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CAPÍTULO 16

EL CAMPAMENTO

—¡Aisha! ¡Cuidado, detrás tuyo! —alertó Samira a su compañera, que rápidamente le disparó al terrorista. Este vio con horror cómo lo mataba una mujer, lo que para sus creencias era un pasaporte directo al infierno.

Los combatientes kurdos atacaban juntos. Hombres y mujeres mezclados en batalla, generaban temor e incertidumbre en sus adversarios.

El combate de ese día recién había comenzado, pero las milicias del Estado Islámico, al notar la estrategia mixta de los kurdos, decidieron emprender la retirada.

La marcha atrás de aquel ejército, fue festejada con vítores y zaghareet de algunas mujeres kurdas provenientes del norte de África.

Todos sabían que la guerra distaba mucho en acabar, pero los ejércitos kurdos habían encontrado un interesante talón de Aquiles para los terroristas. Solo era cuestión de saberse organizar, para incitar el espanto del enemigo. Sus creencias fanáticas también podían ser su propia destrucción.

Samira y Aisha se abrazaron, habían llegado a ser muy buenas amigas y la coronel le había permitido a la joven participar en algunas batallas.

A pesar de su juventud e inexperiencia, Aisha era una leal compañera y eso, a veces, era más importante que sus habilidades militares.

—¡Ha sido un gran día, Aisha! Te has destacado en el combate de hoy —la felicitó sonriente Samira.

—Gracias, mi coronel —contestó riendo en confianza la subalterna—. Pero tú me has salvado avisándome de ese hombre a mis espaldas.

—Por eso es importante pelear siempre entre dos—guiñó Samira—. La confianza en tu compañera, es parte fundamental de la estrategia en cualquier campo de batalla. Por otra parte, nuestros hombres también han hecho un excelente trabajo—agregó exultante la coronel—. A pesar de las bajas que sufrimos en el campamento de Kirkuk por los alimentos adulterados, hoy parecían mayores en número y este triunfo es compartido.

—Justamente de eso quería hablarte, Samira —señaló Aisha—. ¿Hay alguna novedad respecto al cargamento que mató a tantos de los nuestros?

—Hasta ahora no sabemos qué pudo haber sido, Aisha, yo no creo en las supersticiones religiosas que deambulan por el campamento. Opino que esto debe tener una explicación realista y científica —aseveró Samira preocupada.

—Seguramente la tiene, amiga—puntualizó la comandante—. Lo extraño es que todo sucedió luego de la entrega del cargamento de alimentos que venía desde el sur.

—Eso mismo le comenté al coronel Helmut, pero aún no logramos entender lo sucedido. Fue como una explosión en cadena, con muertes de combatientes en solo veinticuatro horas. Nunca habíamos visto nada igual, en todo esto hay algo para investigar en profundidad.

Samira hizo una pausa como evaluando si era el momento adecuado para hacerle un planteo importante a su compañera y luego prosiguió:

—Ya que has tocado el tema, Aisha, quería comentarte algo que me parece importante tanto para ti como para nuestro pueblo.

—Por supuesto, Samira. ¿De qué se trata?

—Estuve hablando con los coroneles y otros comandantes y si tú estás de acuerdo, queríamos proponerte que integres el equipo de investigación que va a formarse en torno a este asunto. En estos días, nos han comunicado que llegarán científicos de distintas partes del mundo a estudiar el fenómeno de los alimentos adulterados. Todos ellos serán enviados por Naciones Unidas, para investigar sobre este extraño caso, definiendo el por qué algunos alimentos se transforman en explosivos y otros no.

—¡Pero yo quiero seguir combatiendo a tu lado, Samira!

—Lo sé y te estás convirtiendo en una buena guerrera, amiga mía. Sin embargo, en este momento nos sería de mayor utilidad que te unieras al equipo de investigación y pusieras en práctica tus conocimientos científicos. Nadie desconfiaría de una chica tan joven que parece que no sabe de ciencias y eso sería una gran ventaja para nosotros —opinó Samira, quien respetaba la capacidad intelectual de su amiga, pero, secretamente, dudaba de sus cualidades militares.

—Comprendo —acotó Aisha con gesto preocupado.

—Se dice que habrá también gente enviada por la CIA y otras agencias de espionaje, por eso hay que ser muy precavidos con los miembros del futuro equipo de investigación—completó la coronel kurda—. Se supone que los científicos enviados son representantes de los aliados contra el Estado Islámico, pero con los occidentales nunca se sabe. Concluyó la coronel meneando la cabeza.

—Lo pensaré—contestó Aisha—. Aunque te confieso que no es mi idea en este momento. Hasta no reconquistar Kobane quiero seguir participando en la lucha. ¿Será posible que participe en ambas cosas?

