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CAPÍTULO 17

EL CAMAFEO

—Ya estamos llegando —advirtió Estere a Belén, mientras una gota de sudor se derramaba por su frente.

Ambas habían emprendido camino hacia las afueras de Kobane, donde se encontraba el campamento de la Peshmerga femenina. Allí les habían indicado que encontrarían a Aisha, la que había sido la prometida de Tarik.

El viaje en aquel incómodo transporte atiborrado de personas y animales, había sido otra experiencia que convenía olvidar, sopesó Belén. Pero al menos, esta vez no sentía la inquisidora mirada del hermano de Kaela, analizando todos sus movimientos.

Estere le transmitía seguridad y Befrin, había resultado ser una muchacha simpática, que tenía bastantes similitudes con Fátima, su hermana menor.

¡Cómo extrañaba a su familia en ese momento! Sabía que todas estarían preocupadas, pero por ahora resultaba imposible comunicarse con ellas. Aquellos países en medio de la guerra, habían sido aislados de las comunicaciones tecnológicas más elementales y, por ese motivo, la vida en esos lugares parecía haber retrocedido en el tiempo y quedado aislada del resto del mundo.

«Pronto llegará la hora del reencuentro», razonó para sí, como auto consuelo. Después de todo, ya faltaba poco para poder terminar con las promesas pendientes y así llegar a Estambul y finalmente a Roma.

«Falta poco», se repitió mientras entrecerraba los ojos por el polvo y ese sol tan brillante y caliente, que formaba parte de la aridez del paisaje.

—Solo quedan unos pocos metros más —confirmó Estere—. Ahora tenemos que caminar hacia aquellas tiendas de campaña. Seguramente allí nos dirán si este es el campamento donde se encuentra Aisha o dónde podemos encontrarla.

—Bien —respondió Belén, intentando no gastar saliva en más palabras.

Unos pasos más adelante, se encontraron con una miliciana de la Peshmerga kurda, que las detuvo justo en la entrada del campamento.

—Identifíquense—ordenó la mujer, en aquel idioma que Belén apenas lograba comprender a pesar de sus esfuerzos.

—Mi nombre es Estere Guala de Tell Abyad. Esposa de Abdul Guala y madre de Tarik y Befrin. Ella es Belén, una amiga de la familia. Hemos venido a traer un recado para Aisha Amin Bigdabi, comandante de la Peshmerga kurda. ¡Viva el Kurdistán libre! —remató Estere.

Aparentemente, aquella era la contraseña indicada para presentarse como amigos en el campamento, pues la miliciana inmediatamente les permitió el paso, indicándoles a qué división dirigirse.

Eran tiempos confusos, por lo que según le había indicado Befrin, las contraseñas de entrada cambiaban diariamente y en ocasiones, hasta dos veces al día. Esa era una forma de evitar a los terroristas infiltrados, quienes no solo iban de incógnito hacia Europa, sino que también viajaban rumbo a ciudades que todavía no habían sido conquistadas por el Estado Islámico, para enrolarse en los ejércitos de la resistencia.

Era entendible que en aquellos tiempos, nadie se fiara ni de su propia sombra y los controles fueran extremos.

—Buenos días, oficial— volvió a saludar Estere presentando sus credenciales y contraseña a una mujer que estaba como guardia en la tienda de campaña—. Estamos buscando a la comandante Aisha Amin Bigdabi. ¿Sabe Ud. dónde podemos encontrarla?

—La comandante se encuentra en esa tienda que ve a mi derecha. Estaba a punto de salir hacia el campamento masculino, por lo que les recomiendo apurarse.

Belén y Estere salieron lo más rápido que pudieron en su búsqueda, pero a lo lejos vieron cómo un vehículo arrancaba en ese momento transportando a una joven de cabello oscuro que Belén supuso que sería Aisha.

—¡Aisha! —gritó Estere en el tono más alto que alcanzaba su voz.

El vehículo, sin embargo, no se detuvo. Por lo que ambas mujeres regresaron a la tienda de campaña, donde les convidaron con agua, indicándoles que debían esperar hasta la puesta de sol, cuando la comandante regresara al campamento.

Pasaron largas horas y, efectivamente, al atardecer vieron llegar el mismo transporte con la joven de atuendo militar, al lado de otra mujer que manejaba el vehículo.

La muchacha era de piel morena, ojos azul oscuro y largo cabello color azabache. En verdad, Aisha era de una belleza que contrastaba con las rústicas vestimentas de la milicia.

—Querida Aisha, soy Estere, la madre de Tarik. —Se acercó sonriendo la mujer de cabello de plata, al ver el gesto de desconcierto de la muchacha.

