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179 (IX 12) (Finca de Formias, 20 ó 21 de marzo del 49)

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Cicerón saluda a Ático.

Estaba leyendo tu carta el 20 cuando me traen una de Lepta: Pompeyo está sitiado, e incluso la salida del puerto se encuentra bloqueada con barcos. A fe mía que no puedo, por las lágrimas, ni pensar ni escribir el resto. Te mando una copia. ¡Pobres de nosotros!; ¿por qué no hemos seguido todos juntos su destino? Pero he aquí las mismas noticias de parte de Macio y Trebacio, a quienes encontraron los correos de César en Minturnas. Es tanta la tristeza que me atormenta que ahora desearía una muerte como la de Mucio 114 .

¡Qué honorables, qué claros tus consejos!, ¡qué madurados con tus reflexiones acerca de mi camino por tierra y por mar y de mi entrevista y mi conversación con César! Todos tan honorables como precavidos. Y tu invitación a Epiro, ¡qué amable, qué generosa, qué fraternal!

[2] Respecto a Dionisio, estoy sorprendido. Se le trató en mi casa con más consideración que a Panecio en la de Escipión 115 y ahora desprecia con la mayor infamia mi suerte actual. Odio a este hombre y lo seguiré odiando. ¡Ojalá pudiese vengarme! Pero su propio carácter me vengará de él.

Tú piensa, te lo ruego, ahora más que nunca qué debo [3] hacer. Un ejército del pueblo romano sitia a Gneo Pompeyo, lo mantiene encerrado con un foso y una empalizada, le impide la huida: ¡nosotros vivimos y esa ciudad sigue en pie, los pretores administran justicia, los ediles preparan los juegos, los hombres honrados recogen sus intereses, yo mismo permanezco sentado! ¿Intentaré ir allí como un insensato, implorar la fidelidad de los municipios? Los buenos no me seguirán; los irresponsables se burlarán; los revolucionarios, especialmente ahora, vencedores y armados, dirigirán contra mí la violencia de sus manos.

¿Qué te parece, pues?; ¿tienes algún consejo para poner [4] fin a esta vida tan desgraciada? Ahora sufro, ahora me atormento cuando hay gente a quien le parece que he sido sabio por no haberle acompañado, o feliz. A mí no, al revés: nunca quise ser partícipe de su victoria; hubiera preferido serlo de su desastre. ¿A qué imploro yo ahora tus cartas?, ¿a qué tu buen juicio o tu afecto? Ya está hecho; ya no puedo recibir ayuda de ninguna manera, pues no tengo otro deseo que verme liberado por la compasión de algún enemigo.

Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426)

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