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El libro

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Los oráculos de este libro recogen una proclamación profética bien organizada, que se divide en dos mitades por Jl 2, 18-19.

En la primera mitad, el profeta describe con gran fuerza una terrible devastación de langostas sobre Judá. En esa línea, Joel interpreta ese juicio histórico concreto de las langostas, que destruyen la cosecha de Judá y ponen en riesgo la vida de sus habitantes, como un juicio precursor o, quizá mejor, portador del día del gran juicio de Yahvé, y desde ese fondo amonesta al pueblo de todas las condiciones para que celebre un día general de penitencia, con ayuno y oración, en el santuario de Sión, a fin de que el Señor pueda tener compasión de su pueblo (Jl 1, 2‒2, 17).

En la segunda mitad, como respuesta a la llamada que dirige al pueblo para que se arrepienta, Joel proclama la promesa de que el Señor destruirá el ejército de langostas, y concederá una rica bendición de cosecha sobre la tierra, enviando a su tiempo la lluvia temprana y tardía (2, 19-27), y que después, en el futuro, él enviará su Espíritu sobre toda carne (2, 28-32), sentándose al fin a juzgar a todas las naciones que han desparramado a su pueblo y que han dividido entre ellos su tierra, respondiéndoles con la recompensa merecida por sus acciones, mientras que, en contra de eso, él protegerá a su pueblo desde Sión, y glorificará a su tierra con ríos de abundantes bendiciones (cap. 3).

Estas dos mitades están conectadas entre sí por la afirmación de que Yahvé manifiesta el celo de su amor por su tierra, mostrando piedad por su pueblo y respondiendo a sus oraciones (Joel 2, 18-19). Hasta aquí todos los comentaristas concuerdan con el contenido de este libro. Pero en un momento posterior surgen diversas opiniones que se centran de un modo especial en la verdadera interpretación de la primera mitad, es decir, en la terrible devastación de las langostas, discutiendo si ella ha de entenderse de un modo literal o alegórico26.

La solución de este problema depende de la respuesta que se ofrezca al tema anterior de si Joel 1, 2-2, 17 contiene la descripción de un juicio presente o futuro. Si tenemos en cuenta el hecho de que la afirmación de 2, 18‒19, por la cual se introduce la promesa, está expresada a través de cuatro imperfectos sucesivos con waw consecutiva (que se aplica para las narraciones históricas), no puede haber duda alguna de que el texto contiene un anuncio histórico de aquello que realizará el Señor a consecuencia de o después que se ha realizado el grito penitencial del pueblo. Pues bien, si eso queda firme, debemos añadir que la primera parte del libro no puede contener la predicción de algo que es puramente futuro, sino que debe describir una calamidad que en parte, al menos, ha comenzado ya.

Esto queda confirmado por el hecho de que el profeta describe desde el mismo principio (1, 2-4) la devastación de la tierra por las langostas como una calamidad presente, por la que acusa y convoca en oración al pueblo, para que se arrepienta. Cuando Joel comienza su llamada a los ancianos, preguntando si algo así había sucedido en sus días o en los días de sus padres, pidiéndoles que lo relaten a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, y entonces describe la realidad con simples perfectos (יתר הגּזם אכל וגו), resulta perfectamente obvio que él no está hablando de algo que ha de suceder en el futuro, sino de un juicio divino que ha sido ya iniciado27.

Es verdad que el profeta emplea con frecuencia pretéritos en su descripción de los acontecimientos futuros, pero no hay ningún ejemplo que nos permita interpretar su anuncio de juicio como algo puramente futuro. Pues bien, si Joel tiene ante sus ojos una calamidad que está sucediendo, y la presenta así en Jl 1‒2, la cuestión que el texto plantea desde tiempo inmemorial (de si la invasión de langostas es una interpretación alegórica o literal del juicio) ha de resolverse a favor de una interpretación literal.

Una alegoría debe contener algunos signos que indiquen que se trata de eso, de una imagen, de un símbolo. Donde tales signos faltan resulta arbitrario suponer que nos hallamos ante una pura alegoría. Y el libro de Joel no ofrece ningún signo de que el argumento de las langostas sea una alegoría de ese tipo. Se trata, pues, de un hecho que sucedió, y que el profeta interpreta como signo del juicio inminente de Dios sobre el mundo, a partir de Jerusalén.

Los testigos oculares saben que allí donde desciende una multitud de langostas toda la vegetación del campo desaparece muy pronto, como si se enrollara una alfombra de vegetación de la tierra. Las langostas no dejan sin comerse ni las hojas ni las raíces de los árboles. Cuando ellas vuelan en forma de inmensos enjambres ennegrecen el cielo, de manera que ya no se puede ver el sol, ni los objetos cercanos; incluso un hombre se vuelve invisible a pequeña distancia.

