Читать книгу Las rosas del apocalipsis - Clara Bennett - Страница 11
ОглавлениеCAPÍTULO 6
KURDISTÁN
—«El sueño de nuestro pueblo y sus máximas aspiraciones, es formar un Kurdistán libre y las próximas generaciones así lo merecen» —exclamó Samira a viva voz, para finalizar su discurso.
Aisha la miró con esa admiración que se siente por alguien coherente con sus valores, que lucha por las causas elevadas de su pueblo.
Samira se había convertido en una guerrera reconocida y una líder querida por su gente, debido a las últimas batallas en las que había participado con el temple digno de una coronel. Ese era el rango militar que ocupaba actualmente dentro del escuadrón de mujeres y se había convertido casi en una leyenda para el pueblo kurdo.
Todos los presentes la aclamaron emocionados. Había sido un día de victoria gracias a la intervención del batallón femenino que integraba la Peshmerga, que en idioma kurdo significa lisa y llanamente «los que enfrentan a la muerte».
Con la conjunción de tropas mixtas y debido a una ingeniosa estrategia militar llevada adelante por Samira y el coronel Helmut Bonim, los kurdos habían reconquistado la ciudad de Kirkuk. Gracias a ello, ahora tenían acceso a varios pozos petroleros, que redituaban en mayores ganancias para el gobierno regional de Kurdistán, denominado usualmente con las siglas GRK.
Dicho gobierno, se había empobrecido por financiar la guerra contra los terroristas en suelo sirio e iraquí, pero sus intenciones últimas eran asentar el nacionalismo y generar los cimientos de lo que sería un nuevo país independiente.
El GRK había logrado instalarse en Irak luego del derrocamiento de Sadam Hussein y ahora estaban haciendo grandes avances en territorio sirio, gracias a la ayuda económica oculta de distintos gobiernos; entre ellos el de los Estados Unidos.
Esta superpotencia apoyaba al GRK para que los terroristas del Estado Islámico fueran exterminados en el propio nido de la serpiente y no llegaran hasta occidente.
Turquía, por su parte, siempre se había mostrado reacia hacia la independencia del Kurdistán, pero con las nuevas conquistas territoriales de la Peshmerga, finalmente debían aceptar que el ideal nacionalista del pueblo kurdo estaba por concretarse.
Por lo tanto, el Gobierno de Turquía consideraba mejor estrategia comenzar a ser amigable con los futuros vecinos. De esta forma, pacificaba a su propia población, pues existía una gran cantidad de kurdos dentro de sus fronteras que servían de dique de contención ante el avance de los terroristas islámicos.
Samira hacía muchos años que había sido reclutada en el ejército nacional de mujeres kurdas, siendo en ese entonces prácticamente una niña. Aquella mujer de rasgos arios, con ojos azules y cabello rubio como el trigo maduro, había ingresado en principio como un simple soldado raso. Pero debido a su arrojo e inteligencia, rápidamente había escalado posiciones logrando una participación relevante en la Peshmerga femenina.
Actualmente, también tenía un futuro prometedor en la Unión Patriótica de Kurdistán a nivel político, y para una joven de veintiocho años, esto era mucho más de lo que podría haber imaginado.
La guerrera kurda simplemente agradecía la oportunidad de poder luchar por su nación y vengar la muerte de su familia. La milicia ya era su forma de vida y la libertad de su pueblo su mayor anhelo.
El reclutamiento de mujeres para la Peshmerga a nivel internacional, estaba dando grandes resultados. La división femenina del ejército kurdo, se enorgullecía de ingresar cada día nuevas reclutas de Europa y Asia que venían a dar la vida por su patria.
Este pueblo estaba logrando sin habérselo propuesto, una meta social evolucionada que se reflejaba a nivel político en la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, lo cual era un enorme avance en relación con siglos anteriores.
Asimismo, la sólida unión entre los dos sexos en la batalla, junto con el crecimiento del nacionalismo kurdo, estaba resultando en la mayor fuerza de combate opositor jamás imaginada por los ejércitos del Estado Islámico.
Los terroristas solo veían en sus huestes masculinas a los ejecutores y beneficiarios de una lucha sanguinaria, tratando a sus mujeres peor que a los animales. Esta situación provocaba divisiones y debilidad interna en sus batallones y en la sociedad civil.
El mal trato hacia la mujer islámica por parte de estos hombres, si bien se escudaba en una particular interpretación del Corán y la sharía, era innegable que servía de pretexto para cometer los peores abusos a los derechos humanos. Los extremistas no solamente despreciaban a sus mujeres como «sexo débil» que no servía a sus fines militares, sino a todo aquel que profesara un credo diferente al islamismo sunita radical.
Estos hombres solo entendían de guerras violentas, aunque insistieran en denominarlas como «guerras santas», pero un ejército entrenado para matar formado por mercenarios, no estaba preparado para enfrentarse a mujeres guerreras que luchaban a la par de los hombres por su patria. Ellas no temían empuñar las armas y dar la vida por un valor superior como era la libertad de su pueblo.
El combate femenino y la perspectiva de lograr un Kurdistán independiente, iba absolutamente en contra de los intereses del Estado Islámico tanto a nivel político como religioso. Constituía un verdadero escándalo aquello de la igualdad entre hombres y mujeres en batalla, lo que empezaba a solidificarse también a nivel social en el pueblo kurdo.
Quizás por eso, los combates contra este pueblo eran cada vez más violentos por parte de los radicales, quienes en caso de vencer torturaban a la población civil de la forma más cruel, empalándolos y cortando sus cabezas o directamente matándolos de hambre y sed en el desierto.
—¡Aisha, ayúdame con el cargamento! —pidió Samira, a la recluta ingresada recientemente bajo su mando.
Aisha Amin Bigdabi, hacía pocos meses que había cumplido dieciocho años y se había enrolado para ingresar en la Peshmerga para combatir por la independencia.
La muchacha no tenía grandes cualidades para la lucha, pero destacaba en las ciencias y la medicina. Por ese motivo, en aquellos momentos actuaba colaborando con las enfermeras de la división que comandaba Samira.
Íntimamente, Aisha esperaba con ansias poder llegar a desempeñarse militarmente, pero su anhelo todavía parecía lejos de ser interpretado por la coronel.
Siguiendo las directivas de Samira, las mujeres fueron bajando los paquetes de víveres del camión que había llegado esa mañana desde el sur de Siria. Era importante clasificar el cargamento de alimentos y medicinas para racionalizar las demandas, tanto dentro de la población civil como en el ejército.
Las reclutas fueron ordenando los alimentos para ser distribuirlos primero en el campamento masculino, que era donde más se necesitaban. Mientras tanto, las medicinas quedarían en el campamento de las mujeres para que Aisha y sus compañeras las ordenaran.
Nadie en el campamento sospechaba, que en los alimentos que provenían de la ciudad de Palmira, pudiera estar escondida la semilla del desastre.