—Creo que sí—concedió Samira guiñando un ojo—. ¡Para algo soy tu superior! —expresó risueña.

Las dos mujeres se acercaron entre charlas cómplices al campamento femenino donde había gran alboroto. Acababa de arribar otro cargamento de comida junto con medicinas para la Peshmerga.

Esta vez, los alimentos eran para la facción femenina del ejército, por lo que Samira y Aisha se miraron inquietas.

—Sabemos que necesitamos alimentarnos luego del combate, compañeras —se dirigió la coronel a sus soldados—. Pero antes de consumir nada de lo recibido, vamos a examinar este cargamento con un grupo de científicos que llegará mañana. La comandante Aisha se sumará a ese equipo de investigación —anunció a sus subalternas.

Aisha la miró desconcertada, acababa de decirle a Samira que lo iba a pensar, pero todavía no había dado su respuesta definitiva. No obstante, decidió que no era ocasión de discutir con su amiga.

Todavía quedaban alimentos y medicinas que había enviado la Cruz Roja en un cargamento anterior. Por este motivo, Samira resolvió que ese día comerían frugalmente y dejarían los nuevos alimentos en un depósito, a escasos kilómetros del campamento. Al día siguiente, cuando llegaran los científicos, decidirían qué hacer con ellos.

Pasada la noche, en la mañana muy temprano, un soldado se presentó en el campamento de las mujeres.

—Los científicos han llegado, coronel —avisó el hombre uniformado.

—Perfecto —respondió Samira.

—Hay algo más, mi coronel—prosiguió el subalterno—. Ayer el personal a cargo de custodiar los alimentos en el depósito, murió de forma muy extraña. Aparentemente, a las pocas horas de organizar el cargamento, sus cuerpos literalmente empezaron a explotar y desintegrarse sin explicación. Estos hechos fueron funestos para el ánimo de nuestras tropas, que creen que tiene que ver con algún maleficio o designio divino.

Samira bajó la mirada.

—Gracias, soldado, veré de encargarme de este asunto a la brevedad. Aisha ven conmigo, no hay tiempo que perder.

Ambas se dirigieron al viejo vehículo que las transportó al campamento masculino. Allí les informaron que ya había llegado el grupo de científicos de Naciones Unidas y que las estaban esperando.

Dos americanos, tres chinos, dos rusos y un iraní conformaban el extraño grupo que había arribado esa mañana. Eran los encargados de investigar el origen de aquellas extrañas reacciones en cadena, que producían algunos alimentos que provenían del mundo musulmán y que luego se podían transmitir como por contagio a otros productos que estuvieran en contacto. Era realmente una situación peligrosa y desesperada, por lo que el mundo entero estaba en alerta.

—Buenos días, señores. Buenos días, coronel Helmut —saludó Samira a su igual en mando del batallón masculino—. Agradecemos su presencia, para tan importante investigación.

Samira esta vez buscó la aprobación de Aisha con la mirada antes de continuar hablando y como vio que asentía, prosiguió con su discurso.

—Déjenme presentarles a mi compañera de batalla, Aisha Amin Bigdabi. A pesar de su corta edad, la comandante ha sido una destacada estudiante de ciencias de reconocidos colegios, donde ha obtenido medalla de honor. —aseguró Samira, al ver la cara de sorpresa de los presentes—. No tenemos en el campamento en este momento otra persona que hable inglés y pueda ocupar un lugar como representante científico del pueblo kurdo. Por lo que, al menos momentáneamente, les pedimos que permitan a nuestra comandante acompañarlos en la investigación.

Los científicos veteranos en su materia, se miraron extrañados. Sin embargo, no ofrecieron resistencia a la compañía de una estudiante de ciencias. Después de todo, seguramente esa chica no iba a enterarse de nada, lo cual era una ventaja para todos los demás países allí representados.

—Pues muy bien, caballeros—agregó Samira—. Podrán utilizar nuestro campamento como base de operaciones. Justamente en el día de ayer, fuimos informados de la llegada de otro cargamento con alimentos, que ha producido la muerte de quienes lo custodiaban. Quizás este lamentable suceso sirva como punto de partida para vuestra investigación, pero no contamos con mayores detalles de lo ocurrido. Así es que, por favor, tomen las precauciones que estimen necesarias. Nosotros nos encontramos a vuestra entera disposición.

—Perfecto —sostuvo uno de los rusos, seguido por la anuencia del equipo chino—. Desempacaremos nuestros instrumentos y nos pondremos a trabajar de inmediato —finalizó.

—Esperamos a la comandante Aisha a mediodía para comenzar con las actividades —aclaró el científico americano, seguido por el asentimiento del iraní.

—Allí estaré —aseguró en perfecto inglés la joven kurda, ante la atenta mirada del resto del equipo científico.

Las rosas del apocalipsis

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