Читать книгу Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426) - Cicéron - Страница 30

177 (IX 10) (Finca de Formias, 18 de marzo del 49)

Оглавление

〈Cicerón saluda a Ático.〉

No tengo nada que escribirte, pues no he oído nada nuevo y ya contesté ayer a todas tus cartas. Pero como la tristeza no sólo me ha privado del sueño, sino que ni siquiera me deja estar despierto sin el mayor sufrimiento, para tener una especie de conversación contigo, lo único que me sirve de descanso, me pongo a escribir este no sé qué sin ningún argumento previo.

[2] Me parece que desde el principio he estado sin juicio y me tortura una sola cosa: no haber seguido como un simple soldado a Pompeyo, que se deslizaba, o más bien se precipitaba, a la perdición total. Lo vi el 17 de enero 99 lleno de miedo. Ese mismo día noté cuál es su conducta. A partir de ahí me ha desagradado siempre, y no ha dejado ya de cometer error tras error. Entretanto sin escribirme nada, sin pensar nada más que en la huida. ¿Qué quieres que te diga? Como en las ‘cosas del amor’ lo que separa es lo realizado sin limpieza, sin gracia, sin decoro, así la indignidad de su fuga y su pasividad me aparta de quererlo. En efecto, no hacía nada digno de que yo me uniera a él como compañero de fuga. Ahora resurge el afecto; ahora no puedo resistir la añoranza; ahora no me sirven de nada ni libros, ni cartas, ni filosofía. Así me paso días y noches mirando al mar como el famoso pájaro 100 y deseo levantar el vuelo: cumplo, sí, cumplo el castigo de mi imprevisión. Aunque, ¿cuál fue aquella imprevisión?; ¿he hecho algo sin la mayor consideración? Pues si no se buscara otra cosa que la huida, hubiera huido muy a gusto, pero tuve mucho miedo a un tipo de guerra muy cruel y muy grande, cuyo final todavía no ven los hombres cuál va a ser. ¡Qué amenazas a los municipios y a las personas buenas, por sus propios nombres, y a todos, en fin, cuantos se hubiesen quedado!, ¡cuán frecuente aquello de «Sula pudo, ¿no voy a poder yo?»!

A mí, desde luego, aquello me dejó paralizado; muy mal [3] Tarquinio 101 , que puso contra la patria a Porsenna, a Octavio Mamilio; con impiedad Coriolano, que pidió ayuda a los volscos 102 ; bien Temístocles, que prefirió morir 103 ; abominable Hipias, hijo de Pisístrato 104 , que cayó en la batalla de Maratón llevando las armas contra su patria. En cambio, Sula, y Mario, y Cinna, bien; incluso quizá legalmente. Pero, ¿qué más cruel, más funesto que su victoria? Este tipo de guerra es el que he rehuido, y más aún porque veía que se trazaban y preparaban cosas todavía más crueles. ¿Conducir yo, a quien algunos han llamado salvador y padre de esa Urbe, las tropas de getas, armenios y cólquidos hasta sus puertas?; ¿llevar yo a mis conciudadanos el hambre, la destrucción a Italia? Yo pensaba que él, en primer lugar, era mortal; luego, que, además, podía desaparecer de muchas maneras; y en cambio consideraba que nuestra Urbe y nuestro pueblo debían ser salvados para la inmortalidad, en la medida de nuestras fuerzas; y, a pesar de todo, me seducía cierta esperanza de que en un momento dado se llegara a algún acuerdo y no que uno de ellos asumiera tan gran crimen, el otro tan gran iniquidad. Otra es ahora la situación en su conjunto, otra mi idea. El sol, como se lee en una carta tuya, me parece haber desaparecido del mundo; del mismo modo que, se dice, para el enfermo mientras hay vida hay esperanza, así yo no he dejado de tenerla todo el tiempo que Pompeyo estuvo en Italia. Esto, esto ha sido lo que me engañó y, a decir verdad, la edad, ya desviada de esos trabajos tan largos hacia el ocio, me ablandó con el deleite de las cosas domésticas. Ahora, si hay que arriesgarse, incluso con peligro, me arriesgaré desde luego a salir volando de aquí. Tal vez hubiera sido más oportuno antes, pero me retrasó lo que te he escrito y de manera especial tu autorizado consejo.

[4] Pues después de haber llegado a este punto, desenrollé el volumen de tus cartas, que guardo sellado y conservo con el mayor esmero. Y, efectivamente, en la que me remitiste el 21 de enero se lee lo siguiente: «pero veamos qué hace Gneo y qué curso toman sus planes. Desde luego, si ése deja Italia, actuará rematadamente mal y, a mi parecer, ‘irreflexivamente’, pero será entonces cuando tendremos que cambiar los planes». Esto me escribes tres días después de que dejáramos la Urbe. Luego, el 23 de enero, «con sólo que nuestro Gneo no abandone Italia, tan ‘irreflexivamente’ como abandonó la Urbe». Ese mismo día remites otra carta en la que contestas con la mayor claridad a mi consulta. Dice así: «pero paso a tu consulta: si Gneo abandona Italia, pienso que hay que volver a la Urbe, porque, ¿cuál será el final de la peregrinación?». Esto se me quedó clavado, y ahora lo veo así: una guerra interminable unida a la tristísima fuga que tú ‘llamas eufemísticamente’ peregrinación.