Ellas son innumerables y avanzan como un ejército compacto en formación militar, siguiendo una línea recta, que ellas mantienen de un modo obstinado, de forma que no pueden ser rechazadas ni dispersadas, ni por obstáculos naturales ni por algún tipo de fuerza humana. Cuando ellas se aproximan se escucha una especie de intenso zumbido, como el fragor de un torrente. Tan pronto como se asientan para comer se escucha el sonido repetido de sus bocas y, como lo pone de relieve Volney, da la impresión de que se escucha la lucha de un enemigo invisible.

Si comparamos estas y otras observaciones naturales con las afirmación de Joel, encontraremos en todas partes una representación fidedigna de lo que sucede en una invasión de langostas, sin que sea necesario utilizar ningún tipo de hipérboles para que se justifique lo dicho, de manera que ninguna explicación del ejército de langostas puede ser después parafraseada y aplicada a un ejército de hombres. En esa línea, debemos añadir que la devastación de un país por obra de un ejército de langostas es mucho más terrible que la devastación causada por un ejército ordinario de soldados. Y sin embargo, en este caso (el de las langostas) no encontramos ninguna alusión, expresa o velada, a un tipo de masacre o matanza de hombres. Pues bien, si tenemos en cuenta que las langostas migratorias (Acridium migratorium, según Oken, Allg. Naturgesch. v. 3, p. 1514 ss.) suelen acabar muriendo de ordinario en estepas desnudas, sin vegetación, y a veces también en lagos y mares, donde encuentran con frecuencia su sepulcro, podemos comprender muy bien que la promesa de Joel 2, 20 (una parte de las langostas que devoran Judá marcharán para morir al desierto del sur, otras al mar Muerto y otras al Mediterráneo) resulta imposible entender cómo pueden armonizarse esos datos con una visión alegórica de todo el relato (Delitzsch)28.

La única cosa que podría favorecer la idea de que las langostas constituyen solo una representación figurada de ejércitos hostiles es la circunstancia de que, en la representación de las langostas, tal como está narrada por Joel, aparece como cercano el Día del Señor (1, 15; 2, 1), un tema que se puede conectar con el hecho de que Isaías habla del juicio sobre la ciudad e imperio de Babel, realizado por un ejército hostil, con palabras cercanas a las de Joel (cf. Joel 1, 15 e Is 13, 6). Pero examinando mejor las cosas descubrimos que lo que dice Joel no puede entenderse como interpretación alegórica del texto de Isaías. Al contrario, Joel presenta el juicio de Dios con la imagen de una invasión real de langostas que se ha dado en su tiempo.

Por un lado, el “día de Yahvé” se identifica en un sentido con el juicio por la devastación de las langostas, pues así lo indica claramente 2, 1. Pero, al mismo tiempo, la expresión de que “el día de Yahvé está muy cerca y se aproxima como una devastación por parte del Todopoderoso”, muestra que ese día no se identifica sin más con la plaga de las langostas, sino que esa plaga real está evocando también un sentido mucho más profundo.

En esa línea, el profeta vio la plaga de langostas como una aproximación del gran día del juicio, es decir, como un elemento del juicio que desciende en el curso de las edades sobre los impíos, y que será completado en el juicio final. Un elemento de ese juicio universal es la amenaza pronunciada sobre los babilonios y realizada por los medos, tal como la presenta Isaías, con palabras tomadas de Joel, por lo que se deduce que Isaías ofreció una interpretación alegórica del juicio, partiendo de la devastación de las langostas de Joel.

Ciertamente, este juicio de langostas de Joel se puede alegorizar, pero su libro como tal no puede entenderse de un modo puramente alegórico. En la base del libro de Joel encontramos, por tanto, la descripción poética y realista de una devastación particular de la tierra de Judá por una inundación de langostas, más fuerte que todas las que se habían conocido antes.

Como vengo diciendo, la descripción de Joel contiene un elemento ideal que sobrepasa el plano de la pura realidad física, pero este elemento de carácter simbólico se encuentra vinculado al hecho terrible de una plaga real de langostas, que amenazó con destruir toda la vida de plantas y animales en Judea. Según eso, defendemos aquí una visión histórica y real de la invasión de las langostas, pero añadiendo que el profeta descubre en ella una expresión y anuncio del juicio final de Dios que él proclama.

