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CAPÍTULO 8

LA BÚSQUEDA

La desesperación invadía a las mujeres de la familia Pittameglio. Luego de la terrible noticia sobre el ataque terrorista a la iglesia de las agustinas, a todas les costaba seguir con una vida normal.

Por otro lado, por mayores que habían sido sus esfuerzos, no podían encontrar información que confirmara la suerte de la desaparecida. De nada habían servido las tratativas a través del consulado o la comunicación con la sede de la orden religiosa. Sara había comenzado a perder las esperanzas y cada vez era más difícil calmar el desasosiego de sus hijas.

Fue entonces cuando Pilar decidió hablar en privado con su madre. Había algunos asuntos familiares que por ser la mayor conocía sobre sus padres, pero que frente a lo delicado de la situación creía oportuno abordar. Así que esperó un momento de tranquilidad para poder acercarse a Sara.

—Madre, sé que han pasado muchos años desde aquel episodio que llevó a distanciarte de tu hermano, pero dada la gravedad de las circunstancias y el cargo que nuestro tío ocupa actualmente, la única esperanza de dar con el paradero de Belén o confirmar su muerte es que el tío Giuseppe tome cartas en el asunto.

Sara se puso pálida. La misma idea había estado martillando su cabeza desde hacía días, pero prefería apostar por cualquier otra alternativa.

—Lo sé, Pilar, ya lo he pensado, pero son tantos años sin saber de él y sin hablarnos, que no sé qué tanto podemos adelantar si nos comunicamos con tu tío.

—¡Pero así no podemos continuar, madre! ¡Estamos desesperadas y confundidas! No sabemos si es posible mantener la esperanza o tenemos que llorar la muerte de nuestra hermana.

—Es cierto, pero tú sabes cómo han sido las cosas.

—Sí, lo sé, pero más allá de lo que haya sucedido entre ustedes, creo que habría que dejar esos asuntos de lado. Hay que hacer todo lo posible para saber qué ha pasado con Belén. Después de todo, él también es de nuestra familia.

Sara sabía íntimamente que su hija tenía razón, pero con su hermano siempre habían sido el agua y el aceite, incluso cuando eran niños. Luego de aquel sórdido suceso a raíz del cual ella y Antonio habían decidido abandonar Italia y radicarse en Uruguay, pensó que nunca más tendrían contacto con su hermano.

A partir de ese momento, Sara juró que nunca más le dirigiría la palabra y así lo había cumplido incluso luego de la muerte de su madre.

Giuseppe era un hombre ambicioso e inteligente que gracias a sus habilidades sociales y capacidad histriónica, había avanzado rápidamente en su carrera. Primero como sacerdote, luego como obispo y por último había llegado al grado de cardenal, siendo en la actualidad nada menos que el camarlengo de la Santa Sede.

Por lo tanto, y a pesar de su resistencia, su hija Pilar estaba en lo cierto. Tal vez él fuera la única posibilidad de saber sobre el destino de Belén. Su corazón se resistía, pero la practicidad de su hija mayor la devolvió a la realidad. Su hermano Giuseppe era su única alternativa.

—Está bien —accedió finalmente Sara—. Veré cómo ponerme en contacto con tu tío. Realmente luego de tanto tiempo no sé cómo voy a hacer, pero si hace falta viajaré yo misma hasta el Vaticano.

—Será lo mejor, mamma. Ya no podemos seguir esperando con esta angustia y, además…

En ese momento, Pilar emitió un quejido de dolor que interrumpió la conversación.

—¿Qué sucede hija?

—Me siento mal, estoy mareada. Me duele mucho, madre, creo que…

Sara miró a su hija y al observar el agua que brotaba bajo sus vestidos, comprendió que la hora de trabajo de parto había comenzado.

—No hay tiempo que perder, ya mismo llamaré a tu marido y con tus hermanas te acompañaremos al hospital. ¡Alabado sea Dios!

Pilar la miró con una extraña mezcla de asombro y ansiedad; se acercaba el esperado y temido momento. Solo deseaba que David, su esposo, pudiera llegar a tiempo para acompañarla.

Las rosas del apocalipsis

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