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CAPÍTULO 12

DECISIONES

«No entiendo a mi madre, realmente no la comprendo —pensaba Fátima—. Lo más importante es encontrar a Belén, pero ella está corriendo detrás de esa niñita. La pequeña es muy bonita y simpática, pero no es momento para sensiblerías. Encontrar a mi hermana Belén está primero y si todavía no tenemos noticias de nuestro tío, quizás somos nosotras las que tenemos que ir al Vaticano a encontrar respuestas —se decía a ella misma—. Isabella siente que Belén todavía está viva. Mi hermana es un poco fantasiosa, pero debo admitir que en algunas de esas “intuiciones” a veces le acierta. Posee una especie de cualidad extrasensorial para ver o sentir cosas. Yo lo único que quisiera es volver a ver a mi hermana Belén con vida. Porque, aunque no creo en ningún Dios, ella es la persona más buena que conozco y la única en quien podía confiar mis sentimientos». Esto cavilaba Fátima cuando decidió romper el silencio, que ahora reinaba en los almuerzos familiares.

—Mamma, realmente ya no podemos esperar más —explotó repentinamente la hija menor—, Isabella y yo estamos dispuestas a viajar al Vaticano y hablar con el tío Giuseppe—continuó—. Tú prometiste que este año íbamos a viajar a Italia para conocer el resto de la familia, por eso, si ahora no puedes ir por tener que acompañar a Pilar y a la pequeña, Isabella y yo podemos hacerlo por nuestra cuenta.

—¡Hija mía, yo soy la más interesada en saber de nuestra querida Belén! Es tan solo que tanto dolor es difícil de asimilar y la alegría del nacimiento de mi primera nieta, ha sido como un bálsamo para mí.

—Lo entiendo, madre, pero ni Isabella ni yo creemos que Belén esté muerta. Y si lo estuviera, no descansaremos hasta confirmarlo. Así no podemos seguir. No es posible para nosotras disfrutar de otras cosas con tanta incertidumbre.

—Lo entiendo, hija, pero si tu tío no ha contestado es porque lamentablemente no hay novedades.

—No conozco personalmente a ese tío, madre, pero si no ha respondido es porque es un hombre insensible —sentenció la menor de las Pittameglio.

—¡Fátima! ¡No hables así de alguien que no conoces! Han pasado cosas entre él y yo que explican este silencio.

—Lo sabemos, madre. Pilar nos lo ha contado todo. Pero no nos interesa ahora entrar en esos asuntos familiares del pasado. Lo que no podemos es quedarnos aquí, de brazos cruzados, temiendo cada llamada telefónica que recibimos.

—Creo que en eso Fátima tiene razón —terció Isabella, con su aguda voz de cantante de ópera—. Nosotras podríamos adelantarnos e ir haciendo averiguaciones. Luego tú puedes unírtenos cuando Pilar se organice mejor con la pequeña. Ayer tuve otra de mis visiones —agregó la joven—. Yo sé que ustedes no creen en esas cosas, pero he visto a Belén caminando por el desierto hablando con mujeres vestidas de negro.

—¡Ay, Isabella! —exclamó Sara—. ¡Por favor, no sigas con eso, hija mía, es muy peligroso! Algún día te contaré más al respecto. Siempre temí que alguna de mis hijas tuviera ese tipo de visiones, que han tenido otras mujeres de nuestra familia.

—¿Así que a otras en la familia les pasaba lo mismo? ¿Quiénes? —cuestionó Isabella, complacida con aquella noticia.

—Pues no voy a decirte nada más de que son atributos muy difíciles de saber llevar, pueden causar desastres en la vida de quien los posea. Mi propia madre, tu abuela, era una de esas personas, y realmente no quisiera que lo desarrolles sin saber lo que implica—insistió Sara, con verdadera preocupación.

—Muy bien. ¡Entonces iremos a Roma con la pitonisa! —intervino Fátima con ironía—. Ella nos contará sus premoniciones mientras yo me encargo de investigar para encontrar a Belén.

—¡Fátima, no seas sarcástica! —recriminó Isabella.

—Sucede que ya no soy una niña a quien se puede callar como antes, soy mayor de edad y tengo ahorros de la herencia de nuestro padre. Por lo que de todas maneras, iré a Italia aunque sea yo sola.

—¡Fátima, no es así como se le habla a tu madre y a tu hermana! Comprendo tu desesperación, hija, pero créeme que no es más de la que siente Pilar, Isabella o yo misma. Cada una de nosotras lo manifiesta en forma diferente, pero todas compartimos ese dolor. Tienes mucho que madurar y debes empezar por controlar esa lengua—regañó Sara.

Fátima comprendió que de ese modo no iba a obtener nada de su madre, por lo que se apresuró a pedir disculpas y a mostrarse receptiva.

Por fin y luego de otro interminable silencio, Sara añadió:

—Está bien, creo que no es mala idea que vayan primero ustedes y consigan una entrevista con su tío en el Vaticano. Yo iré luego para encontrarme con Giuseppe y hablar personalmente con él. Mientras tanto, pueden quedarse en la casa de mi prima Sofía. Estoy segura de que estará encanta de recibirlas.

—Gracias madre. Ya mismo nos pondremos en marcha—afirmó Fátima con tono triunfal, mientras Isabella asentía con la cabeza.

El objetivo había sido logrado.

Las rosas del apocalipsis

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