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178 (IX 11) (Finca de Formias, 20 de marzo del 49)

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Cicerón saluda a Ático.

¿Sabes que nuestro Léntulo está en Puteoli? Al escuchar la noticia de un viajero que dijo haberlo reconocido en la Vía Apia cuando él entreabría su litera, mandé, pese a que casi parecía increíble, unos esclavos a Puteoli para que se cercionaran y una carta para él. Costó trabajo encontrarlo, escondiéndose en sus jardines; me mandó su respuesta mostrando una extraordinaria gratitud hacia César: en cuanto a sus planes, había dado un mensaje para mí a Gayo Cecio 107 . Lo espero hoy, o sea, el 20 de marzo.

[2] Vino también a verme Macio el día de las Quincuatrias 108 : un hombre, por Hércules, moderado y prudente, según mi impresión; la verdad es que siempre se le ha tenido por promotor de la paz. ¡Cómo me ha parecido desaprobar estas cosas, cómo temer aquel ‘cortejo infernal’, como tú lo llamas! En una larga conversación le mostré la carta de César a mí, aquella cuya copia te he mandado antes 109 , y le pedí que interpretara el sentido posible de las palabras «que él quería servirse de mi consejo, influencia, autoridad, concurso en todas las cosas». Contestó que no le cabía duda de que él buscaba mi concurso y mi influencia para conseguir la paz. ¡Ojalá pudiera yo en la miseria actual de la república llevar a cabo y redondear alguna obra ‘política’ ! Lo cierto es que Macio estaba convencido de que ésa era la opinión de aquél y me prometía que él mismo la apoyaría.

La víspera estuvo en mi casa Crásipes 110 ; asegura haber [3] salido de Brundisio el 6 de marzo y haber dejado allí a Pompeyo; lo mismo refieren quienes salieron de allí el 8. Todos escucharon, incluso Crásipes en la medida en que se lo permitió su prudencia, aquellas cosas: las conversaciones amenazadoras, la enemistad hacia los optimates, la hostilidad hacia los municipios, meras proscripciones, meros Sulas; ¡decir esto Luceyo, y toda Grecia, y en especial Teófanes!

Y sin embargo, toda la esperanza de salvación está en [4] ellos, y yo mantengo mi espíritu en guardia, sin tomarme el más mínimo descanso y, por escapar de esas pestes, ¡cómo ardo en deseos de estar con gentes tan distintas de nosotros! Pues, en tu opinión, ¿qué crimen dejarán sin perpetrar allí Escipión, o Fausto, o Libón (cuyos acreedores, según se dice, están congregándose) y, por otra parte, qué harán con los ciudadanos cuando hayan vencido; cuál es la ‘amplitud de miras’ de nuestro Gneo?: me comunican que piensa en Egipto y la Arabia ‘Feliz’ y ‘Mesopotamia’; que ha renunciado ya a Hispania. Cuentan horrores: pueden ser falsos, pero en cualquier caso lo de aquí está perdido y lo de allí sin salvación.

Ya echo de menos tus cartas. Después de mi huida nunca han estado tan espaciadas. Te mando una copia de la mía a César con la cual pienso lograr algún avance.

Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426)

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