no sirvió para contener la expansión del cristianismo, convertido en un movimiento social tan fuerte como para determinar al emperador Teodosio I en el año 380 a convertirlo en la religión oficial del Imperio, con la tremenda consecuencia de declarar ilegales todas las demás religiones. A raíz de aquello el cristianismo pasó a ser una religión tan «universal» como el propio poder imperial, motivo por el que cambió de nombre y empezó a llamarse «catolicismo», del griego «katholikós» que significa «universal» o «general».


Imagen 10. Disco de Teodosio. Finales del siglo IV d.C. Réplica expuesta en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (Original en la Real Academia de la Historia).

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