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180 (IX 13) (Finca de Formias, 23 de marzo del 49)

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〈Cicerón saluda a Ático.〉

‘No es cierta la noticia’ 116 , en mi opinión, la de los barcos. Pues, ¿qué razón habría para que Dolabela en la carta remitida desde Brundisio el 13 de marzo presentara como una especie de ‘jornada feliz’ de César el hecho de que Pompeyo huyera y se dispusiera a embarcar con el primer viento? Esto está en total desacuerdo con las cartas cuyas copias te he mandado ya. Aquí desde luego no se habla dé otra cosa que de crímenes; pero no hay autoridad más reciente ni mejor que Dolabela, respecto a este asunto al menos.

[2] El 22 he recibido tu carta en la que aplazas todos tus consejos hasta el momento en que sepamos qué ha pasado. Desde luego llevas razón: hasta entonces no se puede decidir nada, ni aun pensarlo. Aunque esta carta de Dolabela me obliga a volver a mis pensamientos primitivos: en efecto, la víspera de las Quincuatrias 117 hizo un tiempo magnífico, y pienso que él lo aprovechó.

[3] No he reunido la ‘recopilación’ de tus consejos para quejarme, sino más bien para consolarme. Pues no me angustian tanto los males presentes como la sospecha de una actuación mía culpable y temeraria. Pienso que no tiene fundamento porque mis hechos y mis decisiones están conformes con tus consejos.

En cuanto a tu observación de que más bien se debe a mi insistencia en divulgarla que a su propio mérito esa sensación de que le debo tanto, llevas razón. Yo siempre lo he exagerado y sobre todo para que no piense que me acuerdo del pasado. Y si me acordara al máximo, yo debería no obstante seguir ahora un comportamiento semejante al suyo de entonces. No me prestó ninguna ayuda pudiendo hacerlo; pero luego fue mi amigo, incluso mucho, y no sé bien por qué motivo. Así yo también suyo. Aún más: ambos compartimos el hecho de haber sido engañados por los mismos 118 . Mas, ¡ojalá hubiese podido yo ser tan útil para él como él lo pudo ser para mí! Con todo le agradezco muchísimo lo que hizo. Pero ahora no sé de qué manera podría ayudarle y, si pudiese, no consideraría mi deber hacerlo cuando prepara una guerra tan repugnante.

Lo único que no quiero es ofender sus sentimientos [4] quedándome aquí, y por Hércules que no podría contemplar eso que tú puedes imaginar de antemano ni tomar parte en esos males.

Pero he retrasado más mi marcha porque es difícil pensar en una marcha voluntaria sin ninguna esperanza de retorno. En efecto, yo veo a éste tan pertrechado de infantería, caballería, flotas, auxiliares galos, los cuales Macio ‘ha exagerado’, según creo, pero ciertamente dice que prometen a sus expensas durante diez años *** infantes, seis mil jinetes 119 … desde luego esto puede ser una ‘baladronada’, pero en todo caso tiene grandes tropas y va a tener, no el impuesto de Asia, pero sí los bienes de sus ciudadanos. Añade la confianza de este hombre; añade la debilidad de las gentes de bien, quienes evidentemente, pensando que él les detesta con razón, odian eso que tú llamas «la escuela» 120 (y quisiera que me hubieses escrito a quién te referías); pero ése agrada porque había amagado más de lo que hace, y al otro, en general, quienes le apreciaron ya no le aprecian; ciertamente los municipios y los campesinos romanos le temen a él, y por ahora estiman a éste. Por tanto, está pertrechado de tal manera que incluso si no pudiera vencer, no veo cómo podría ser vencido. Yo, por mi parte, no temo tanto su ‘magia’ como su ‘fuerza de persuasión’. «‘Pues los ruegos de los tiranos’», dice ‘Platón’, «‘sabes que llevan mezcladas las coacciones’» 121 .

[5] Veo que no apruebas aquellos ‘lugares sin puerto’ 122 . A mí tampoco me agradan, pero tengo en ellos un escondite y también un ‘asiento de remero’ fiable. Si estuvieran a mi disposición en Brundisio, lo preferiría. Pero allí no hay posibilidad de escondite. En fin, como escribes, cuando tengamos noticias.

[6] No presento demasiadas excusas a las gentes de bien. Pues, según me escribe Sexto, ¡qué banquetes dan y reciben; cuán suntuosos; cuán prolongados! Pero por buenos que ellos sean, no son mejores que yo. Me impresionarían más si fueran más firmes.

Me equivoqué sobre la finca de Famea en Lanuvio: me había imaginado la de Troya 123 . Yo la quería por quinientos mil, pero vale más. Con todo me encantaría que compraras ésa si viera alguna esperanza de disfrutarla.

[7] Deducirás las barbaridades que leemos a diario por el libelo que adjunto a la carta. Nuestro Léntulo está en Puteoli, ‘angustiado’, según cuenta Cecio, por qué hacer. Le aterra ‘una vergüenza’ como la de Corfinio. Cree que ahora ha cumplido con Pompeyo, está conmovido por la generosidad de César, pero aun más conmovido por las perspectivas de futuro.

Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426)

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