Читать книгу Las rosas del apocalipsis - Clara Bennett - Страница 7
ОглавлениеCAPÍTULO 2
ORIENTE MEDIO
—¡Allahu akbar! —gritaron todos luego de la explosión de la pequeña iglesia en la ciudad de Palmira.
La hermosa ciudad que fuera denominada como la «Venecia del desierto», yacía ahora convertida en ruinas.
Apenas el humo se difuminó, el grupo terrorista tomó prisioneros a los sobrevivientes cristianos, separando a las mujeres y niños de los hombres adultos. Estos últimos, serían crucificados como mofa a aquella religión de infieles.
Igual o peor suerte correrían los niños, algunos serían vendidos para el tráfico de órganos o las redes de pedofilia, mientras que a los mayores, los adoctrinarían según la fe sunita para convertirse en mercenarios. Las mujeres, serían previamente violadas antes de morir y, en el mejor de los casos, subastadas junto con las niñas como esclavas sexuales.
Nadie parecía sentir piedad ni compasión por aquellos Zindīqs, término utilizado para denominar a quienes no profesaban la misma fe de la terrible milicia. Todos en el campamento sabían el oscuro destino que les esperaba por esta causa y nadie osaba oponerse, a riesgo de correr la misma suerte.
Tarik estaba asqueado de tanta violencia entre sus manos, pero rezaba con todas sus fuerzas para que nadie lo notara. Cualquier signo de debilidad, podía pagarse con la propia vida o con la de su familia.
Muchas cosas habían cambiado décadas atrás con la llegada de los terroristas sunitas del DAESH: Estado Islámico de Irak y el Levante, más conocido como ISIS. Aquel grupo había sido el pionero de una serie de milicias que evolucionaron con los años, hasta convertirse en algo distinto a simples células de mercenarios. El ejército inicial, había devenido en una organización política, militar y económica, que pretendía extenderse por el mundo respondiendo a los intereses del denominado «Nuevo Orden Mundial». En apariencia parecían pertenecer a la religión musulmana, pero su misión era unificar el poder mediante la guerra santa, conformando un nuevo imperio a nivel internacional que apoyaba a uno de los grandes bloques en conflicto.
El plan global, consistía en utilizar a las religiones como herramienta y excusa para la guerra, financiando a ambos bandos hasta lograr los objetivos. Se trataba de imponer una dictadura a nivel político y religioso, asignando también nuevas reglas de mercado a nivel económico.
El cometido primario del Estado Islámico, era tomar control de toda la región de oriente medio y posteriormente seguir con la expansión internacional, uniéndose con los distintos bloques de poder financiados por las élites, para generar el miedo necesario y así abonar el camino a la imposición de gobiernos autoritarios. La estrategia fue lanzada el día en que el imán Abdul Al Baghdabi llamó a la guerra santa, recrudeciendo la violencia y la radicalización del Islam, con la aplicación estricta de la sharía. Había que reconquistar los territorios de Alá como en la edad de oro del califato, por lo tanto, era cuestión de fe y honor, cumplir con el mandato de la yihad.
Ayman Al Said, jefe militar de la facción del sur de Siria, era un reconocido guerrero de las tropas musulmanas. Se lo buscaba vivo o muerto en todos los servicios de inteligencia del mundo occidental. El comandante manejaba negocios petroleros para financiar el armamento del Estado Islámico, siendo parte de las altas jerarquías que estaban poniendo al mundo de rodillas.
Al Said tan solo se consideraba a sí mismo, como un buen muyahidín musulmán. Un guerrero de la fe que acataba los suras del Corán, procurando extender la ley de Alá por el mundo. Ese era el sagrado decreto de la yihad y a esa misión había encomendado su vida.
A lo lejos, comenzó a escucharse el adhan salat de un almuecín llamando a las plegarias de la puesta de sol.
Ayman y sus hombres cumplieron con el ritual, orientándose hacia la Meca. Muchos de ellos, justificaban sus acciones mediante el ejemplo de Mahoma como gran guerrero de la fe. El profeta también había degollado cientos de infieles para merecer el paraíso. Por tanto, guerra, política y religión, no eran opuestos irreconciliables para los terroristas islámicos.
No obstante, por ese día ya no habría más ejecuciones, ahora era momento de rezar y más tarde comenzarían los festejos privados con las mujeres cristianas.
Al día siguiente la suerte estaba echada, pero esa noche había que disfrutar el botín.
Tarik vio ponerse el sol mientras por el lado opuesto crecía la luna. Le parecía extraño cuando ese encuentro de astros se producía en el cielo y aquello invariablemente le hacía pensar en Aisha, la que había sido su prometida. Sin embargo, esa noche su mente no podía regodearse en dulces recuerdos.
Las risas de los hombres de Ayman y los gritos desgarradores de niñas y mujeres comenzaron a oírse en el campamento. Tarik esperó que estuviera oscuro y se dispuso a caminar para alejarse de aquel infierno.
Su mente precisaba estar en blanco y su corazón llorar, aunque fuera sin derramar lágrimas. Esas niñas y mujeres podían ser su hermana o hasta su propia madre, pensó. La sola idea le produjo arcadas y el vómito no tardó en expandirse sobre las arenas del desierto.
Miró nuevamente la luna que ahora estaba acompañada de un séquito de estrellas. Deliberó sobre la cantidad de veces que aquel astro habría sido testigo de actos crueles como aquellos.
No obstante, algo le hizo pensar también en otras lunas cómplices de intrépidos viajeros, poetas y enamorados. Lunas que él también quería llegar a conocer. No obstante, en ese momento, el amor parecía algo tan lejano de ese campamento, como el más distante de los planetas.
Su corazón, a pesar de todo, por momentos insistía imaginando el rostro de su amada. En algún lugar lejos de ese infierno, estaría la dulce Aisha de los ojos color noche.
Él la había conocido cuando apenas era una niña, pero ahora sería una joven de unos dieciocho años, apenas tres años menor que él.
Tarik todavía guardaba la esperanza de que más allá del tiempo y la distancia, ella todavía lo recordara.
«Las mujeres del desierto—le había dicho su madre una vez—siempre saben esperar al amor verdadero».
Y Aisha era una mujer del desierto.