—¡Estere! No puedo creerlo. ¡Qué gran alegría! —exclamó la comandante, mientras se fundía en un abrazo con la que alguna vez pensó que sería su suegra—. ¿Cómo están todos? ¿Qué haces por aquí? — Preguntó Aisha, mientras miraba de reojo a la extranjera que Estere tenía a su lado.

—Te presento a Belén, una amiga de la familia. Ella misma te contará el motivo de su visita y te entregará un presente de Tarik para ti.

Aisha no salía de su asombro, aún no comprendía el porqué de la inesperada presencia de Estere en ese lugar y mucho menos comprendía la presencia de aquella extranjera con un regalo de Tarik para ella. Pero confiaba en Estere y le tenía un profundo cariño. Por lo tanto, asintió a quedarse a solas con Belén, cuando esta se lo propuso para conversar en privado.

Entraron las dos a la tienda, pues tal como Belén había prometido a Tarik, solo le entregaría el presente estando a solas.

—Pues bien, tú dirás —comenzó Aisha, hablando en un inglés claro y sin acento. Idioma que Belén también comprendía muy bien.

—Antes que nada, quiero explicarte cómo y dónde conocí a tu antiguo prometido y por qué he viajado hasta aquí para entregarte su recado—declaró Belén.

La religiosa hizo un breve resumen de lo sucedido la noche que había conocido a Tarik y la situación en la que ahora se encontraba. También le contó sobre el mensaje que le había entregado a Estere y la reacción que ella había tenido al recibirlo.

Por fin acabó sin más rodeos:

—Esto es lo que Tarik me ha dado para ti—dijo entregándole una bolsita de terciopelo azul. Al abrirla, Aisha observó que contenía un camafeo con un extraño diseño grabado artesanalmente.

La comandante miró el bonito colgante intentando no desvelar sus emociones. En verdad, no le encontraba ningún significado especial a ese regalo, más allá de que fuera un bonito presente de quien había sido su gran amor desde la infancia.

En su fuero interno, todavía existía una lucha de lealtades entre su pueblo y los recuerdos junto a Tarik. Pero cada vez se inclinaba más por seguir sus ideales y sabía que no podía permitirse otras emociones.

—No sé qué decirte, extranjera. No veo en este objeto ningún significado especial para mí, ni puedo caer en sentimentalismos. Te pido que te lo quedes tú si es de tu agrado—propuso Aisha, devolviéndole a Belén el inoportuno presente.

—De ningún modo—replicó la religiosa apartándolo con la mano—. Me apena que este regalo no signifique nada para ti, pero jamás podría quedármelo —explicó—. Ha sido una promesa que hice a quien me ha salvado la vida y por eso he atravesado cientos de kilómetros pensando que tendría alguna importancia para ti. Supongo que si Tarik me lo ha dado y ha sido enfático en que fuera en privado, es para que lo tengas por algún motivo que desconozco.

—Está bien —indicó cerrando la conversación Aisha—. Lamento que hayas hecho este viaje en vano. Guardaré el camafeo, pero no siento deseos de usarlo. Han pasado muchas cosas que me separan de Tarik desde que se enroló en los ejércitos del Estado Islámico. Creo que nuestras vidas siguen caminos irreconciliables.

—Comprendo—manifestó Belén un tanto decepcionada—. Imagino que debe de ser muy difícil comprenderlo, pero me gustaría agregar que las palabras de arrepentimiento de Tarik sonaban sinceras. Tanto es así, que me ha ayudado a mí, una supuesta infiel, a escapar, por sentirse apesadumbrado.

Aisha no dijo más palabra, pero asintió con la cabeza y entonces Belén prosiguió:

—Su propia madre me ha dicho que la carta que le he entregado ha sido reveladora. Tal vez ella pueda decirte algo más, que pueda ayudarte a comprender la situación o a entender el regalo. Lamento no saber cuál era el objetivo de este presente Aisha. Tal vez tiene un significado que solo puede comprenderse con el tiempo.

—Quizás—murmuró Aisha—. Pero aún no ha llegado ese momento—cortó la joven guerrera—. Por eso, si no hay nada más para agregar, te pido le digas a Estere que pase. Me gustaría hablar a solas también con ella.

—Claro, como gustes—accedió la religiosa, despidiéndose con una inclinación de cabeza.

Estere entró a la tienda de campaña donde estaba Aisha y ambas mujeres se perdieron entre conversaciones y recuerdos.

Belén caminó hacia el lugar que les habían asignado para descansar y comenzó a orar pidiendo armonía para las almas que le rodeaban.

La guerra era una situación que nunca podía ser justa. Ella sabía que el camino nunca podía ser el enfrentamiento, pero comprendía que era muy difícil transmitir ese mensaje en un campamento militar.

En ese momento, el cansancio pudo más que sus oraciones y cayó dormida bajo la luz de desconocidas estrellas.

Las rosas del apocalipsis

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