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CAPÍTULO 10

EL NACIMIENTO

—Falta el último pujo, hija mía —avisó Sara emocionada.

—Tú puedes, querida —añadió David, admirado de la fortaleza de su mujer.

La sala de partos había sido transformada en un lugar íntimo. El padre de David era un reconocido obstetra, actualmente accionista principal de ese hospital, donde eran muy conscientes de la importancia del acompañamiento familiar al momento de dar a luz.

Por otro lado, era tradición en la familia de Pilar, que las mujeres tuvieran conocimientos como matronas y acompañaran los partos. Sara había ayudado a muchas parturientas y la mayoría de sus hijas habían asistido en alguna ocasión a algún alumbramiento.

Quienes tenían mayor destreza eran la propia Sara e Isabella, que, además, tenían conocimiento sobre hierbas y preparados caseros para facilitar esos procesos. Por este motivo, ambas estaban acompañando a Pilar, una a cada lado de la cama.

Isabella sonrió.

—Ya está coronando, hermana. Es el último esfuerzo, tú puedes, nuestra Señora te está acompañando —alentó en un susurro.

Pilar estaba como en un trance, pero la voz segura de su hermana con las indicaciones finales le hicieron reaccionar. Entonces, con fuerzas que hasta el momento desconocía, dio un último pujo que fue bendecido por el llanto de un recién nacido. Una hermosa niña había llegado al mundo y con ella, todas las bendiciones para los suyos.

David recordó en aquel momento, cuando rogó a su madre para poder casarse con Pilar. Tuvieron que hablar con un rabino amigo, para que instruyera a su futura esposa sobre lo que implicaba convertirse a la religión de su familia. Muchos obstáculos habían tenido que superar juntos, pero gracias al amor que sentían el uno por el otro, sobrellevaron las pruebas.

Quizás por esto, Pilar había cambiado su actitud con respecto a la espiritualidad. El rabino les había explicado acerca del Zohar y la Torá, la cual es muy clara con relación a los diferentes roles impartidos por Yahvé para el hombre y para la mujer.

—El hombre es un conquistador —había dicho el religioso—. Es a quien se le encarga enfrentar y transformar el mundo. Con ese fin, a los hombres se los ha dotado de una naturaleza extrovertida y agresiva, que debe aplicar constructivamente en la guerra cotidiana de la vida. La mujer, en cambio —señaló—, es su opuesto diametral. Su naturaleza intrínseca es la «de no confrontar», por eso debe ser humilde e introvertida —sostuvo. Mientras el hombre enfrenta a los peligros del mundo exterior, la mujer cultiva la pureza dentro de sí misma. Ella es el sostén del hogar, quien nutre y educa a la familia. Es la encargada de cuidar todo lo que es bueno y santo en la vida cotidiana. «Toda la gloria de la hija del rey de los cielos es interior». Pero «interior» no significa necesariamente entre cuatro paredes—agregó el rabino—. Algunas mujeres para los judíos de nuestra estirpe tienen un importante papel que se extiende más allá del hogar. Si esta fuera la misión de sus futuras hijas, ella tiene que llegar con su prédica a la más lejana de las tierras. La mujer que ha sido bendecida con la aptitud y el talento de influir sobre las demás, puede y debe convertirse en una «saliente», abandonando periódicamente el refugio de su hogar. Pero ha de hacerlo solamente con el objetivo de alcanzar y movilizar a quienes han perdido el rumbo en sus vidas.

Este era el legado de la rama femenina de la familia de David y la continuidad de la tradición que debía seguir su descendencia, Más allá de que Pilar no coincidía con muchos de estos postulados, había entendido que solo el amor podía salvar las diferencias entre sus familias.

Ahora, ambos padres estaban emocionados por la bendición recibida, mirando embelesados a la pequeña. Toda inocencia y dulzura, todo un proyecto de «mujer saliente» como las de su estirpe.

Sara y sus hijas también sonreían satisfechas. Ellas al igual que la familia de David, sentían haber cumplido con una larga tradición. Aquella que las unía como mujeres y las bendecía como alumbradoras.

Solo faltaba la presencia de Belén para que la felicidad fuera completa, pero desde el espíritu de la unidad universal, la sintieron presente en sus corazones.

Las rosas del apocalipsis

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