Tanto la introducción como otros pasajes de su profecía muestran, sin duda alguna, que Joel no solo interpretó la plaga de langostas que cayó sobre Judá a la luz de la revelación divina, como signo de algo distinto y más grande, sino que describió esa plaga como irrupción del gran día del juicio de Yahvé. Así lo muestra la introducción del libro:

Oíd esto, ancianos, y escuchad, todos los moradores de la tierra. ¿Ha acontecido algo semejante en vuestros días o en los días de vuestros padres? De esto contaréis a vuestros hijos, y vuestros hijos a sus hijos, y sus hijos a la siguiente generación (Joel 1, 2‒3).

Así lo muestra también la lamentación donde dice que han sido destruidas las ofrendas de comida y bebida, presentadas en el templo de Yahvé (Joel 1, 9). Y de un modo especial lo muestra la afirmación de que el día del Señor es un día de oscuridad y tinieblas, como cuando aparece en el horizonte de la mañana, con el rojo resplandor de la aurora sobre las montañas, un ejército inmenso de langostas, que oscurece de pronto la tierra, un pueblo grande y fuerte, como nunca antes se había dado, ni como vendrá a darse más tarde por los siglos de los siglos (Joel 2, 2).

Todo esto indica que Joel no solo tomó la invasión de langostas como signo de algo meramente futuro, sino que interpretó el avance real de las langostas como irrupción del ejército de Dios, a cuya cabeza marchaba como capitán el mismo Yahvé, haciendo que se oyera su voz, como llamada terrible del Juez del Universo, resonando como trueno (2, 11), y en esa línea él predijo la llegada del Señor, una llegada ante la que tiembla la tierra, se sacuden los cielos, y el mismo sol, la luna y las estrellas pierden su brillo (2, 10), comenzando a realizar su juicio. Esta proclamación del juicio de Dios por las langostas no es un mero producto de la exageración poética de Joel, sino que estaba inspirada por el Espíritu Santo, que iluminaba la mente del profeta, de tal manera que, en la terrible devastación que caía sobre Judá, descubrió los rasgos el juicio del Señor; y de esa forma, sobre la base de ese juicio que había experimentado en el signo de las langostas, él mismo descubrió que estaba ya muy cerca, al alcance de la mano, la llegada del Señor para juzgar toda la tierra.

El medio por el cual Joel descubrió esta relación entre la invasión de langostas y el juicio de Dios fue su meditación sobre la historia de los tiempos antiguos, centrándose de un modo especial en aquello que Dios había realizado cuando redimió a su pueblo de Egipto, en conexión con el castigo con el que Moisés amenazó a los transgresores de la Ley (cf. Dt 28, 38‒39.42), allí donde se decía precisamente que la langosta devoraría sus semillas, sus plantas, sus campos y sus frutos.

Hengstenberg ha observado correctamente que las palabras de Jl 2, 20 están tomadas de Ex 10, 14. Pero la referencia a la plaga de langostas de Egipto no aparece solo en esos versos. En la misma introducción a su profecía (cf. Jl 1, 2‒3), es decir, en la pregunta sobre si algo así ha sucedido en el pasado, y en el mandato de contárselo a sus hijos, el profeta está aludiendo sin duda a Ex 10, 2, donde el Señor manda a Moisés que diga al faraón que él mismo (Dios) realizará signos, a fin de que el faraón se los pueda relatar a su hijo, y al hijo de su hijo, y en ese contexto anuncia inmediatamente la plaga de langostas, con estas palabras: “Pues tus padres y los padres de tus padres no han visto una cosa semejante en los días de su vida sobre el mundo” (Ex 10, 6).

Sobre la base de ese castigo de Dios que cayó sobre Egipto en el tiempo antiguo, y en virtud de su más alta iluminación, Joel descubrió en ese juicio que había recaído sobre Judá, un tipo o imagen (un anuncio) del gran día de juicio de Yahvé y sobre esa base proclamó su profecía, para amenazar a los pecadores, a fin de que abandonaran su actitud de seguridad propia, y para impulsarles, a través de un serio arrepentimiento, ayuno y oración, a que imploraran la misericordia divina para ser liberados de la destrucción definitiva.

La invasión de langostas (tanto en el tiempo antiguo, en Egipto, como ahora en Judá) aparece así como signo y preparación del próximo día de Yahvé, es decir, del juicio del mundo. Por eso, la gran plaga que ahora cae sobre Judá no puede entenderse como simple alegoría, sino como un comienzo real del juicio que llega.