Sigue la ‘profecía’ del 25 de enero: «yo pienso que si [5] Pompeyo se queda en Italia y la cosa no llega a un arreglo, habrá una guerra bastante larga; pero si se va de Italia, en mi opinión, se prepara para más tarde una guerra ‘sin tregua’». ¡Y yo me veo obligado a participar, como aliado y colaborador, en esa guerra, que es ‘sin tregua’ y contra mis conciudadanos! Después, el 7 de febrero, teniendo ya más noticias sobre los planes de Pompeyo, terminas una carta de esta manera: «yo, desde luego, no te induciría, si Pompeyo abandona Italia, a huir tú también, dado que correrás con ello un enorme peligro y no ayudarás a la república; podrás ciertamente ayudarla más adelante si te quedas». ¿A qué ‘patriota’ y ‘político’ no empujaría la autoridad de un hombre reflexivo y amigo con tal admonición?

Luego, el 11 de febrero, me contestas a una nueva [6] consulta: «en cuanto a tu pregunta de si considero más útil una ignominiosa huida que un infame retraso, yo ciertamente considero inútil y peligrosa, tanto para ti como para el propio Gneo, una retirada súbita o una partida precipitada, y estimo preferible que os disperséis y estéis a la expectativa; pero, a fe mía, considero una vergüenza para nosotros pensar en la huida». Esta vergüenza la pensó dos años antes nuestro Gneo; tanto desea su espíritu, desde largo tiempo ya, imitar a Sula y dedicarse a las proscripciones 105 . Después, según mi opinión, como me habías escrito algo ‘en términos más generales’ y yo había pensado que, de alguna forma, me sugerías marcharme de Italia, lo rechazaste con energía el 19 de febrero: «yo en ninguna carta te he sugerido que si Gneo se iba de Italia te fueras tú con él, y si lo he sugerido, fui, no digo un inconsecuente, sino un loco». En otro lugar de la misma carta: «no queda más que la huida, pero en manera alguna pienso, ni pensé nunca, que te convenía acompañarlo».

[7] Por otra parte, toda esta deliberación la revisas con más detalle en la carta remitida el 22 de febrero: «si Manio Lépido y Lucio Vulcacio se quedan, pienso que hay que quedarse, de forma que, si Pompeyo se salva y se establece en algún lugar, dejes este ‘cortejo infernal’ 106 y te resignes más fácilmente a ser derrotado combatiendo con él que a ejercer la tiranía con éste en medio de la suciedad que previsiblemente habrá». Discutes muchos argumentos en favor de esta opinión y, luego, al final: ««¿y si», dices, «Lépido y Vulcacio se van?». Ciertamente, ‘no sé qué responder’; lo que pase, pues, y lo que tú hagas, eso me parecerá ‘aceptable’». Si entonces podías dudar, ahora no dudas, ya que se han quedado ésos.

Después, en el momento mismo de la huida, el 25 de [8] febrero: «entretanto no dudo de que debes permanecer en la finca de Formias, pues, con la mayor comodidad, ‘esperarás impacientemente’ allí ‘lo que ocurra’». Pero el 1 de marzo, cuando él llevaba cuatro días en Brundisio: «entonces podremos deliberar, no, evidentemente, desde una posición intacta, pero sí menos deteriorada sin duda que si tú te hubieras lanzado con él». Después, el 4 de marzo, aun cuando me escribías con brevedad ‘entre ataque y ataque’, pones, sin embargo, esto: «mañana te contestaré más ampliamente y a todos los puntos; sin embargo te diré una cosa: no me arrepiento del consejo de que te quedaras y, aunque con una gran preocupación, sin embargo, porque pienso que hay menos daño que en esa marcha, me mantengo en mi opinión y me alegro de que te hayas quedado».

Y cuando ya yo estaba angustiado por el temor de haber [9] aceptado algo deshonroso, el 5 de marzo: «con todo, no me tomo a mal que no acompañes a Pompeyo. Más adelante, si fuera necesario, no resultará difícil, y para él, ocurra cuando ocurra, será ‘muy agradable’. Pero ten en cuenta lo que te digo: si éste hace todo lo demás con la misma disposición que ha empezado, de manera sincera, moderada, prudente, miraré a fondo y atenderé con más cuidado a nuestro interés».

El 9 de marzo me escribes que nuestro Peduceo también [10] aprueba que no me mueva; y su autoridad tiene para mí gran valor.

Me consuelo con estos escritos tuyos hasta el punto de pensar que por el momento no he cometido ningún error. Tú sólo defiende tu autoridad; ante mí no hace ninguna falta, pero necesito que los demás también lo sepan. Yo, si en nada he faltado, tendré cuidado en adelante. Aconséjame tú para ello y ayúdame por todos los medios con tus reflexiones. Aquí todavía no se oye nada respecto a la vuelta de César. Yo le he sacado, con todo, a mi carta este provecho: he leído de punta a cabo todas las tuyas y me he reconfortado con ello.

Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426)

Подняться наверх