Dios utilizó en otro tiempo la plaga de langostas para humillar la soberbia del faraón de Egipto; ahora utiliza la misma plaga para devastar la tierra de Judá, y para indicar así la llegada del juicio final sobre todo el mundo. No podemos presentar a las langostas de nuestra profecía (la de Joel) como ejércitos enemigos de un determinado imperio; ni podemos interpretar las langostas devastadores del tiempo del Éxodo de Egipto como figuras alegóricas representando un ejército hostil de caballería.

Una visión puramente alegórica de las langostas no se puede apoyar en la visión de Am 7, 1‒3, donde se dice que Amós vio al juicio divino bajo la figura de un enjambre de langosta; ni se puede apoyar tampoco en lo que describe Ap 9, 3, donde se añade que las langostas surgieron del pozo sin fondo del abismo con la orden de no dañar la yerba, ni otro tipo de vegetales, ni siquiera a los árboles, sino solo de atormentar a los hombres, con el aguijón de sus colas.

Ni siquiera en estos dos últimos casos se pueden tomar las langostas como signos puramente imaginarios de las naciones hostiles. Al contrario, partiendo de la plaga egipcia y de la profecía de Joel, las langostas aparecen en Amós y de un modo más intenso en Joel como una representación figurativa de la devastación de la tierra; y, por otra parte, ellas aparecen en el Apocalipsis como símbolo de una plaga sobrenatural que se desencadena en contra de los impíos.

Hay, en fin, otra objeción decisiva en contra de la interpretación exclusivamente alegórica en el hecho de que, ni en la primera ni en la segunda parte de su libro, Joel predice o anuncia la llegada de unos juicios particulares que Dios infligirá en el curso del tiempo, en parte sobre su pueblo degenerado y en parte sobre los poderes hostiles del mundo, sino que él anuncia simplemente el juicio de Dios sobre Judá y sobre las naciones del mundo en su totalidad, proclamando la llegada del día grande y terrible del Señor, sin sugerir de un modo más preciso los hechos y formas más concretas en que se realizará históricamente.

En ese nivel se mantiene a lo largo del libro el carácter típico/simbólico de su profecía, pero fundada siempre sobre el hecho real de las langostas, con la única distinción de que en la primera parte se proclama el juicio sobre el pueblo de la alianza, y en la segunda sobre las naciones paganas. En la primera parte ese anuncio resuena como llamada al arrepentimiento; en la segunda aparece como sentencia de separación final entre la Iglesia del Señor y sus oponentes. Esta separación entre la nación del pacto y los poderes del mundo se funda en la misma naturaleza de los hechos.

El juicio sobre la nación de la alianza se cumple cuando ella es infiel a su llamada divina, cuando se separa de su Dios. Pero, en ese contexto, el juicio no pretende destruir y aniquilar al pueblo de Dios, sino hacer que vuelva al Señor su Dios a través del castigo, de modo que si los judíos escuchan la voz de su Dios, que les está amenazando con sus juicios, el mismo Señor que les amenaza con el castigo se arrepentirá del mal, y convertirá la calamidad en salvación y bendición.

La misión de Joel consistió en proclamar a Judá está verdad, para que la nación pecadora se convirtiera a su Dios. Con este fin proclamó al pueblo que el Señor se hallaba viniendo para el juicio, a través de las langostas que se extendían sobre la tierra, presentando de esa forma el día grande y terrible del Señor, llamándoles para que se convirtieran a su Dios con todo su corazón. Esta llamada a la conversión no quedó sin respuesta. El Señor estaba celoso de su tierra, y perdonó a su pueblo (Jl 2, 18), y envió a sus profetas para proclamar la superación del juicio, y para anunciar a los israelitas la concesión de una plenitud de bendiciones terrenas y espirituales.

En esa línea, Dios confió a Joel el encargo de proclamar que, en el tiempo inmediatamente posterior a la destrucción del ejército de langostas, él enviaría un Maestro de justicia y una abundancia grande de lluvia, para que la tierra pudiera producir muchos frutos (Jl 2, 19.27). El mismo Dios le prometió después que, en un tiempo futuro, él derramaría su Espíritu sobre toda su congregación, de manera que el día de juicio de las naciones sería para los fieles adoradores día de liberación y redención, a fin de que, tras el juicio, llegara la transformación y la gloria eterna para Sión (2, 28‒3, 21).

De esa forma, se mantiene aquí también el carácter simbólico del anuncio profético, pero fundado en la realidad de la invasión de langostas y en la certeza real del juicio ya próximo de Dios, trazando una distinción entre la bendición inferior para un futuro inmediato y la bendición más alta para la Iglesia de Dios en un futuro má distante.

A la efusión del Espíritu de Dios sobre toda carne seguirá inmediatamente, sin intermedio alguno, el anuncio de la venida del día terrible del Señor, como juicio sobre todas las naciones, incluidas aquellas que se han mostrado hostiles a Judá, sea en los tiempos de Joel o en los inmediatamente anteriores. Las naciones son así reunidas en el valle de Josafat, para ser allí juzgadas por Yahvé, a través de sus héroes poderosos, pero los hijos de Israel quedan liberados y protegidos por su Dios.

Así, de nuevo y finalmente, en el día de Yahvé, quedan vinculados los juicios particulares, antes separados, que han ido cayendo sobre las naciones del mundo hostiles a Dios, a lo largo de los muchos siglos de desarrollo gradual de su reino sobre la tierra. Pero en el momento final, en el día de Yahvé, se realizará de un modo completo la separación entre la Iglesia del Señor y sus enemigos, de forma que los poderes impíos del mundo quedarán aniquilados, mientras se cumple y despliega el reino de Dios para los justos del pueblo elegido.

En todo esto, no hay ni el más mínimo indicio de que el juicio sobre las naciones y la glorificación del reino de Dios se vayan a realizar a través de una sucesión de juicios separados, sino que ellos forman las dos partes o momentos del único juicio de Dios. Según eso, el libro de Joel contiene dos discursos proféticos, que no solo están conectados entre sí, como si fueran una única obra de Dios, a través de la indicación histórica de Jl 2, 18‒19, sino también por su misma relación interna, pues los dos momentos del juicio se encuentran unidos por su mismo contenido del modo que sigue.

–El primero se despliega durante la devastación de las langostas, y su finalidad consiste en el hecho de que el pueblo, reunido en el templo para un servicio de penitencia y oración, se convierta y cumple la justicia de Dios.

–El segundo momento del juicio comienza solo cuando los sacerdotes han establecido un día de ayuno, penitencia y oración en la casa del Señor, a partir de su solemne llamada a la conversión; en esa línea, los sacerdotes, en nombre del pueblo, han orado al Señor pidiéndole que tenga piedad y que perdone y libere a los fieles de su alianza y heredad.

El hecho de que Joel pusiera por escrito ambos discursos solo pudo tener lugar después de la destrucción del ejército de langostas, cuando la tierra comenzó a recobrarse de la devastación que había sufrido. De todas maneras, no podemos saber si Joel puso por escrito estos discursos precisamente en el momento en que los presentó ante la congregación de fieles israelitas, limitándose después a unirlos, o si él insertó en su obra escrita el contenido esencial de varios discursos que había ido proclamando a lo largo de su misión profética, uniéndolos en un único libro profético. Sea como fuere, no hay duda de que fue el mismo profeta el que compuso la obra escrita que ha sido conservada en la Biblia. Para los diversos comentarios sobre el libro de Joel, véase mi Einleitug (mi introducción al Antiguo Testamento).


26. Esta interpretación del texto se encuentra ya en la traducción caldea, donde los cuatro nombres de las langostas se traducen de un modo literal en 1, 4, mientras que en 2, 25 esos nombres se aplican a diversas tribus y pueblos hostiles. En una línea semejante se sitúan Efrén el Sirio, Cirilo de Alejandría, Teodoreto y Jerónimo, aunque Teodoreto piensa que la interpretación literal es también admisible, y eso mismo es lo que piensan Abarbanel, Lutero y otros comentaristas. En esa línea se mueven Hengstenberg, Christologie I, 341 y Hvernick (Einleitung, 2, 294ss). Ambos concuerdan con los Padres de la Iglesia al pensar que los cuatro tipos de langostas son una representación de los poderes imperiales de Caldea, Medo-Persia, Grecia y Roma. Por otra parte, Rufino, Jarchi, Ab. Ezra y Dav. Kimchi defienden la opinión literal, según la cual Joel está describiendo una terrible devastación de la tierra por langostas. Cf. también Bochart, Pococke y Michaelis, y en los tiempos más recientes Hofmann y Delitzsch.

27. Como ha observado bien Calvino, “algunos imaginan que aquí se amenaza con un castigo, que ha de venir en cierto tiempo futuro”. Pero el contexto muestra de forma clara que ellos están equivocados y confunden el verdadero significado de la palabra profética. El profeta reprueba más bien la dureza del pueblo, a causa de que no entiende el sentido de las plagas.

28. Sam. Bochart (Hierozoon) ha recogido abundantes pruebas de ello. Por su parte, tanto Oedmann (Vermischte Sammlungen, ii. 76 ss. y vi. 74 ss.) como Credner (en sus apéndices a Kommentar zu Joel) han ofrecido numerosas contribuciones recogidas por viajeros sobre el tema.

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Profetas Menores

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